
Nada que ver, le dije yo, asumiendo al segundo siguiente que mi postura era ridícula. Como si se pudiera rebatir un sentimiento.
-Te lo digo para que no me vuelvas a contar de tus pinches, de la gente con la que sales, de los tipos que te invitan al cine, con los gallos que te juntas-me lo dijo con aire de enojado.
-OK-dije yo, cuando me trajeron el café que incluía el menú del almuerzo y empecé a hacer ese ruido.
-Sabes qué? Cuando nos juntemos quiero que me cuentes de tu pega, de tus cosas, de lo que haces, las cosas que estudias, de tus amigas del magíster, de tu familia, de tu vida, pero no de eso- me dijo prendiendo un cigarro y mirando al horizonte, como si no me hablara a mí, sino que ensayara solo la parte de la película cuando al galán le toca hacerse el ofendido.
-Pero es que no tiene sentido, somos re amigos, hace años, y además somos tan distintos, jamás funcionaría algo entre nosotros: Yo jamás te acompañaría al estadio, ni a tomar cerveza de luca el litro con tus amigos, ni a carretear a Bellavista, y tú no me acompañarías a ver cine arte coreano, ni a la biblioteca ni menos a la Blondie- le dije casi a modo de reclamo, y mi último argumento logró sacarle una sonrisa.
Me miró y me dijo. “Y justo que tengo entradas para la Chile con la Católica y te iba a invitar”, me dijo.