miércoles, 18 de junio de 2008

Mi última cita (O lo único bueno fue el vino)

Después de mi reciente ruptura sentimental, necesitaba sentir que volvía a mi mundo. Está bien, acepto que en mi mundo pasan cosas un poco freak, pero bueno, más que mal, esto fue una señal de que las cosas volvían por su rumbo.

Primer acto: La cosa partió mal

Él era amigo de una amiga, conversábamos por Facebook y según me contó, me vio en su cumpleaños aunque yo no me acuerdo, y no se atrevió a hablarme.
Me invitó a salir un día después de la pega, y claro, en este estado de convalecencia emocional, por cierto que necesito salir a airearme con gente del sexo opuesto.
Pero todo empezó mal, cuando me dijo que nos juntáramos en la Fuente Alemana, porque quedaba cerca y era rico.
Está bien, asumo que también me he manchado las mejillas y chorreado hasta los codos comiéndome un churrasco palta, pero convengamos en que no es un lugar para invitar a alguien a salir, ni menos la primera vez....es incómodo eso de conversar con alguien que está sentado al lado tuyo en vez de al frente.
En todo caso, pensé que lo mejor era, una vez que ya nos hubiéramos encontrado, pedirle que cambiáramos el lugar, cosa que hice tal cual.

Segundo acto: “Deja que eso lo decida yo”

Por suerte, no hubo problema en cambiar el lugar, y terminamos en un excelente local con una carta de vinos de sueño, llena de pequeños lujos embotellados. El mozo me contó que estaban con una promoción donde te regalaban una botella cerrada del mismo vino que pidieras, de modo que la elección fue hecha con mucho más cuidado, sobre todo después de que él me dijera que la botella quedaba para mí, porque a él no le gustaba tanto el tinto.
Comenzamos a conversar y lamentablemente, él era ese tipo de personas que habla dos palabras por minuto, y eso me pone bastante nerviosa…necesito que las frases se terminen y él la verdad no era muy dado a eso.
Me llamó la atención su inclinación a hablar de sus ex parejas sin mediar estímulo alguno. Se paseó por varios nombres, circunstancias, historias de amor y de desencuentro, y en el momento que mi caracho de 5 metros tocó el suelo e hizo un ruido demasiado fuerte para pasar inadvertido, se inició la siguiente conversación:
-¿Te molesta que te hable de esto?
- (Sí, obvio!) No, pero me parece super curioso que le cuentes cosas tan privadas a alguien que a penas conoce, me llama la atención eso
-Ah, es que como lo tengo todo superado, no me cuesta nada hablar de eso
-(Claro….super superado!!!) Ah, pero bueno, yo también tengo superados a todos mis ex pero no hablo tanto de eso
-Es que bueno, igual se nota que no te has enamorado nunca…
-(Pero qué coño se cree este idiota!!) Mira, el hablar o no hablar de tus parejas no implica para nada el haberlas superado o no, y respecto a enamorarse, tú no me conoces nada y por favor, deja que eso lo decida yo.


Tercer acto: Robando un beso


Después de una conversación tan amena, no hubo postre y pedimos rápidamente la cuenta.
Obviamente el galancete siguió hablando del tema, en la demostración más aspaventosa de su total carencia de inteligencia emocional. Me contó de las sendas depresiones que pasó con cada una de sus ex, me preguntó si yo era depresiva y qué hacía cuando estaba triste.
Salimos a la calle e hice parar un taxi casi como si le pidiera auxilio porque me estaban asaltando. El pobre tipo paró y me miró con cara de “Este tipo le está haciendo algo, señorita?”, y eso me hizo retomar un poco la compostura, y no salir arrancando inmediatamente.
Entonces me di vuelta y le di las gracias por la invitación a galancete, le dije que me había encantado el local y que la comida estuvo notable. No le dije que lo pasé bien ni que estábamos en contacto, porque no quería mentirle.
Entonces me tomó de los hombros y trató de darme un beso, de robarme un beso.
Yo me eché para atrás y le dije:
-No, eres el colmo de fresco, nadie puede!!
-Es que me encantaste....
-Bueno, que tengas buenas noches- le dije sin perder mi compostura de dama de alta alcurnia, y cuidando de que mi botella de vino Gran Reserva no pegara contra la puerta del auto, me subí al taxi.
Hoy en la mañana me encontré con un mensaje suyo en Facebook, diciendo que lo había pasado bien, que yo le había encantado y que nos viéramos de nuevo, que saliéramos otra vez o nos juntáramos…..pero una cosa estar convaleciente del corazón y necesitar un galán que te mime y te saque a pasear, y otra muy distinta es no ponerse las zapatillas de velocidad cuando todas las señales dicen “corre lo más rápido que puedas”, como en este caso.

martes, 10 de junio de 2008

Me declaro culpable

No entraré en mucho detalle porque no tiene caso, pero recién siento el corazón más estable. Recién ahora puedo escribir sobre esto. Tuve una fugaz relación de la que ya vengo de salida, que ante todo me sirvió para meditar sobre las cosas que uno quiere y necesita de una pareja.
En vez de hablar de eso, de él y de nuestra relación, de cómo y por qué terminó (o empezó), voy a hablar de mí. De la que quedó después de esto, porque luego de una ruptura amorosa, ya sea grande, pequeña, terrible o consensuada, uno cambia. O mejor dicho, uno se reenfoca, y le presta atención a más detalles y cosas que antes pasaban inadvertidas.
Me di cuenta que sí tengo ganas de estar en pareja, pero que no por eso me voy a emparejar con alguien. Necesito más razones que esa, y también necesito que se den las condiciones para estar con alguien, porque lamentablemente el cariño no lo es todo. Uno tiene que compartir cosas, gustos, horarios, y no ser el clásico paradigma de los polos opuestos que se atraen, porque una vez que se encuentran –bastante fogosamente, por cierto- viene el preguntarse qué más hay después de eso.
Una amiga que se fue a vivir con su novio me invitó hace poco a conocer su nidito de amor. Y yo estaba tan feliz por ella, ten emocionada y tan contenta, que no pude evitar pensar que me encantaría estar en su situación.
Me declaro culpable de haberme engrupido con esa historia, persiguiendo el paradigma de pareja feliz, desayunos en la cama y siestas los domingos. Pero me declaro culpable también de haber tenido el minuto de luz para dejarla atrás porque me hacía mal. Ese es mi único atenuante, señores del jurado.