jueves, 27 de diciembre de 2007

Adiós a la vieja chica

-¿Sabes lo que pasa? Que tú eres como una vieja chica.
Me disparó a quemarropa. Era el asado de fin de semestre del magíster, donde todos estábamos haciendo lo que no hicimos durante todo el año: compartir más, reírnos y hablar de cosas que no tuvieran que ver con el ámbito académico.
Y ahí estaba él, uno de mis compañeros, bastante afectado por el vino, diciéndome que yo estaba siempre cumpliendo, siempre siendo la responsable y enojándome con los que no daban el ancho. “La juventud es una sola y sería muy triste que te la perdieras por ser así”, fue su frase para el bronce.
Eso me dejó pensando y por supuesto, tiene toda la razón del mundo. Me he puesto demasiado así en el último tiempo, pero ya antes de su disparo a mansalva, me había propuesto recuperarme a mí misma, a la que iba al cine una vez a la semana, que se levantaba contenta y que disfrutaba de las cosas simples, a la que caminaba por Lastarria buscando un café nuevo para entrar a mirar la carta, a la que tenía siempre tiempo para las amigas, la familia y el blog, y para salir con uno que otro exponente del sexo opuesto, poniendo en práctica aquello de “no llueve pero gotea”.
Dejé de hacer todas o muchas de esas cosas durante los últimos meses de este año, pero la decisión ya está tomada: El 2008 será un año para mí, para mi felicidad, y aunque el estudio, el trabajo y las levantadas temprano para estudiar los fines de semana seguirán siendo parte de mi realidad, también le dejaré espacio a todo lo demás.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Una mentira en tres actos

Segundo acto: El anillo sobre la mesa, marzo del 2005
-Bárbara, cásate conmigo
-Quéeeeeeeeeeeeeeee?- Grité tan fuerte que todo el restaurant se dio vuelta a mirar. Él bajó la voz, se sonrojó un poco y repitió lo que yo creí que no había escuchado.
-Cásate conmigo, y nos vamos a Japón
-¿A Japón? ¿Casarnos? Pero es que no le puedes pedir matrimonio a alguien si no le has dado ni siquiera un beso…- dije yo, estupefacta
-Quiero casarme contigo, – dijo él, intuyendo que era su última chance de convencerme- me tengo que ir a Japón a ver esos negocios que te había contado. Me quedo mínimo un año allá y me quiero ir contigo, casado.
Yo miré el anillo. Era precioso, sacado de mis sueños, con un diamante de brillo soñoliento, plácidamente dormido al interior de la cajita de terciopelo azul.
-No, no me voy a casar contigo- le dije mientras me paraba y sentía como los ojos del resto se me clavaban en la espalda- ¡Es que no puedes estar hablando en serio! De hecho, ni siquiera voy a cenar contigo.
Salí rápidamente por la puerta del restaurant, ante la mirada de desparobación de los mozos. Él estaba tan shoqueado que ni siquiera se pudo parar de la mesa. Después de eso, no volví a saber de él, hasta ahora.

Primer acto: Tres meses antes, enero del 2005
Acababa de terminar un pololeo larguísimo y estaba destrozada, y lo conocí en un café. Era muy gordo, pero simpatiquísimo, y se acercó todo canchero a darme su tarjeta. Yo lo traté pésimo pero igual guardé el papel, porque me pareció simpático que un desconocido se acercara de la nada a saludarme.
Una semana después, lloraba en mi pieza recordando al ex que se había ido con otra, cuando entendí que no podía seguir así. No podía sufrir y llorar si yo era la buena de la historia, y ellos, que eran los malos, lo estaban pasando regio, así que saqué la tarjeta, lo llamé y lo invité a salir.
Vivía en una parcela, relativamente cerca de mi casa, y aunque no era precisamente culto ni muy refinado, era entretenidísimo y muy simpático. Tenía bastante plata, de hecho, como que presumía un poco de eso. Varias veces me preguntó en qué auto quería que me pasara a buscar (tenía 5 o 6 distintos) y me llevaba a restaurantes muy elegantes. Yo disfrutaba mirando su cara de asco y de consternación cuando le pedía ir a comer pescado frito al Mercado Central o a algún otro lugar de esas características, por el solo afán de verlo limpiar los cubiertos y el vaso con la servilleta, atacado de estar en un lugar tan “popular”.
Como yo estaba triste, me hacía bien estar con él porque era alegre, nos reíamos y paseábamos por todos lados. Pero era evidente que yo le gustaba.
Cuando me dí cuenta, preferí hacerme la loca y seguir con esa situación. Tuvimos un par de discusiones porque trató de meterse en mi vida más de lo que yo le permitía en su calidad de amigo, pero instantáneamente aprecía un ramo de flores gigante en mi casa, con una tarjetita que decía “perdóname”. Y reconozcámoslo, una mujer que hace poco tiempo terminó una relación de manera tan triste, necesita incentivos para el ego como ese.
Me contaba que su papá se había muerto hace años, que era dueño de un negocio de exportación de chips de madera en Valdivia, y que por eso, estaba viendo unos negocios con una empresa japonesa, por lo que probablemente iba a tener que viajar.

Tercer acto: La revelación, noviembre de 2007
-Lo conozco super bien, y me concuerda todo menos una cosa. Él nunca tuvo plata. De hecho su familia era bien pobre, incluso una vez le hicimos colecta para pagar la universidad del hermano menor- me dijo mi profesor.
La conversación se inició cuando buscando una tarjeta en su tarjetero, encontré una de él, y le pregunté si lo conocía. Le conté todo lo que había pasado y ahí empezaron las revelaciones.
-En todo caso, no me extraña nada que él te contara ese cuento. Esa familia siempre tuvo aires de gradeza. Se conseguían los autos con los vecinos, incluso el mío, y hacían malabares par mantener un estándar de vida que no podían pagar. Era bien triste. El papá de él fue marino, y está internado porque se le corrió una teja, porque participó en torturas durante el régimen militar.
O sea, todo era falso! Menos mal que no soy interesada, porque si no, y confiando en la promesa de marido con plata y viaje a Japón, me habría casado con un tipo que no tenía siquiera para comprarse un auto propio.
No digo que eso esté mal, sino que me parece inexplicable que hubiera urdido un cuento tan loco, pero a la vez tan verosímil, que habría sido imposible de mantener si yo le hubiera dicho que me casaba con él.
No peudo imaginar qué pasaba por su cabeza al hacer semjante ofrecimineto y poner incluso el anillo sobre la mesa, para pedirme que me casara con él si ni siquiera nos habíamos dado un beso, y ante la premura de su viaje inexistente.
Mi profe me preguntó si me sentía mal porque me habían mentido y engañado de esa manera, pero le respondí que no. Que me daba pena él y su intento de conquista tan rebuscado y falso, su necesidad de inventarse un cuento así, tan insostenible en el corto plazo. La verdad es que esa historia me daba pena incluso antes de saber que todo era mentira, porque en el fondo, él era una buena persona.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Como en los viejos tiempos

Con él somos amigos desde hace años. De esos amigos con química. Una vez nos desordenamos (ustedes me entienden…), pero después de eso hemos podido mantener una relación de amistas muy civilizada, básicamente porque vive en Valdivia, porque formó una familia y porque tuvo un hijo.
Como su mamá es alemana y él tiene pasaporte de la banderita azul con un círculo de estrellas, se fue a trabajar a España a comienzos de este año, ante las malas opciones laborales que la Ciudad de los Ríos le ofrecía.
Pero volvió, y nos juntamos antes de que tomara el bus para ir a ver a su familia. Estaba cambiado, tostadísimo, más maduro. Es increíble como el hecho de pasarlo mal, tener que vértelas por ti mismo en otro país y tener no sólo los derechos sino que los deberes de la libertad te hace madurar de manera increíble.
-Y, ¿cómo anda el corazón?.
-Igual que siempre
-Eso quiere decir que no llueve, pero siempre te gotea-me dijo.
-Jajaja, claro, algo como eso…pero aún sin encontrar nada más estable- dije yo, con mi mejor sonrisa.
-Lo que pasa es que tú necesitas un gallo extranjero, más maduro, menos grave, con las cosas claras. Deberías irte a España.
-No es malo, tengo pensado un viaje así , pero necesito juntar plata- dije, pensando en mi famélica cuenta de ahorro, y a la palomita de mi tarjeta de crédito, que fue sometida a los rigores más extremos de fricción contra las máquinas registradoras en mis últimos viajes.
-Uf, pero tenlo presente. Estoy seguro de que Chile no tiene nada para ti.
Y eso me dejó pensando, porque yo había dicho lo mismo y en tono de broma un par de veces, pero nunca lo pensé en serio. Quizás él tenga razón, o quizás no, pero una cosa es cierta: no puedo mandarme a cambiar de mi país, donde tengo un magíster a medio hacer, obligaciones, responsabilidades, familia y otros afectos, por irme a la aventura. Lo otro que me dejó pensando fue algo más profundo: lo increíble que es cuando alguien de tu pasado llega para recordarte cómo eras tú hace algún tiempo, las cosas que hacías, las costumbres que ahora son olvidadas pero que en ese momento eran presentes, ya sea hace dos años, o hace un par de meses. Siento que desde que no lo veía cambié mucho, tomé decisiones y senté las bases para o tomar otras decisiones en el futuro, pero de todos modos sigo siendo la misma en esencia, como me confirmó la mirada que me dio antes de subirse al bus. Como en los viejos tiempos.

martes, 13 de noviembre de 2007

La lista

Abrí la tapa del cuaderno azul que acababa de sacar de mi mueble de los libros, para anotar los comentarios respecto al libro de Susan Strange que estábamos discutiendo con mis compañeros de magíster.
Al pasar un par de páginas, llenas de anotaciones, flechas y esquemas hechos a la rápida, apareció una hoja con una larga lista de nombres masculinos, que tenía olvidada hace algún tiempo.
Dos o tres meses atrás, en una conversación con mis amigas, salió el tema de cuántos hombres habíamos besado en la vida, y bueno….para hacer honor a la verdad tuve que hacer una exhaustiva lista que tenía olvidada desde ese día para poder cuantificar la situación.
Mientras uno de mis amigos hablaba de los planteamientos económicos de Strange, yo recorría la lista de nombres y apodos con la mirada (los que iban desde los dos nombres y los dos apellidos del sujeto en cuestión hasta motes como “Mr Pepsodent”, “el amigo de la Carola, como se llamaba?” o “Algo Nicolás, porque era su apellido y no su nombre”).
En vez de concentrarme en el estudio, mi cabeza voló en medio de esas situaciones, recordando los detalles de algunos de esos besos adolescentes, furtivos, inesperados, románticos, no deseados, e inolvidables.
Pensé en lo que ellos fueron para mí, en lo que se convirtieron los que trascendieron en el tiempo y en los que no volví a besar. Desde el odiado Fernando Salas, que en octavo básico me agarró la cara con sus manazas y me dio mi primer beso a la fuerza mientras hacíamos un trabajo para el colegio en su casa. Yo me enfurecí y le pegué tanto que hasta su mamá llegó a ver que pasaba, y también recibió un par de manotones; hasta Luis, el pololo más importante que tuve y que me besó en la pieza de su casa, justo antes de pedirme pololeo con una rosa que tenía escondida en un vasito con agua detrás de su puerta, para que yo no la viera; y pasando por el famoso Algo Nicolás, al que conocí en el paradero de la micro cuando iba al preuniversitario un día sábado, cuando estaba en una de las clásicas pausas con mi pololo de ese tiempo. Nos pusimos a conversar, enganchamos, y nos fuimos a hacer un picnic al Cerro San Cristóbal, así de la nada. Compramos pollo asado y papas fritas, y como no teníamos servicio lo comimos con las manos. Hizo tanto hincapié en que Nicolás era su apellido y no su nombre, que olvidé como se llamaba. Después de eso nunca volvimos a vernos.
Tantos nombres, tantas historias. Todas con algo memorable, divertido, interesante…o por lo menos, más interesantes que Susan Strange.

martes, 6 de noviembre de 2007

Lo importante no son los gestos...

Vive en el piso 7 de mi edificio. Lo conocí el verano pasado en el ascensor, cuando algo “contenta” a causa de un par de pisco sours, lo invité sin ningún miramiento a carretear con unos amigos en la terraza del edificio.
En esa ocasión, terminé a las 2 de la mañana, en bikini y con otro de mis amigos, nadando en la piscina. Quedó loco.
Luego de eso y sin la influencia etílica, caché que era mejor pescarlo poco, porque había quedado bien entusiasmado con la simpática y sociable vecinita del 9.
Y eso me resultó hasta el día en que entraron a robar a mi departamento, un par de meses atrás, cuando en medio de la vorágine me encontré con él en conserjería. Amablemente, se ofreció a llamar al administrador del edificio porque tenía su número, y a prestarme su teléfono fijo para llamar a Carabineros, porque no conseguía hacerlo desde mi celular.
Se portó como un rey, creo que hasta me dio un abrazo y me dijo que lo llamara a cualquier hora y por cualquier cosa si tenía problemas. Me dio su tarjeta y al otro día, como soy una persona decente, le mandé un mail para agradecerle su ayuda.
Y ahí cagué. Casi todos los días me habla por el Chat de Gmail, me pregunta cómo estoy, como desperté y como me ha ido, me trata de usted (“como amaneció? , Tiene mucha pega?”), y hace un mes empezó con que me tenía un regalo y que lo pasara a buscar a su departamento.
Por supuesto, se trataba de un pescador muy rudimentario tratando de pescar un pez bastante astuto con un anzuelo demasiado común y corriente, de modo que nunca fui, excusándome por mi falta de tiempo.
Un día, en medio de mi reunión semanal de trabajo con mi profe, tocan el timbre. Abrí y era él.
-Hola, como estás?
-(Cara de incomodidad) bien, pero ocupada….-Al abrir, evidentemente vio a mi profe.
-No, si sólo te traía tu regalo, como no has tenido tiempo de pasar por mi casa- dijo, pasándome un pequeño macetero con brotes muy verdes y pequeños.
-Gracias, te pasaste! – le dije muy sinceramente
-Es cilantro, lo planté yo…pensé que como te gustaba cocinar te iba a ser útil
-Uf, un montón, muchas gracias.
Fue un lindo gesto, lo reconozco, y lo aprecié de verdad, pese a que el cilantro se me secó aunque lo cuidé bastante. Presumo que eran demasiadas plantitas para un macetero tan pequeño.
El punto es que ha seguido en la misma dinámica del “como le va?” matinal y “qué tal su almuerzo?” del mediodía.
Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre lo que cambia la perspectiva de uno cuando tiene sentimientos involucrados. Si él me interesara, lo encontraría adorable, simpático y demasiado preocupado, pero como no es así, seguirá en la categoría del pretendiente demasiado pegote al que a veces no le contesto sus Chat de Gmail porque me da lata.
Entonces, lo importante no son los gestos del otro, no es la cantidad y tipo de detalles que tenga con uno, no es el tipo de trato que te den, sino simplemente qué te provoca la otra persona. El resto es un accesorio, importante por cierto, pero que está en función de lo otro, del aprecio por la otra persona y de las ganas que uno tenga de darle un valor significativo a todos esos gestos que si no, resultan hasta vacíos y molestos.

viernes, 26 de octubre de 2007

¿Por qué fallan los matrimonios?

En Melrose Place, el piso 9 del edificio donde vivo, la mayoría de mis vecinitos obedece a la siguiente descripción: hombre, 35 años, separado, al menos un hijo.
Uno de mis amigos, al que veo esporádicamente pero con el que tengo amplio contacto por e-mail, me acaba de contar que se separa. Llevaba 4 años casado y no tiene hijos, y lo suyo era una relación de agachar el moño constantemente para que la cosa funcionara más o menos bien.
Mi profesor, con el que trabajo en una ayudantía desde comienzos de año, me contó que se también se separaba, y que iba a empezar a socializar esa decisión este verano, cuando sus hijos ya no estén en el colegio. La mayor tiene 14 y el menor, 8.
Incluso tengo varias compañeras de la U que se casaron y que luego se separaron sin siquiera terminar de pagar las 24 cuotas de la luna de miel, la fiesta, el vestido y el arriendo de la iglesia.
¿Por qué fallan los matrimonios?
Un proverbio inglés reza que el matrimonio es como una ciudad sitiada: los que están afuera quieren entrar, y los que están adentro quieren salir, pero como tanto! ¿Será que se acabó la paciencia, la tolerancia o las ganas de solucionar las cosas, o que simplemente ahora están las condiciones materiales y económicas para que las parejas que se avienen mal se separen en vez de aguantarse eternamente como pasaba antes?
Tengo una teoría personal. Creo que ahora, como la gente se enfoca más que antes en lo laboral, en lo profesional y en lo personal, se tarda más en encontrar pareja, y por eso, se casa más pronto y el matrimonio viene a reemplazar al pololeo, en tanto la gente se conoce verdaderamente cuando ya está casada, y decide si seguir junta o no. Lo malo es que eso no sólo implica un corte de relaciones, sino que un quiebre matrimonial, que muchas veces se produce con hijos de promedio.
¿Qué puede hacer uno para que los matrimonios no fracasen? Sin haberme casado nunca, y sin estar desesperada por hacerlo, creo que lo básico es la comunicación y la honestidad, incluso para plantear temas difíciles y complicados, y para saber que cualquier cosa que suceda mientras “la muerte no los separe”, será resuelta o conversada de a dos.
Parece simple, pero sin embargo, creo que nadie se casa creyendo que va a separarse en algún momento, por lo tanto, todos deben tener más o menos ese tipo de apreciaciones respecto al matrimonio, pero la cosa falla igual. ¿Será la vida moderna, la intolerancia o la falta de afecto la que hacen que la gente se separe?

lunes, 22 de octubre de 2007

Capacidad de asombro

-¿Será que yo soy la grave? Lo que pasa es que me parece totalmente normal no estar dispuesta a estar con alguien que se va todos los fines de semana de carrete con sus amigos, que llega curado, que no sabe qué quiere en la vida y que está marcando el paso en una pega que todavía no sabe si le gusta o no. Te juro que esta prolongación de la adolescencia de los hombres me tiene bien aburrida.
Mi amiga, que iba manejando, señalizó para doblar, me miró de reojo, frunció los labios y asintió, como diciéndome “sí, yo creo que tú eres la grave”.
Creo que otras veces he hablado de ella. Nos conocemos desde los 13 años, es preciosa, muy inteligente, y sabe perfectamente cómo hacer que un hombre se sienta necesitado, que piense que está salvando a una damisela en apuros (como tanto les gusta a ellos), siendo que ella no es ni damisela ni tiene ningún apuro.
-A ver - me dijo cuando ya habíamos doblado- de que eres mañosa, eres mañosa. Pero también tienes algo de razón, porque el tipo que me describes sí existe. En todo caso, hay que confiar en las excepciones, porque también hay tipos que no son así.
-Sí, es cierto eso, pero lamentablemente me he dado cuenta que los tipos que he conocido, casi sin excepción, siguen siendo adolescentes en cuerpo de hombres, igualitos a como eran en primer año de universidad. Lo que más me quema de eso es que perdí la capacidad de asombro. Conozco a alguien, salgo una o dos veces con él y siento que ya sé todo lo que viene, como que son todos iguales. Igual al anterior, igual al siguiente...
-Y no será que estás buscando equivocadamente?
-Buscando en el lugar equivocado?
-No, buscando en lugar de esperar a alguien que te sorprenda
Y me quedé pensando mientras miraba por la ventana del auto hacia la calle. Tal vez ese sea el problema, que yo siempre busco, y tengo que esperar. Mala cosa, porque soy demasiado impaciente.

viernes, 19 de octubre de 2007

No me digas “mi amor”

Conoces a alguien, salen un par de veces y todo OK. Es un tipo lindo, simpático y con tema de conversación, tres cualidades que tienden a no aparecer juntas en el común de los hombres.
Todo va bien, te llama un par de veces a la semana y siguen saliendo. Las cosas llegan rápidamente a los besos y a los abrazos, y en ese momento, es cuando se despacha aquella frase después de la cual, al menos yo, no puedo seguir. Te dice “mi amor, eres tan linda”.
En ese momento, la película romántica que en la que esta proto relación se estaba convirtiendo, se detiene de golpe y porrazo: se enredó la cinta en el cabezal, el celuloide se enganchó en la proyectora o la raya del DVD fue demasiado para el lector y no pudo continuar reproduciéndola.
Mi problema es que estoy consciente de la profundidad de la palabra amor, y no puede sino sonarme mentiroso que alguien que me conoce hace dos semanas me diga así. Uno dice “me gustas”, o a lo sumo “te quiero”, pero creo que debe pasar tiempo, haber más conocimiento y mayor cantidad de sentimientos involucrados para que te traten de ese modo.
Cuando me dicen “mi amor”, o “te amo”, me gusta que me lo digan a mí, y no que sea la manera cariñosa que tiene el otro para tratar a quienes viene recién conociendo. Para mí, lo lógico es que te lo digan cuando lo sienten, no como una bonita palabra de cortesía.

viernes, 12 de octubre de 2007

5 años

Rosa Montero, una de mis escritoras favoritas, decía que las células que más viven en nuestro cuerpo son las de los huesos, que duran 5 años.
Es decir, cada 5 años, y sólo desde el punto de vista biológico, somos seres distintos, y lo que nos hace mantener nuestra identidad a través del tiempo es el discurso que nosotros armamos sobre nosotros mismos, la manera en cómo nos construimos y con la que nos planteamos ante los otros.
Todo esto, a pito de que una de mis mejores amigas me recordó que hace casi 5 años que dimos nuestro examen de grado y nos convertimos oficialmente en periodistas.
Pensé en cómo era entonces: Pesaba como 5 kilos más de lo que peso ahora, usaba el pelo naturalmente ondulado, estaba enamorada y tenía planes de convivencia, juraba que iba a trabajar toda mi vida en un vespertino, corriendo todo el tiempo y persiguiendo las noticias, y que tendría un par de hijos en no demasiados años.
Hoy soy demasiado distinta, no sólo por el peso y el pelo liso. Entendí que para el amor, como para el tango, hacen falta dos y esa es una valiosa lección. Descubrí que después de trabajar 3 o 4 años persiguiendo noticias en una radio y luego en Internet ya tenía suficiente, y opté por una pega menos estresante pero entretenida en otra área, donde puedo desarrollarme y también tener tiempo para estudiar otras cosas.
5 años. Tanto tiempo y a la vez tan poco, es increíble que hasta en las fotos de ese día me veo distinta. Básicamente, porque en una aparezco con una amiga que me puso la mano en la guata y parezco embarazada, pero también hay otras cosas, como más experiencia de vida y un enfoque distinto para lo que viene.
PD: Esta foto es un homenaje a mi estación favorita, el invierno, que ya nos dejó definitivamente.

lunes, 1 de octubre de 2007

El documental

Contra mi tenaz negativa a tener contacto con mis ex pololos, he tenido un intercambio emilístico (de e-mails) con uno de ellos. En estos días.
Me rehúso a ser amiga de un ex (sin importar quién terminó ni por qué motivo) porque sostengo que si uno los quiso como pareja y no como amigos, es imposible construir una relación que ya no se dio en un primer momento.
Él era periodista como yo, pero se dedicaba a hacer documentales. Uno de ellos lo tuvo tan absorto en sí mismo que no tuvo tiempo ni espacio para ver que yo pasaba un momento difícil, y me dejó sola. La cosa por supuesto acabó mal, pero quedé con el alivio de haber salido de una situación que me generaba conflicto y preocupación constante, y dada mi coyuntura conflictiva de ese momento, también pena innecesaria.
Lo bueno de todo esto es que al parecer, el tiempo que le dedicó al documental le redituó bastante, porque se ha ganado un par de premios en festivales chilenos y ahora está en la selección de participantes de algunos extranjeros, y la próxima semana va a ser mostrado en el Festival de Cine de Valdivia, fuera de competencia.
Él me avisó para que lo viera, porque había dejado para los créditos del final la canción que le había propuesto (La Cigarra, de León Greco), y había también un agradecimiento para mí.
Le mandé un mail agradeciendo el gesto y diciéndole que lo veré cuando tenga una oportunidad, porque este año no me arrancaré a Valdivia, como suelo hacer. Después de esos mails, en los que hubo sinceridad y buena onda, quedé con el sentimiento de que después de todo, los últimos meses de esa relación no fueron tan estériles como yo creía, y que ese pololeo me dejó un buen sabor de boca.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Verdades de perogrullo

El sur es mágico. Tengo una conexión especial con las caletas de pescadores, los pequeños pueblos de casas con cocinas a leña y las laderas húmedas, tapizadas de árboles entre los que se enredan las nubes.
Agarré mi mochila y me mandé a cambiar, sin planes, sin panorama fijo, sin reservas para el alojamiento y casi sin plata. Y casi me quedo a vivir en Puerto Cisnes. Hubiera sido fácil: pedirle a mi mamá que arrendara mi departamento en Santiago, establecerme en la pega que me dijeron que estaba vacante en la salmonera, de jefa de comunicaciones internas, buscarme una casa linda, de madera, con una cocina amplia y dedicarme a conocer la región los fines de semana. Demasiado tentador.
Pero me llamé a la cordura, porque una decisión tan importante se toma con tiempo y se hace bien, dejando todo listo, todo dispuesto. Además, me conozco y sé que un par de semanas después de haberme establecido en el sur estaría vuelta loca deseando un cine, un café decente, un supermercado, porque también tengo marcado a fuego mi lado citadino.
Lo bueno es que el viaje me sirvió para pensar, para despejarme de tanta cosa superflua que me ha inquietado en el último tiempo, y para recobrar una verdad que puede parecer de perogrullo, pero que a veces olvido: hago las cosas que hago por mí, para mí, por mi felicidad y mi bienestar, no para los demás. Por eso, como ya me había dicho una amiga a pito de un horóscopo azteca, mi problema es que vivo demasiado enfocada en el futuro, construyendo las cosas que disfrutaré dentro de algún tiempo, pero que fallo al disfrutar el presente sin complicaciones, ese presente de olor a mar y a leña quemada, de mañana nubosa, de botes a remo y llovizna en el muelle que me regaló la XI Región.

martes, 11 de septiembre de 2007

Separados y con hijos

Vivo en Melrose Place, o al menos así le decimos con mis vecinos al piso 9 de mi edificio. Prometeo, amigo de años, arrienda uno de los departamentos, y producto de mi carácter sociable he conocido a todos los que viven ahí, por lo que se puede decir que al bajar del ascensor, se entra a una casa grande con piezas en lugar de departamentos.
Nos juntamos a menudo, salimos a almorzar afuera y algunas veces, como el domingo pasado, tomamos té y nos quedamos conversando hasta tarde.
La particularidad del piso 9 no es sólo esa: es además el piso de los separados. Dos de mis vecinos se encuentran en esta situación, en la que están desde un tiempo más o menos reciente, de modo que han podido compartir experiencias y vivencias acerca de las visitas a los hijos, las pensiones alimenticias, el planchado de las camisas y el despertarse solo cada mañana en una cama matrimonial.
Producto de esas conversaciones me he dado cuenta de que a mis 27 años, la gente que puedo conocer con algún potencial de pareja cada vez se aleja más del joven profesional despreocupado con el que hace un año o dos solía salir, ese que está trabajando hace poco tiempo, con un par de pololeos en el archivo, y la vida por delante para hacer lo que se le plazca, y se acerca más al adulto joven que supera los 30, que probablemente tiene hijos o está separado, o ambas, y que por lo mismo, ha adquirido una serie de responsabilidades que vienen en el pack junto a todo lo demás.
Porque seamos honestas, si uno conoce un tipo culto, simpático, tierno, lindo, de treinta y algo, y que no se haya casado o haya tenido una relación importante de manera reciente, pensamos que debe haber gato encerrado (y probablemente lo haya).
Lo que pasa es que aunque nunca he estado en la situación, debe ser complicado decirle a las amigas “no, mi pololo no pudo venir porque tenía que ver a sus hijos”, o bancarse el “mi amor, no puedo salir contigo este fin de semana porque tengo que ver a los niños”. Eso debe ser super fuerte, considerando que un hijo de por medio implica también una ex pareja con la que habrá un vínculo duradero e indisoluble.
No sé si yo esté dispuesta a eso, a estar con alguien que tenga hijos, y aunque tampoco es una situación ideal, prefiero un separado sin progenie.
Una vez ya estuve ahí, y la cosa terminó catastróficamente cuando encontré al susodicho con su ex esposa, entre las mismas sábanas en las que habíamos dormido la noche anterior.
El punto de todo esto es que Melrose Place es un fiel reflejo de la realidad a la que nos enfrentamos las mujeres de mi edad, y de la que probablemente saldrá nuestra futura pareja: los hombres disponibles se dividen en dos tercios separados y con hijos (mis dos vecinitos), y un tercio de solteros que con toda razón, nos levanta sospechas (mi amigo Prometeo).

jueves, 6 de septiembre de 2007

Feliz día papá

Una vez, cuando tenía 5 años, salí con mi papá al centro. Íbamos caminando por Alameda cuando el taco de mi zapato rojo con correita se quedó pescado en la rejilla de ventilación del metro, donde muchas otras veces se me ha quedado el taco aguja de alguno de los zapatos que uso ahora.
Él se agachó y me dijo que me lo desabrochara y sacara el pie de su interior, porque así iba a ser más fácil desatorarlo. Le hice caso y miré cómo hacía fuerza y luchaba para que las fauces del monstruo le devolvieran el zapato de su niña.
Cuando logró recuperarlo, me sentó en el suelo, me arregló el calcetín, que se había salido un poco, y me abrochó con sus manos grandes y torpes la hebilla miunúscula. Me quedó muy apretada, pero no le dije. Estaba conmovida porque ese fue el gesto más grande de heroísmo que había recibido en la vida.
Hoy está de cumpleaños, así que sólo quiero decirte feliz día papá.

viernes, 24 de agosto de 2007

El hueón que te abraza

Mi jefa es una mujer linda, exitosa, simpática y económicamente solvente, de 33 años. Hace poco terminó con su pololo, un chico “full postgrado”, como ella misma dice, abogado de profesión, esotérico en esencia como ella, y que trabaja en la representación de la Unión Europea en Chile.
Anduvo medio mal un par de semanas, triste y pensativa, apagada, hasta la semana pasada, cuando se enganchó con un alemán 4 años menor que ella, que uno de sus amigos le pidió que paseara por Santiago.
Veníamos de una reunión a la oficina, en su auto, cuando surgió esta conversación:
-Barbarita, sabes que hace unos años yo era igualita, pero es que igualita a ti
-En qué sentido?
-Que buscaba al gallo más cool, full postgrado, el cerebrito, el tipo viajado y culto, el hueón inteligente poh.
-Ya, si es cierto, reconozco que yo soy un poco así, pero tampoco taaaaanto- dije, tratando de disimular que acaba de describir al prototipo que para bien o para mal, tengo metido en la cabeza.
-Es que sabes, te voy a dar un consejo y te voy a ahorrar hartos errores. Esos gallos no sirven, igual que los minos-minos. Uno tiene que buscarse un mino sin tantas aspiraciones y no tan venido a top, alguien con sentido del humor, que sea comprometido, que esté ahí contigo, que te quiera, porque Barbarita, te lo digo, uno de repente no quiere nada más que un abrazo, y el gallo cool por lo general en esas situaciones donde uno necesita contención no está ahí. Uno necesita al hueón que te abraza, que está ahí, que a lo mejor no tiene los postgrados ni la ropita de Zara ni se ha paseado por Europa, pero que es un gallo real, jugado, de verdad.
-Sí, tienes razón. A lo mejor uno cae demasiado en eso de fijarse en un tipo de hombre muy específico, y como que descarta al resto a priori.
-Sip, eso mismo. Yo hace un tiempo ni hubiera mirado a este alemán, que es más pendejo, medio rellenito, y hasta un poco infantil, pero ya ves. Estoy demasiado contenta, este gallo me hace reír, se cacha que está ahí conmigo, y lo mejor de todo: me abraza.
Y bueno, no podía menos que quedarme pensando en eso, en que quizás ella tiene razón, y uno tiene que diversificarse más. A lo mejor no es malo vitrinear allí donde jamás hubieras mirado, claro, manteniendo los estándares. Si tampoco se trata de no tener filtros, sino que simplemente, de relajarlos un poco.
¿Qué dicen ustedes?

viernes, 17 de agosto de 2007

A veces...

A veces me pasa que las cosas me superan y todo se junta. La pega, el estado de ánimo, el estudio, la vida.
Me da rabia que todas las cosas que tengo me cuesten el doble que al resto de la gente, como las buenas notas en el magíster, para las que invierto el tiempo que le robo a mis amigos y a mi familia; los logros laborales, las cosas materiales.
Me da rabia ser fuerte y poder reponerme siempre tan rápido de todo: del robo a mi departamento, de la pérdida de uno que otro romance y de un par de pololos importantes.
Me carga querer hacer bien todas las cosas que hago (trabajo, ayudantía, magíster, vida social…), y desesperarme porque algo no salió como quería, porque de haber tenido más tiempo para hacer el trabajo hubiera obtenido una mejor nota, o porque el día no me alcanza para adelantar pega y no colapsar con los informes quincenales.
Me da pena que la única persona que me trata como quiero que me trate una pareja es mi profesor, que muere por convertirse en eso.
También me da lata querer estar con alguien pero sin ningún candidato decente a la vista, sin nadie que me mueva el piso o que me guste siquiera.
Lo bueno es que como soy fuerte (aunque a veces me da rabia serlo), se me pasa rápido, me dura poco, y me enfoco de nuevo en las cosas importantes.

Bonus track: Transanblondie
No cabía un alfiler, y aunque no ando en metro, la visión de la disco me recordó a esas imágenes del Metro totalmente colapsado o esas micros del Transantiago en hora punta, el las no puede entrar ni siquiera una persona más.
La música, increíble, como siempre.
Como lo estaba pasando increíble junto a mis amigas, a la 1:20 me percaté de que hace 20 minutos había quedado de encontrarme Con Jaime Cullum en la barra.
Fui a ver pero no estaba y no lo divisé en toda la noche. Mejor en todo caso, así no tengo cerca a la tentación de una aventurita, porque ya saben qué les pasa a los que duermen con niños.

lunes, 13 de agosto de 2007

Escena 1: Jamie Cullum Again

Riiing. (Llamada al celular. Número desconocido)
-Aló
-Aló, hola, como estás?
-Bien (con voz de duda)…con quien hablo?
-Con Jamie Cullum…te acuerdas de mí?
-Hola! (con voz de sorpresa, se suponía que nuestro furtivo encuentro de una lejana noche en el mes de mayo, y la posterior salida a comer con resultados catastróficos, profusamente festinada en este mismo blog, ya había quedado en el pasado)
-Te llamaba porque el martes habrá una fiesta super buena en la Blondie (lugar donde nos conocimos)…y quería preguntarte si vas a ir, porque quiero verte.
-Sí, voy a ir, ya compré la entrada.
-¿Y te gustaría verme?
Lo pensé. Me acordé del día que nos juntamos después de la fiesta, para devolverle el chaleco que tan amablemente le había prestado a mi amiga que sufrió el hurto de su parka. Yo bajé al metro, donde nos íbamos a encontrar, y ahí estaba: arreglado, chaqueta de terciopelo negra, perfumadito, con sus 24 años. Es cierto que también fue un barsa: quería quedarse en mi depto o que yo me fuera con él a un hotel, pero después no tenía plata para taxi. En todo caso, verlo en la disco, bailar apretado, sacarme de encima el exceso de besos para dar que ya me estaba molestando, y volver a la dinámica de “no, no te preocupes por ir a dejarme, que vuelvo sola” no me pareció mala idea.
-Ya, bueno, sería entretenido.
-Ya, bacán, tengo ene ganas de verte. Juntémonos en el bar a la 1
-OK, ahí nos vemos

Próximo capítulo, jueves 16 de agosto

martes, 7 de agosto de 2007

Tres pensamientos al cierre

Crecimiento y cambio
Crecí y cambié, eso fue lo que pasó.
Por cierto que la esencia permanece, no se modifica y sigue ahí desde que somos unos bebés hasta que nos convertimos en viejitos, pero hay otra parte de nosotros que se modifica, evoluciona y muta a lo largo de los años.
A veces es por elección, como cuando elegí irme de la casa de mis papás y tener mi propio espacio. Otras, es por accidente, como cuando miras a tu alrededor y te das cuenta de lo distinto que eres hace un par de años, de lo diferente que haces las cosas ahora, de lo nuevo que tiene tu vida.
El crecimiento y el cambio son de naturaleza distinta: uno crece manteniendo la misma orientación que venía desarrollándose desde antes, pero el cambio es en una dirección distinta, y yo he tenido de ambos movimientos.
Llegué a estas conclusiones luego de períodos de cuestionamiento cortísimos pero esporádicos que me embargan últimamente, y que me hacen pensar respecto de mí, de mis amistades y de mis prioridades en la vida. El que sean tan cortos, intensos y reiterativos implica, sin ninguna duda, que estoy en el medio de uno de esos períodos de movimiento. “Entonces, actúo como siempre: me relajo y disfruto el vaivén”, pensé.

El chico del corazón con Alusa
Ayer ví al chico de corazón del corazón con Alusa. Acto inaugural del segundo semestre de la Universidad donde ambos cursamos un magíster –por suerte, no el mimso-, y me dio un poco de risa advertir que se dio cuenta de mi presencia y volvió a mirar al frente para que yo creyera que no me había visto.
Recordé la lata que me dio que no me llamara más después de los besos y abrazos que nos dimos hace algunos meses, pero ya no había nada de eso. Ni ganas de saludarlo me quedaron. “A lo mejor mi corazón también está envuelto en Alusa ahora”, pensé.

El beso
Saliendo del acto del Segundo Semestre, me puse a pensar en quién fue la última persona a la que besé. Jamie Cullum, hace un par de meses, un chico demasiado guapo y menor que yo, al que conocí en una disco. “Ha pasado demasiado tiempo y tengo que ponerme en campaña”, pensé.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Catastro

Acostada en mi propia cama, entre mis sábanas limpias, y mirando todo ordenado perfectamente de nuevo, me puse a hacer mentalmente el catastro del robo.
Se llevaron mi TV de plasma, mi guagua, la misma que no dejé que nadie cargara cuando me cambié de casa, para que no existiera ni el más mínimo riesgo de que se rompiera. Se la llevaron pero sin el transformador, y con el control remoto del DVD, que es de la misma marca. Es decir, no van a poder hacerla funcionar (y de paso, me dejaron el DVD sin control remoto y el de la TV, completamente inútil). Eso me hace sentir un poco mejor.
Se llevaron mi chequera. Estaba guardada porque jamás la uso, así que entré en pánico y llamé inmediatamente a mi banco maravilloso, con atención las 24 horas por teléfono. Ninguno de los cheques fue cobrado, así que di inmediatamente la orden de no pago, y ellos se encargarán de la publicación y todos los demás aspectos legales. Tuve que gastar 18 lucas en este trámite, así que también las contaré como baja producto del robo.
Se llevaron también mi depiladora. Sé que es tonto, pero como hurgaron y revolvieron en mi ropa interior, donde la guardaba, debe haberles parecido fácil llevársela aunque no era un objeto demasiado caro.
La chapa de seguridad que puse esa misma noche fue un regalo de mi profesor, así que no la conté como desembolso.
Lo que no se llevaron fue un anillo, una pulsera y una cadena de oro que guardaba dentro de una caja de zapatos con los pijamas de la estación anterior en la que no repararon. No les tenía demasiado aprecio porque no me gusta el oro, pero al recordar que me las había regalado mi abuelo fallecido hace años, me alegré de que aún estuvieran ahí.
Tampoco se llevaron todo el resto: el DVD, el computador (donde tengo trabajo avanzado de mi tesis de magíster), el equipo de música, el secador de pelo (tan necesario en mañanas frías como las de ahora), y todo lo demás.
A punto de quedarme dormida, en ese estado de tibio abandono que uno siente antes de caer a lo profundo del sueño, pensé que pese al susto que aún tenía de pasar mi primera noche sola en el departamento donde me entraron a robar, no me habían quitado, ni yo iba a dejar que me quitaran, mi pertenencia a ese departamento, a ese lugar, a esas cosas que yo misma había convertido en mi hogar.

martes, 31 de julio de 2007

El robo

Se pueden llegar a morir lo fuerte que es llegar a su propia casa y ver sus cosas en el suelo, tiradas, la cama deshecha, y la puerta perfectamente cerrada.
Es atroz la sensación de que ni en tu propia casa estás seguro, de que cualquier persona, literalmente cualquiera, pudo ser la que entró, revolvió todo y se llevó tu TV de plasma de 24 pulgadas sin que nadie lo viera, porque le faltó tiempo para llevarse todo lo demás. Lo peor es pensar que pese al cambio de chapa hecho inmediatamente, quien entró puede volver a buscar todo lo que dejó.... más que mal, ya pudo abrir una chapa cerrada.
Es terrible la sensación de no poder entrar a tu casa, de no poder bañarte en tu baño, no poder ponerte tu propia ropa porque alguien la tocó quizás de qué manera, no poder abrir tu refrigerador y sacar tu comida de adentro.
Es terrible sentir que alguien se metió en tus cosas, y revolvió, rompió, botó, destrozó y robó impunemente, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie supiera, y sin que a nadie le importe.

lunes, 30 de julio de 2007

El tesoro

Tuve una experiencia bastante fuerte el sábado pasado, que me hizo cambiar una de mis más férreas posiciones ante la vida: decidí que quiero tener hijos.
Como todas las cosas importantes, partió como una casualidad: Una amiga que se cambiaba de casa me pidió ayuda y compañía para el proceso. Mirando entre las cajas que ya había armado, y las bolsas que contenían lo que iba a desechar, me mostró el contenido de unas cajas húmedas, rescatadas de la bodega del departamento después de haber sido afectadas por una inundación.
Se trataba de cosas dejadas ahí por los antiguos propietarios: una pareja de abuelitos que murió sin hijos y sin más herederos que unos sobrinos lejanos, que le vendieron el departamento a mi amiga, sin siquiera ver qué tenía adentro la bodega.
El contenido era prodigioso: más de 100 botellas de vino (lamentablemente en mal estado), loza, revistas, vestidos a la usanza de los años 50, moldes de ropa, cartas, libros. Envueltos con cuidado, había una caja preciosa, aunque húmeda, de pañuelos bordados, unas medias antiquísimas de esas para sujetar con un liguero, y sábanas de algodón con las iniciales bordadas. Me sentí como hurgando en otro mundo, en las posesiones que alguien guardó y envolvió pensando en usarlas en un momento adecuado, pero que terminaron arruinadas por la filtración de agua, el paso de los años y la falta de descendientes que se hicieran cargo de ellas. Ahí estaban los libros, las cartas y la ropa, las cosas de cocina y los aparejos de pesca (al parecer, el abuelo pescaba), mudos, mohosos, húmedos, incapaces de contarnos cuan importantes habían sido para ese matrimonio de ancianos.
Hice el ejercicio de imaginarme el aprecio que ellos le tenían a todos esos objetos, y tuve una sensación de impudicia tremenda, de estar fisgoneando en un lugar especial para el que no tenía permiso de entrar y del cual no sabía absolutamente nada, pero de todos modos estaba abriendo las cajas, desatando los nudos, rompiendo el envase inmaculado de las medias.
Sé que es tonto, pero quiero tener hijos para que alguien se quede con mi colección de diarios del mundo, con mis trabajos de la universidad y de los diplomados que he hecho y que he guardado sistemáticamente, con mi colección de bandas sonoras, con mis fotos, con mis artículos de cocina.
Además, quiero tener hijos para que a su vez ellos tengan hijos, y puedan decirles a ellos “la abuela era una vieja loca, era capaz de tomarse una botella y media de vino sin curarse, le encantaban las películas y siempre que caminaba por la calle le miraba el traste a los lolos que pasaban”. Quiero tener hijos para no ser la imagen desdibujada que una desconocida tenga de mí al ver mis cosas, como lo fue el sábado en la noche la antigua dueña del departamento de mi amiga.

miércoles, 25 de julio de 2007

40-0

-Conforme uno más estudia, más conoce y más cosas vive, se achica el “público objetivo”, es decir, pensando en una pareja cada vez nos sirven menos micros- dije, teniendo esta conversación que hace tiempo me ronda la cabeza, con otra persona. Antes lo hablé con mis amigas, que solidarizaron con la moción. Esta vez, el interlocutor era mi profesor.
-Sí, pero tampoco es tan así.
-Por qué? En mi experiencia pasa eso…A veces conozco a alguien que me hubiera gustado hace dos años, pero no ahora.
-Mira, lo que pasa es que a lo mejor no sabes lo que buscas. Yo creo que uno debe buscar a alguien que te entretenga y que te llame la atención.
-Claro…-dije, sin estar muy de acuerdo.
-Eso sí, concuerdo con que mientras uno más evoluciona como persona, hay menos gente que te llama la atención, menos aún que te entretiene, y todavía menos que te provoca las dos cosas, porque uno se entretiene y se impresiona con cosas distintas a lo largo de la vida. Eso sí, ninguna de ellas tiene que ver con la educación, mas bien con el conjunto de experiencias, de todas las experiencias, que han vivido las otras personas.
-Es verdad, no lo había pensado así...
-Claro, porque tú andas midiendo a la gente por los estudios, por los títulos, cuantitativamente, lo que no es el único ni el mejor referente.
No dije nada. 40-0, triple punto de partido para él.

lunes, 23 de julio de 2007

Las Cinco doblevés de mi última cita

¿Dónde?/ ¿Cuándo?
-¿Qué van a querer?
-Un capucchino con crema para mí…y tú?-dije
-Mmmm, lo mismo pero sin crema- dijo él
-Ah, y medias lunas. Unas 4, dos para cada uno
-Muy bien
El mozo anotó en su libreta, nos retiró la carta y se fue a preparar el pedido detrás del mesón, del que quedamos inconvenientemente cerca porque no había ninguna otra mesa desocupada. Los domingos en la noche se han vuelto populares en el Barrio Lastarria.

¿Quién?
Tengo problemas para esperar a que los hombres se me acerquen. Siempre he creído que es mucho más fácil ser hombre que mujer en esta sociedad, donde son ellos los que eligen, se acercan, invitan y proponen, y como me es más fácil portarme así que esperar a que alguien interesante se digne a elegirme/acercarse/invitarme/proponerme, termino siendo yo la que juega ese rol. Me ha ido bien y también mal, porque a veces los hombres, evidenciando algún resabio de machismo, se sienten amenazados por una mujer que toma la iniciativa y huyen en desbandada a los cerros más cercanos.
Pero él no huyó. Se trata de un colega periodista con el que hablé por pega una vez, y como seguimos en contacto, al final decidimos darnos nuestros messengers para comunicarnos de manera más fluida. Conversamos toda la semana pasada, y como cada vez evidenciaba ser una persona más inteligente y simpática, hice la siguiente proposición-afirmación por vía electrónica, el jueves pasado:
-Sabes? Nos tenemos que tomar un café
-Ya, perfecto!! Cuando?- dijo él
-Mmm, estoy media ocupada, pero el domingo puedo
-Perfecto! Dame tu teléfono y coordinamos
Luego del intercambio, recibí su mensaje el domingo al mediodía, estableciendo la hora y preguntando dónde íbamos. El lugar lo elegí yo: Lastarria.
Este acuerdo de juntarnos se produjo luego de una semana de conversación y ningún intercambio de foto ni referencia a nuestra apariencia.
Dato freak: El profesor con el que trabajo en la ayudantía (sí, el del abrazo luego de mi cuasi atropello), le hizo clases en la universidad, y tratando de recabar más antecedentes, me había dicho que era un tipo simpático, inteligentísimo, e igualito a Harry Potter.

¿Cómo?
Nos juntamos en el lugar indicado. Llegó 15 minutos tarde (un punto menos), pero sólo lo esperé cinco, dada mi costumbre de llegar 10 minutos después la primera vez que me junto con alguien. No es por hacerme la interesante, sino porque en promedio, es lo mismo que ellos se demoran en llegar. Pensaba encontrarme efectivamente con el mago de Gryffindor, pero en su lugar, llegó una extraña mezcla entre Jeremy Irons y Papelucho, no feo, pero abismantemente lejos de mis gustos masculinos. Dos puntos menos.

¿Por qué?
Sentados en el café, hablando de su infancia en Venezuela, de su pega desde la casa –que envidia!!!- y de los viajes que le gustaría hacer, me di cuenta que no íbamos a llegar a ninguna parte.
No fue su pinta, ni su conversación, sino su voz. Es una tontera, pero yo hablo muy rápido, y me cuesta seguir a la gente que habla dos palabras por minuto, y más encima bajito.... y bueno, él es así.
Pedimos la cuenta y nos fuimos temprano, más de lo que tenía presupuestado, y me acompañó caminando hasta la esquina de mi casa, donde él debía tomar el metro.
-Oye, gracias, lo pasé super bien- dije al despedirme
-Yo también. Pucha, juntémonos de nuevo
-Pongámonos de acuerdo- dije, pensando en que de verdad, no tengo ganas de ser ni su Lolita, ni su hermana Ji, ni su marciano ni ninguna otra co-protagonista de las historias de Jeremy o de Papelucho.
Lo bueno de todo esto es que sigo practicando, presa de un espíritu deportivo a toda prueba, el salir, conocer gente y generar que más personas entren en mi vida.

PD: Les recomiendo este buen blog acerca de las otras 5 doblevés de los periosidtas:
http://www.malaspalabras.com/dia-del-periodista/

martes, 17 de julio de 2007

Todo vuelve a la normalidad

Frijoles negros

-Mami, le pongo más caldo?
-Póngale más caldo – Dije yo, relamiéndome sobre el plato vacío en el que hace poco rato hubo una sopa de porotos negros que me zampé en un tiempo indecorosamente corto.
-Parece que te gustó, mami
-Me encantó! Demasiado bueno. Había comido porotos negros pero nunca en sopa…realmente notables
-Sí, es que soy un excelente cocinero, y además tengo sentada frente mío a la mejor inspiración. Es que tú eres un sueño de mujer, mami, eres deliciosa
-Ah si? Pero no creo que más que los porotos negros, jajajaja
-Para mí, más que todo.

14 horas antes
Lunes feriado en la noche, caminaba por la sección de verduras del supermercado buscando en qué bolsillo había puesto la lista de las compras, cuando un tipo moreno (mulato según me corrigió después), no muy alto ni muy guapo, con cara de caribeño, pasa por mi lado y me dice “mami, que bella que eres”. Yo me reí ante lo inesperado del comentario, y proseguí mis compras.
Poco después, en la sección de perfumería, probaba unos body mist cuando el sujeto se para a mi lado y me dice “mami, tu no necesitas eso, porque eres un sueño y los sueños no se perfuman”. Debo reconocer que me hizo gracia. Nos pusimos a conversar y me contó que era ecuatoriano, que estaba hace un año en Chile y que se pagaba sus estudios de informática trabajando de mozo.
-¿Y donde vives, mami?
-Cerca de aquí
-Mira, yo también…
Tras preguntarle donde, me dio la ubicación y número de mi edificio. Curiosamente vivíamos donde mismo, pero con 3 pisos de diferencia.
-Pero esto hay que celebrarlo!!!!- dijo, preguntando si prefería vino o champaña. Por supuesto escogí lo primero.
Nos tomamos la botella completa de Casillero del Diablo, conversamos de Ecuador, de la situación de los cafeteros (su familia tiene plantaciones) y de su enfrentamiento violento con el frío magallánico meridional que ha hecho en los últimos días.
Al despedirse, me invitó a almorzar a su casa (“Te voy a hacer una comida bien sabrosa, mami, frijoles negros como los preparamos en Ecuador”) y me dijo que yo era una hechicera porque lo había embrujado, que era la mujer más linda que había conocido en un supermercado (lo que sumando y restando no es tanto halago, porque no es una situación muy común que digamos), y que le encantaba mi manera de ser.
Yo sólo me reía ante su labia centroamericana un poco jote. El tipo me cayó bien, era simpático, pero cero posibilidad de nada más. En todo caso, tomé la oferta del almuerzo y la buena onda porque hace tiempo que no me pasaba algo telesérico, fuera de lo común y digno de contar, como que alguien me piropee en el supermercado, se acerque a hablarme, resulte simpático y agradable, y que coincidentemente viva en el mismo edificio que yo. Parece que después de todo, las cosas están volviendo a la normalidad, o por lo menos, a mi normalidad.

domingo, 15 de julio de 2007

Días como hoy

Algunas veces hay días como hoy, en los que me desperté extendiendo el brazo derecho, buscando del otro lado de mi cama la presencia de alguien. Mi mano rozó suavemente las sábanas blancas con líneas azules y celestes, y las encontró frías, más allá de la zona que estaba tibia por la presencia de mi propio cuerpo.
A veces hay días como hoy, en los que nos resultaría fácil tocar la cara de alguien, acariciar su espalda y rozar su cuello con nuestra sonrisa.
Hay días como hoy, en los que como muchas veces, necesitamos ese contacto cercano, más íntimo, más ligero, más cómplice.

martes, 10 de julio de 2007

El amor a sí mismo

Ayer tuve un almuerzo revelador en el amplié la máxima escolástica que asegura que el único amor que existe es el amor a uno mismo, y que en base a él (según la expansión nihilista del mismo pensamiento), cuando buscamos a alguien para que sea nuestra pareja, sólo queremos los ojos más brillantes posibles, para que nuestra propia imagen se refleje de mejor manera cuando miramos en ellos.
La versión 2.0 de este pensamiento, que todavía no sé si comparto (básicamente porque en alguna época de mi vida me enamoré perdidamente de alguien que estaba perdidamente enamorado de mí), es que en una relación, siempre hay uno que se ama a sí mismo y otro que ama a su pareja.
Esta teoría es interesante, no porque sea necesariamente cierta, sino porque en las distintas relaciones de nuestra vida, más de una vez hemos sido los que nos miramos el ombligo esperando atenciones, cuidados y mimos del otro, y también más de una vez somos los que prodigamos esos cuidados sin recibir demasiado de parte de la otra persona. La asimetría en las relaciones de pareja, que le llaman.
Esto, como dije, no es necesariamente así en todos los casos, porque hay relaciones simétricas, donde ambos son capaces de mirar más allá de sus narices y advertir al ser humano que tienen en frente, pero tampoco es menos cierto que las relaciones tienen esas asimetrías más veces de las que nosotros quisiéramos.
¿O será a caso que de todas maneras, pese a que estamos dispuestos a dar, a entregar y a enamorarnos del otro, buscamos alguien que aprecie, que sepa valorar aquello que nosotros sabemos que somos, como si buscáramos el espejo que nos devuelva una imagen más fiel de nosotros mismos? ¿Será por eso que nos encanta cuando alguien nos dice aquella palabra justa, adecuada y a tiempo, que se condice con la percepción que tenemos de nuestra propia persona?

miércoles, 4 de julio de 2007

Modernidad v/s Postmodernidad

Parece que por fin llegué al fondo de este problema. Mucho nos quejamos de que los hombres no quieren compromisos, y que al menor atisbo de interés de una mujer, huyen en desbandada y se pierden de vista.
Una de mis amigas también ha tenido dudas en estos días, porque vivió una situación calcada a la mía con el chico de corazón de alusa: todo iba bien, besos y abrazos, despedidas con “cuando nos vemos de nuevo, preciosa?” y de un momento para otro, el silencio.
Lo que al parecer explica este y otros casos es que el compromiso y la fidelidad son cosas modernas, mientras que el individualismo es postmoderno, por lo tanto, quienes quieren una relación como la gente, están buscando un elemento moderno en la postmodernidad. Así también, quienes votan por las aventuras de medianoche que no los hacen perder su individualidad, nadan en las aguas postmodernas.
Eso explica también los arranques post modernos que todos tenemos de vez en cuando, situaciones en las que por un par de días, una noche o algunas horas nos conforta la compañía de alguien que luego, con el sol arriba o transcurrido un período corto de tiempo, deja de tener interés para nosotros y seguimos por la vida como si nada (o casi nada) hubiera pasado.
Hay que ser honestos: todos hemos estado de uno u otro lado. Todos hemos tenido alguna aventura postmoderna y también, en otros momentos, nos hemos aferrado a los ideales modernos de pareja, cotidianeidad y desayuno en la cama que ella implica.
Desde marzo que yo misma estaba buscando mi equilibrio en lo moderno, pero algo cambió. Será mi oscilante movimiento entre sacerdotisa del culto no declarado a Rafaella Carrá y joven profesional que cree que cualquier hombre querría tenerla a su lado por un tiempo largo y que no se conforma con menos que eso.
Puede ser también que otra vez se cierra un ciclo en mi vida, y que vuelva a abrirse en cualquier momento, pero al parecer, la moderna necesidad de cotidianeidad va en retirada, y la postmodernidad ingresa de nuevo.

lunes, 25 de junio de 2007

"Santiago llora por ti"

Esta era la frase asquerosamente cursi que una de mis mejores amigas escuchó proveniente del buzón de voz de su celular, al final de un mensaje de cumpleaños de su ex pololo, que en el último tiempo, y pese a que llevan casi un año separados, ha adoptado la inexplicable costumbre de llamarla, a horas bastante poco apropiadas, para “saber cómo está”. El mensaje hacía alusión a que ella no estaba en Chile el día de su cumpleaños, y que coincidentemente, llovía sobre la capital.
Siempre me he preguntado por qué los ex pololos llaman para saber cómo está una. Aclaración: la amistad con los ex es un deporte que yo no practico ni me interesa, debido a que creo que si uno quiere a alguien de pareja, status superior a un mero amigo, es imposible degradarlo de categoría y tener una relación sincera con esa persona. Conozco gente que lo hace y que le resulta fantástico, pero yo simplemente no puedo.
Hace algún tiempo, conversé este tema con un tipo que recién venía conociendo, y me dijo que es algo tremendamente machista, porque los hombres pese a saber que ya no hay una relación de por medio, se quedan con el sentimiento de pertenencia y de cuidado de la otra persona, y en tanto esto último, les interesa saber cómo está la susodicha, sobre todo si ellos han sido quienes rompieron la relación.
Debo decir que durante un tiempo largo tuve episodios de este tipo con un ex, el único al que creo que he amado verdaderamente y por el que hubiera sacrificado todo, mi carrera, mi vida laboral e incluso mi enhiesta posición de no querer hijos.
Luego de que terminó conmigo me llamaba insistentemente para saber como estaba. “Destrozada, como quieres que esté?” le respondí la primera vez. “No te mereces nada de mí, ni siquiera saber si estoy bien o estoy mal”, le contesté, hostil, la penúltima vez que hablamos, cuando le dije que no me llamara más porque él había elegido que nuestros destinos se separaran y una de las consecuencias de su propia decisión era no saber nada mío.
Luego comenzó con mails que también respondía hostilmente, hasta que una llamada inesperada, a casi 3 años de ya no estar juntos, marcó el término. Me dijo que yo había tenido razón, que se había equivocado en su decisión y que siempre me iba a querer, porque yo era una gran persona. “Muchas gracias, pero tengo alguien que me recuerda eso todos los días en la mañana”, le dije, porque en ese momento estaba emparejada y feliz. Nunca más hizo intentos de contactarse conmigo.
Esta historia puede sonar terrible y mi postura puede parecer radical (y de cierta manera lo es), pero lo que pasa es que no entiendo esa persistencia, ese “quiero saber de ti a toda costa, incluso si tú no quieres que yo sepa nada”.
Cuando yo he terminado una relación, no me acerco por respeto, porque sé por experiencia propia que lo que menos necesita el corazón sangrante del otro para recuperarse es la influencia de la persona que provocó la herida, y que una vez que ésta ya se ha cerrado, la cercanía ya no tiene ningún sentido.
Respecto al ex de mi amiga, ojalá que desista, porque además de todo, es bastante molesto recibir llamadas a altas horas de la noche preguntando “qué ha sido de tu vida?”.

viernes, 22 de junio de 2007

Falta de tiempo

Con el magíster, la ayudantía de investigación, el trabajo y mis actividades sociales a las que no renuncio por nada del mundo, ando falta de sueño. Duermo poco, me levanto muy temprano a estudiar, y he debido sacrificar algunos placeres gozosos de la vida en el altar de la educación de postgrado.
Es cierto, a veces me gustaría tener más tiempo para mis amigos y mi familia, y para ir al cine. Tengo síndrome de abstinencia de estar sentada en butacas rojas tipo avión, con un café latte, viendo alguna película, y cuando pasa demasiado tiempo en el que no he ido, me empiezo a desesperar, y cometo locuras como arrancarme sola a la función de trasnoche un día martes.
Tengo tanto que leer que no tengo tiempo de leer. Es decir, entre manuales de relaciones internacionales, revistas de ciencia política y demás literatura sesuda, he dejado de lado mi afición por las novelas policiales (Perdóname, Ruth Rendell), y ni siquiera me he comprado el último libro de mi escritora fetiche, Rosa Montero, porque sé que dejaría de dormir para poder leerlo, así que lo haré cuando esté con menos cosas.
Además, debí dejar mis clases de tango. No puedo seguir dedicando dos horas de mi día sábado a aprender piques, ganchos y planeos, pese a que era una actividad que me encantaba, tanto porque era buenísimo poder ir a clases con mi mamá y compartir esa afición, como porque creo que saber bailar bien un baile tan bonito como el tango es puro valor agregado para una mujer.
Pero después de todo, uno tiene que priorizar, ver qué cosas son las que en realidad interesan y cuáles pueden ser sacrificios para aplacar la furia de los Dioses del Magíster, esos que dan las clases, corrigen las pruebas y ensayos y siempre piensan que su cátedra es la única que los alumnos tienen que atender.
La clave también está en ser flexible y no dejar de lado 100% aquellas cosas y personas con las que uno disfruta y que jamás serían sacrificables en aras de nada. Para eso, también hay que contar con el apoyo de esas personas, que siempre entienden, en mi caso, cuando no puedo hablar por MSN, cuando me corro de alguna salida o cuando estoy en un mal día y no ando con el mejor de los humores. A todos ellos, gracias.

jueves, 21 de junio de 2007

De filtros y moldes

Llevo algún tiempo reflexionando sobre esto: ¿En qué minuto los filtros se convierten en moldes? ¿En qué minuto dejamos de descartar razonablemente a la gente porque no tiene algunas características que nos gustan en una pareja, o porque tiene algunas que no teníamos contempladas, y pasamos a andar por la vida con un traje de príncipe azul buscando a alguien que quepa en él, aunque sea a la fuerza?
Esto, porque una de mis mejores amigas, linda, inteligente, profesional e independiente, está pololeando con alguien que según ella misma, quedaba totalmente fuera de sus filtros: es un tanto menor que ella y aún está terminando su carrera en la U. Pero él hizo un trabajo de joyería y le demostró que no era un pendejo inmaduro y poco comprometido, sino que alguien con las cosas claras y muchas ganas de estar con ella.
Hace poco nos juntamos en mi casa y ella comentaba que le costó confiar, que tuvo problemas al comienzo, pero que si hubiera aplicado con él todos los filtros, se habría perdido de una persona maravillosa a su lado.
En ese punto de la conversación me sentí la diana del tiro al blanco, hacia quien estaban dirigidas, consciente o inconscientemente, esas palabras-dardos. Porque es cierto, tengo fama de regodeona. Creo que uno no tiene por qué emparejarse a la primera oportunidad que tiene, menos aún cuando estar sola no es un estado en el que uno lo pase mal, como en mi caso.
Y me puse a pensar en los filtros y en los moldes. Claro, puede que tenga filtros extraños, como la cinefilia, y la buena ortografía, o que busque siempre a hombres que no fumen (lo del signo zodiacal ha sido siempre un mero accidente), pero se trata de cosas que aunque parezcan tontas son importantes para mí, en tanto creo que reflejan mucho de las personas.
Eso sí, tal como mi amiga, uno tiene también que ser flexible, y ese es precisamente la diferencia entre un filtro y un molde: el filtro se puede ceder o negociar cuando uno se encuentra con una persona maravillosa, que te mueve el piso, la cabeza y las hormonas, en síntesis, que te da una buena razón para dejarlos de lado. Claro que todo tiene su límite, pero de todos modos ese límite tiene algo de variable.
Los filtros son guías, mapas que uno utiliza para tratar de llegar a donde quiere, pero los moldes son excluyentes, te encasillan y te impiden tener el espacio de viraje necesario aún si te encuentras con aquel personaje fantástico que fume, no sepa nada de cine y escriba vaca con B, y te harán pasar de largo y dejarlo en la vereda, esperando a otra que no quiera meterlo a la fuerza en el traje de príncipe encantado.

martes, 19 de junio de 2007

El atropello

Primer acto: "Cagué"
Sólo sentí la frenada de un auto a mi derecha, miré y un Volvo enorme, color cereza, derrapó en el pavimento.
“Cagué”, fue mi único pensamiento, pero mi instinto de supervivencia me llevó a saltar automáticamente hacia atrás, a perder el equilibrio y caer sobre mi codo derecho.
El Volvo, para no atropellarme, viró hacia la derecha y le pegó un topón al auto que venía pasando por ese carril.
Estuve 5 segundos sobre el pavimento, con el corazón en la garganta. Luego del testeo de hardware para cerciorarme de que nada grave me había pasado, me paré y caminé hacia el Volvo.
-¿Cómo no me viste, si venía cruzando con verde?-grité furiosa.
Desde dentro del auto, un viejito de cerca de 80 años bajó el vidrio, y me di cuenta de que efectivamente no me había visto y de que mal podría haber reaccionado mejor, dada su edad.
-¿Estás bien, te pasó algo?-Me dijo el conductor del otro auto, el que recibió el topón, que había llegado hasta donde yo estaba.
-Sí, estoy bien, me duele el codo pero estoy bien.
-Bueno, pero llévela al doctor para que le vean el codo- le dijo al viejito del Volvo- Si la lleva, yo no pongo la denuncia.
-Soy ex militar. La voy a llevar al Hospital institucional para que la revisen.

Segundo acto: Hospital Militar
El conductor del Volvo pasó su tifa, pagó al contado la consulta y me dijo que estaría en la sala de espera mientras yo salía, para llevarme a mi casa después. Como venía producto de un accidente de tránsito, me hicieron pasar inmediatamente.
El doctor me examinó y me dijo que no tenía nada salvo una contusión, pero que de todos modos me iba a tomar una radiografía. Un cadete de blanco me llevó al segundo piso, a rayos X, donde un auxiliar me descubrió la manga y me puso el brazo sobre una placa negra y fría para sacar la imagen.
Luego de eso, me pidió que esperara en el pasillo. Salí y me senté, sola, con mi cartera y mi parka, mi codo algo hinchado y muriendo de ganas por que alguien que me quisiera estuviera ahí, acompañándome, preocupándose por mí. Puede ser bastante tonto, pero me dieron muchas ganas de llorar. Por supuesto no lo hice, había gente alrededor y llorar es una de las cosas que sólo hago en privado.

Tercer acto: La llamada y la caricia
Antes de llegar al hospital llamé a una compañera del magíster para avisarle que no iba a ir a clases porque estaría revisándome el codo en el Hospital, tras el atropello. Ella a su vez llamó a mi profesor, con el que trabajo hace casi seis meses haciendo una ayudantía para un proyecto Fondecyt.
Estaba casi saliendo del Hospital Militar cuando él me llamó
-Cómo estás?-Con tono de “tienes algo que contarme, verdad?”
-Bien…me imagino que ya te contaron…
-Sí, ya me contaron....de verdad estás bien?
-Sí, solo tengo una contusión. Nada grave.
-Que bueno......pero quiero verte, para ver que estás bien
-Bueno, juntémonos en media hora en mi departamento.
Cuando llegó, ni siquiera me dijo hola. Me abrazó y me puso su mano completa sobre la cabeza, y me acarició un largo rato en silencio.
-Por favor, prométeme que nunca te va a pasar nada-me dijo- cuando tu compañera me dijo que te habían atropellado se me hizo un hoyo en la guata, pensé…..pensé que te podía perder.
Y ahí, con su mano en mi cabeza, acariciándome como si tuviera 5 años y me hubiera caído de un columpio, me quedó claro que es más fácil lidiar contra alguien que te desea con lujuria que con alguien que te quiere de corazón.

martes, 12 de junio de 2007

Seis grados de separación

-Conzco a alguien que te conoce hace tiempo, y recién ayer caché
-(Silencio. Vinieron a mi mente una lista de personas que podían conocerme a mí y a su vez, a una compañera de trabajo con la que no comparto ni gustos ni profesión)
-…Te conoce muy bien...
-(La lista se acortó bastante en mi cabeza, y mantuve el silencio para seguir el juego)
-(Sonriendo) Me dijo que hasta donde él sabía había sido tu primer pololo.
La lista se redujo a una sola persona: Soto Tapia, cuyo nombre por cierto no es ese, pero pasó a la posteridad con este nick, dado que el último año que estuvimos juntos se fue al servicio militar.
-¿Te acuerdas? Es bien guapo él, con el pelo super cortito y una barba de candado. Lo cacho hace años porque estudió con mi hermano y son super amigos ¿Lo has visto después de que pololearon?
-No, la última vez que lo vi, tenía 18 años. (Me vino al cabeza una imagen suya muy distinta a la que me describía, la de un tipo más tierno que guapo, pelo crecido aunque no largo y cara de venir recién despertando)
Esta situación me dejó pensando en esa teoría de los seis grados de separación, que dice que si tomas a dos personas cualquiera en el mundo, puedes unirlas siguiendo una cadena de conocidos que al final tendrá, como máximo, seis eslabones. Por ejemplo, tengo un amigo cuyo padre trabaja implementando el sonido en recitales, y conoce a Gustavo Cerati, entonces la cadena entre Cerati y yo es de cuatro eslabones: yo, mi amigo, su padre y él.
Esta teoría se me ha manifestado recurrentemente en el último tiempo. Hace poco conocí a la Paloma, una amiga por medio del blog, y resulta que ella y su ex pololo conocen a la Kyol, otra amiga cuyo marido compartía departamento con uno de mis últimos ex, aquél que pasó a la categoría de ex luego de que lo encontré en la cama con otra, y a quien me encontré de frente en una disco el día de mi cumpleaños. ¿Tan chico es el mundo?
Por otra parte, otro amigo del blog, Álvaro, ha sido amigo de Manu por años, a quien yo conocí de oído porque la Pancha, una de mis mejores amigas y compañera de la U tuvo un fugaz pololeo con él.
Y el colmo de los seis grados de separación, mi amiga Ale conoce a Armén Fica, el niñito que en kinder me tiraba los chapes porque yo le gustaba. Nunca supe más de él hasta hace un par de meses, cuando por un posteo en el que salió a colación, la Ale me dijo que lo ubicaba perfecto, que era periodista y que siempre tenía que hablar con él por pega.
Ahora, yo me pregunto, ¿será realmente así? ¿Podremos unirnos a todas las personas del planeta en una seguidilla de contactos que nunca superan los seis? ¿Qué creen ustedes?

jueves, 7 de junio de 2007

Signos

Hoy están de cumpleaños dos compañeros de trabajo y por eso, salimos a almorzar todos juntos. La conversación inevitablemente derivó en el tema de los signos. Hablando de compatibilidades, ascendentes y afinidades, me di cuenta de que tengo un karma con los Géminis. La abrumadora mayoría de las personas importantes en mi vida han sido de ese signo. El 90% de mis pololos, parejas, pinches y afines, gran parte de mis amigos y gente que por diferentes circunstancias ha sido importante para mí ha nacido entre el 21 de mayo y el 20 de junio.
Tratando de buscar una explicación racional, y creyendo como creo en que el signo de las personas determina su carácter pero no así su futuro, llegué a la conclusión de que es esa dualidad exquisita que tienen los geminianos la que me encanta: a ratos pueden portarse como niños, jugar sentados en el suelo con una pelusa que entró por la ventana, mirar un objeto con la curiosidad de los 5 años, y al momento siguiente, hablar sobre la vida, las experiencias y las cosas relevantes como si tuvieran recorrido el camino de alguien de 60 años. Para mí, no hay nada que llame más poderosamente mi atención que las personas que combinan esas dos cualidades con armonía.
La otra parte minoritaria pero no menos importante de las personas que me rodean son Aries, como yo. Todos de carácter fuerte, tozudos y frontales, tenemos, como una vez me lo dijeron, la composición de un yogurt americano: los primeros dos tercios de acidez y un tercio final de mermelada, premio para los valientes capaces de bancarse los dos tercios del principio.
Lo que me gusta de la gente de mi signo y que yo también tengo es que somos 100% jugados por nuestros amigos. Si a alguno de los míos le pasa algo, salto como fiera con las garras afuera para atacar, o inmediatamente disponible para contener, cobijar y defender, reaccionando más fuerte que si el problema lo tuviera yo misma.
Es curioso como este tipo de patrones se repiten, y como dije, pese a que no creo en las predicciones del tipo “Tauro tendrá un día feliz y lleno de satisfacciones”, sí creo que el día del nacimiento nos aporta ciertas características que, para bien o para mal, nos acompañarán toda la vida.

martes, 5 de junio de 2007

(Léase a ritmo de marcha nupcial) Tan tan tatáaaaaaaan....

No supe muy bien de qué manera empezó a pasar esto, pero se me vinieron encima los matrimonios. Hace poco fui al cuiquísimo casorio de los amigos de un amigo a los que no conocía (de hecho no conocía a nadie más en toda la fiesta), y al que estuve invitada porque el amigo en cuestión no quiso llevar a la andante de turno, “para que no piense que la cosa es seria todavía”. Estuve a punto de decirle que no por ser tan último, pero cuando me contó que la fiesta era en el Hyatt no pude resistirme. (Napoleón tenía razón: todos tenemos nuestro precio…)
A fin de año se casa mi mejor amiga de la infancia, con la que crecimos juntas, nos escapamos de clases, organizamos los aniversarios del colegio y nos tapamos las salidas a fiestas a las que no nos habían dado permiso para que no nos retaran en la casa.
Mi jefa también se casa pronto, en el verano del próximo año. Tiene mi misma edad pero convive con su novio hace cerca de un año, así que decidieron “enseriarse”.
Otra amiga de la universidad se casa también el 1 de enero. En realidad es un casorio simbólico, porque hace un tiempo se fue con su novio a EEUU y se casaron allá. Ahora harán el "trámite" en Chile, para juntar a los amigos, parientes y demases en una fiesta que promete ser apoteósica.
Toda esta situación me ha hecho pensar en varias cosas, como que de golpe y porrazo, entré en la edad que antes observaba desde lejos, la edad en la que tus amigos, vestidos de un mentiroso blanco radiante (porque de puras y castas les queda bien poco) o de un oscuro y elegante traje que de seguro no volverán a usar en la vida – según sea el caso-, se comprometen definitivamente con sus parejas, o por lo menos, por bastante tiempo.
La otra cosa en la que he pensado es que en estos momentos me vuelven las ganas de estar con alguien en serio. No para casarme, por cierto, sino para tener a una persona que sea especial para mí, a quien invitar a las ceremonias. No quiero ser como mi amigo y terminar yendo con cualquiera de mis fantásticos amigos, a riesgo de que el pretendiente de turno crea que la relación es oficial. ¿Tendré un “oficial” de acompañante para los eventos matrimonísticos que se vienen en mi agenda? Sería lindo.

lunes, 4 de junio de 2007

Quien te quiere te aporrea...

¡Sí, Armén Fica, a tí te escribo! No creo que te acuerdes de mí, pero yo me acuerdo pefecto. Estábamos en kinder y tú, desde que me viste entrar a la sala, con mi delantal rosado con una manzanita bordada en el ruedo y mis chapes en el pelo, no paraste de molestarme.
Te sentabas en el puesto que estaba delante de mí, y cada vez que la tía se daba vuelta a escribir en la pizarra, tú hacías lo propio, me tomabas los chapes como si yo fuera una moto, haciendo el ruido de motor. Después de una buena sacudida a mi cabeza, me pegabas en la nariz y hacías “pip-pip”, como si se tratara de una bocina.
Le conté a mi mamá que tenía un compañerito que me pegaba, y me dijo “ah, lo que pasa es que tú le gustas, y por eso te molesta”. Al otro día llegué a clases y después de que me hiciste la gracia de rigor, me paré y te empujé tan fuerte que te caíste de la silla. Nunca más me hiciste nada.
Siempre he creído que ese es el momento en que el destino de hombres y mujeres se disocia, el momento en que los caminos se separan y nos hacemos irremediablemente distintos, fuera del ámbito de comprensión del otro: el minuto en el que ustedes, los hombres, a sus tiernos 5 años, maltratan a las niñitas que les gustan.
Podría caer en el deduccionismo barato y decir que esa conducta la mantienen durante su vida, maltratando a las mujeres que quieren, pero no lo haré. En primer lugar, porque aunque es una conducta más masculina que femenina, también conozco féminas que hacen eso, y conozco muchos hombres que –por suerte- no se comportan así.
El punto es que creo que es ese momento en nuestras historias en el que definitivamente nos separamos de camino, y para nosotras es tan complicado ponernos en su lugar como lo es entendernos para ustedes.
En todo caso, Armén, sinceramente espero que no sigas con la idea de que "quien te quiere te aporrea", porque nosotras reaccionamos mejor al afecto que a las zamarreadas de chapes.

martes, 29 de mayo de 2007

Despachando a Jamie Cullum en tres actos

Primer acto
Juntándonos

Bajo la escalera del metro y lo primero que veo son unas converse negras, arriba de las cuales van apareciendo sucesivamente un jeans azul muy oscuro bastante fashion, una camisa negra con líneas blancas verticales, y una chaqueta de terciopelo negra.
Pensé que con esa pinta se parecía bastante a Jamie Cullum
“Pucha el pendejo rico”, pensé.

Segundo acto
Sentados en el bar

-¿Me puedo quedar en tu casa? Es que no tengo como volver a la mía (con cara del gato de Shrek)
-No, es que no tengo como recibirte, mi sillón es chico y en mi depto no hay nada como para que aloje otra persona más (mentira, pero nadie puede pedirte quedarse en tu casa la segunda vez que lo ves)
-Porfa, si no va a pasar nada que tú no quieras, me voy a portar como un caballero
-No, en serio (por supuesto que no va a pasar nada que yo no quiera, como que te quedes en mi depto….media novedad…)
-Entonces me voy a tener que quedar en un hotel o en un motel en el centro….podría pedir una pieza con dos camas y te quedas conmigo
-No, porque mañana trabajo, tengo que descansar, no puedo andar trasnochada y tú tampoco, tenemos que ser responsables (todo lo que es invocando al adulto responsable que llevamos dentro para zafarme de la insistencia de este tipo)
-Pucha. Entonces tengo que volver en taxi a mi casa y no me queda mucha plata
-A ver….yo cacho unos radiotaxis que son baratos, te doy el número
-¿Puedes llamar tú? Es que no tengo plata en el celular
-Ok (Plop! Como tanto….)
En esta parte, saqué mi celular, llamé al radiotaxi que usaba cuando trabajaba en lo de producción de fotos de modelos (para algo que me haya servido la experiencia…) y quedó de pasar a buscarlo en una hora.

Tercer y último acto
Saliendo del local y llegando al radiotaxi

-Eres demasiado linda, me encantas y me la voy a jugar por ti, porque seamos pareja, porque quiero conocerte más y estar contigo todo el rato. ¿Cuándo nos vemos de nuevo?
-No sé, tenemos que ponernos de acuerdo (no creo que nos veamos de nuevo, little Jamie Cullum)
-Bueno, yo te llamo. ¿Segura que no quieres que te pase a dejar primero?
-No gracias, vivo acá al lado y puedo caminar (no quiero que sepas donde vivo, así hay menos posibilidad de que me vayas a hacer un atado)
-Ok, pero cuidate
En esta parte Jamie me dio un beso apasionado, y yo le pasé el chaleco que le había prestado tan gentilmente a mi amiga Ale, y le di sus agradecimientos. Él se subió al radiotaxi y se fue.
Yo caminé despacio y con algo de frío rumbo a mi casa, y me sentí contenta, extrañamente poderosa, con la capacidad de haber solucionado en un dos por tres la situación que tenía delante. Esa es la diferencia entre él y yo. No me dio pena, ni lata por él y su cerro de buenas intenciones que no van a llegar a ningún lado. En todo caso, ¿Por qué habría de sentirme mal? Él tiene su chaleco, y yo me fui con mi beso. Estamos a mano.