martes, 18 de mayo de 2010

Un café después de 10 años

Crucé la calle pensando en que no lo veía hace 10 años. Exactamente un tercio de mi vida, y exactamente un tercio de la suya.

La última vez que nos vimos yo le expliqué calmada y civilizadamente, pero con el corazón en la mano, que tenía razón y que en el fondo lo dejaba por otro, justamente por quien cuatro años después me explicó de manera calmada y sin escándalo que yo también tenía razón y que me estaba dejando por otra.

Crucé la calle pensando en todo lo que habían pasado en esos años. Toda una vida, o varias vidas una tras de otra, con sus encuentros y sus desencuentros, sus felicidades y sus tristezas. Ahora yo estaba viviendo una historia de amor a la distancia digna de un Best Seller, y él estaba estable, emparejado y viviendo con su novia hace varios años. Esas mismas vidas eran las que hacían que esas dos personas, que hace quince años –exactamente la mitad de nuestras vidas- empezaron juntas su primera relación amorosa, fueran hoy prácticamente dos extraños.

Crucé la calle sabiendo que iba un poco tarde, y preguntándome si un par de fotos iban a ser suficientes para reconocernos, pero sí lo fueron. Él se paró del banco donde estaba sentado y me abrazó como si en vez de dos extraños, fuéramos dos buenos amigos que no se veían hace tiempo.

Nos sentamos en el café y conversamos de todo. Y para mi sorpresa, nos reímos y pasamos un buen rato, poniéndonos al día de las vidas que habíamos tenido en este tiempo sin vernos, y de los buenos recuerdos que guardábamos de los años que estuvimos juntos.

La verdad, me sorprendió el cariño con el que él se acordaba de esa Bárbara que ya no existe, y la seguridad con la que me agradecía a mí todo el amor, la comprensión y los buenos momentos que ella le había dado. Desde el fondo de mi corazón culposo hubiera aceptado sin protestar que me reclamara por todo lo que sufrió cuando terminamos y por los meses negros que sé que tuvo después, pero no. Al igual que yo, eligió quedarse con los buenos recuerdos y seguir adelante disfrutando de las vidas que aún le aguardaban. Lo único que me reprochó fue el tiempo que tuvo que pasar hasta que se diera esta conversación y este reencuentro.

Crucé la calle pensando que quizás él tenía razón. Que tal vez perdimos estos diez años de contacto, pero que me alegraba más de lo que hubiera podido esperar el haberme dado cuenta de que al final, nunca fuimos dos extraños.