
-Bárbara, el vaso se está moviendo!!!
-Mmmmmmhhhhh-dije yo, en ese estado de tránsito entre el sueño y la realidad.
-Bárbara, el vaso!!!!- dijo él apretándome el antebrazo y tirándolo hacia delante, lo que me obligó a levantarme y mirar sobre su hombro.
Efectivamente, el vaso que la noche anterior dejó encima del velador de su lado de la cama acababa de moverse en diagonal, completamente solo.
El sueño se me espantó de golpe y evalué la situación: si le decía “Sí, el vaso se movió, nos están penando!!!”, él era capaz de vestirse con lo primero que encontrara y salir corriendo de la pieza del motel, sin pensar en nada más que huir. Entonces, hice de tripas corazón y volví a acostarme a su lado.
-Nada que ver, estás soñando-le dije, acomodándome en la cama y dándole la espalda..
-No lo viste? Pero si se movió, te juro que…
-Lindo, te juro que no se movió- dije aprestándome a dormir de nuevo, con algo de susto. El sujeto en cuestión nunca supo que efectivamente el vaso se movió. Quien sabe, tal vez un día le cuente.
Marzo del 2008
-No te puedo creer! A mí también me pasó algo raro en un motel
-En serio? –Le pregunté a mi amiga, que también había vivido una experiencia paranormal como la mía.
-Sí, estábamos ahí y sentimos que alguien caminó por la pieza, se movió. A mí me dio demasiado susto y me tapé entera. Mi pololo miró pero no había nadie.
-Que susto!
-Sí. Es que los moteles siempre son casas antiguas, grandes, quizá cuanta gente se murió antes ahí.
-Sí, es verdad…incluso deben haber ocurrido crímenes pasionales.
Es verdad, los moteles suelen ser casas antiguas, reacondicionadas para fines amatorios, pero con historias interminables de gente que estuvo de paso, que se amó, se odió, terminó, se mató incluso.
Reflexión
Los moteles son lugares interesantes. Desde la gente que entra, que muchas veces son parejas tan disparejas, otras, asustados adolescentes con mochila al hombro que por su cara se diría que nunca han estado en uno. La gente que atiende, tan acostumbrada a la cotidianeidad del ir y venir de los amantes. Los diseños de las sábanas, de las cortinas, el maní salado y el jabón individual que nunca es de buena calidad pero que sin embargo es tan útil. El que te pregunten “viene por noche o por momento?” cuando entras y el marcar cero para avisar a la recepción que se desocupará la pieza.
Durante mi época universitaria fui fiel cliente de los moteles. Al principio, de los más baratos cerca de la USACH en Estación Central, pensados para parejas de estudiantes. Después, los clásicos de Marín, donde me ocurrió la historia que aparece al principio de este post, y luego, esporádicamente, cuando uno quiere darse un capricho, uno que otro de mejor categoría.
Como vivo sola, ya no necesito ir a un motel cuando estoy emparejada, pero no puedo negar que a veces es entretenido el juego de entrar, dejar el carnet y pensar que esa habitación en la que tantas otras parejas se han amado, se convertirá en tu propio nido de amor por las siguientes tres horas.