Segundo acto: El anillo sobre la mesa, marzo del 2005
-Bárbara, cásate conmigo
-Quéeeeeeeeeeeeeeee?- Grité tan fuerte que todo el restaurant se dio vuelta a mirar. Él bajó la voz, se sonrojó un poco y repitió lo que yo creí que no había escuchado.
-Cásate conmigo, y nos vamos a Japón
-¿A Japón? ¿Casarnos? Pero es que no le puedes pedir matrimonio a alguien si no le has dado ni siquiera un beso…- dije yo, estupefacta
-Quiero casarme contigo, – dijo él, intuyendo que era su última chance de convencerme- me tengo que ir a Japón a ver esos negocios que te había contado. Me quedo mínimo un año allá y me quiero ir contigo, casado.
Yo miré el anillo. Era precioso, sacado de mis sueños, con un diamante de brillo soñoliento, plácidamente dormido al interior de la cajita de terciopelo azul.
-No, no me voy a casar contigo- le dije mientras me paraba y sentía como los ojos del resto se me clavaban en la espalda- ¡Es que no puedes estar hablando en serio! De hecho, ni siquiera voy a cenar contigo.
Salí rápidamente por la puerta del restaurant, ante la mirada de desparobación de los mozos. Él estaba tan shoqueado que ni siquiera se pudo parar de la mesa. Después de eso, no volví a saber de él, hasta ahora.
Primer acto: Tres meses antes, enero del 2005Acababa de terminar un pololeo larguísimo y estaba destrozada, y lo conocí en un café. Era muy gordo, pero simpatiquísimo, y se acercó todo canchero a darme su tarjeta. Yo lo traté pésimo pero igual guardé el papel, porque me pareció simpático que un desconocido se acercara de la nada a saludarme.
Una semana después, lloraba en mi pieza recordando al ex que se había ido con otra, cuando entendí que no podía seguir así. No podía sufrir y llorar si yo era la buena de la historia, y ellos, que eran los malos, lo estaban pasando regio, así que saqué la tarjeta, lo llamé y lo invité a salir.
Vivía en una parcela, relativamente cerca de mi casa, y aunque no era precisamente culto ni muy refinado, era entretenidísimo y muy simpático. Tenía bastante plata, de hecho, como que presumía un poco de eso. Varias veces me preguntó en qué auto quería que me pasara a buscar (tenía 5 o 6 distintos) y me llevaba a restaurantes muy elegantes. Yo disfrutaba mirando su cara de asco y de consternación cuando le pedía ir a comer pescado frito al Mercado Central o a algún otro lugar de esas características, por el solo afán de verlo limpiar los cubiertos y el vaso con la servilleta, atacado de estar en un lugar tan “popular”.
Como yo estaba triste, me hacía bien estar con él porque era alegre, nos reíamos y paseábamos por todos lados. Pero era evidente que yo le gustaba.
Cuando me dí cuenta, preferí hacerme la loca y seguir con esa situación. Tuvimos un par de discusiones porque trató de meterse en mi vida más de lo que yo le permitía en su calidad de amigo, pero instantáneamente aprecía un ramo de flores gigante en mi casa, con una tarjetita que decía “perdóname”. Y reconozcámoslo, una mujer que hace poco tiempo terminó una relación de manera tan triste, necesita incentivos para el ego como ese.
Me contaba que su papá se había muerto hace años, que era dueño de un negocio de exportación de chips de madera en Valdivia, y que por eso, estaba viendo unos negocios con una empresa japonesa, por lo que probablemente iba a tener que viajar.
Tercer acto: La revelación, noviembre de 2007-Lo conozco super bien, y me concuerda todo menos una cosa. Él nunca tuvo plata. De hecho su familia era bien pobre, incluso una vez le hicimos colecta para pagar la universidad del hermano menor- me dijo mi profesor.
La conversación se inició cuando buscando una tarjeta en su tarjetero, encontré una de él, y le pregunté si lo conocía. Le conté todo lo que había pasado y ahí empezaron las revelaciones.
-En todo caso, no me extraña nada que él te contara ese cuento. Esa familia siempre tuvo aires de gradeza. Se conseguían los autos con los vecinos, incluso el mío, y hacían malabares par mantener un estándar de vida que no podían pagar. Era bien triste. El papá de él fue marino, y está internado porque se le corrió una teja, porque participó en torturas durante el régimen militar.
O sea, todo era falso! Menos mal que no soy interesada, porque si no, y confiando en la promesa de marido con plata y viaje a Japón, me habría casado con un tipo que no tenía siquiera para comprarse un auto propio.
No digo que eso esté mal, sino que me parece inexplicable que hubiera urdido un cuento tan loco, pero a la vez tan verosímil, que habría sido imposible de mantener si yo le hubiera dicho que me casaba con él.
No peudo imaginar qué pasaba por su cabeza al hacer semjante ofrecimineto y poner incluso el anillo sobre la mesa, para pedirme que me casara con él si ni siquiera nos habíamos dado un beso, y ante la premura de su viaje inexistente.
Mi profe me preguntó si me sentía mal porque me habían mentido y engañado de esa manera, pero le respondí que no. Que me daba pena él y su intento de conquista tan rebuscado y falso, su necesidad de inventarse un cuento así, tan insostenible en el corto plazo. La verdad es que esa historia me daba pena incluso antes de saber que todo era mentira, porque en el fondo, él era una buena persona.