miércoles, 21 de febrero de 2007

¿Seré yo, Señor?

Mis devaneos intelectuales se centraron anoche en el eterno tema de querer y no querer. O mejor dicho, en la diferencia entre no querer y no quiere querer.
Cuando uno no quiere a alguien, el tema no pasa por una decisión sino que es algo que simplemente ocurre. No importa cuan guapo, tierno, cariñoso, simpático, atinado o culto sea el malogrado pretendiente en cuestión: ni aunque te sacara a comer al mejor restaurant, tuvieran la mejor conversación intelectual o la más ardiente y encendida noche de pasión, no habría por donde. Lo que pasa es que aquí no se trata de tener razones en concreto, del tipo “no me gusta porque es demasiado carretero”, sino que simplemente la otra persona no te hace clic, con sus circunstancias y características, ya sean buenas, malas, o de lo uno y de lo otro, como la mayoría de las veces.
Pero no querer querer es diferente. Acá es donde caen los argumentos como el anterior, cuando uno se fija en tal o cual cosa del susodicho, ya sea con toda la razón del mundo o presa de un fundamentalismo talibán sin precedentes. Acá uno dice cosas como “él es tierno y guapo, pero no le gusta el cine”, o “es tierno, simpático y le encanto, pero no podríamos decir que es una persona culta”……¿Seré yo, Señor?
El punto aquí es que lo primero no tiene remedio posible, salvo hacerse la tonta y meterse en una relación por razones tan postmodernas como no estar sola o necesitar mimos del sexo opuesto.
La segunda, el no querer querer, tiene como solución la paciencia y enfocarse mejor, bajar la guardia y analizar al otro como es, no a través de los cristales que uno misma se pone ante los ojos para ver al resto.
Esto tampoco es seguro, porque uno puede pasar de creer que no quiere querer a alguien, a darse cuenta de que simplemente uno no lo quiere. El riesgo siempre está, y siempre vale la pena correrlo.

martes, 20 de febrero de 2007

Síndrome adaptativo post abandono de la soltería

He tenido los primeros ataques de pánico del pololeo, o mejor dicho, he evidenciado el síndrome de adaptación al nuevo estado civil.
Primero fue una palabra mal escrita en MSN (creo que era “desisión”), luego los comentarios acerca del cine y su aproximación lúdico-evasiva a las películas (la cuña fue “yo no voy al cine a pensar o a sufrir, veo películas para entretenerme, para evadirme”), después una polera que usó con una leyenda bastante poco feliz ("Prefiero ser borracho conocido que alcohólico anónimo") y lo último fue un cepillo de dientes.
El sábado en la mañana, luego de levantarnos, él estaba en el baño de mi casa, y me dijo al pasar “¿puedo traer un cepillo de dientes la próxima semana?”. ¡Un cepillo de dientes! ¡SU cepillo de dientes en mi baño! ¡en MI baño!
Me sentí como si él fuera Cristóbal Colón bajando de la Santa María, llevando a tierra su rodilla para reclamar el nuevo continente, y clavando en el terreno conquistado el implemento aquél de higiene bucal, en lugar de la bandera con los escudos de Castilla y Aragón.
“No!” fue lo primero que atiné a decir, y él se lo tomó a la broma, y me dio un beso. De seguro llega con uno el fin de semana que viene, ante lo que no sé cómo reaccione. Puede que me moleste menos, o que incluso me de lo mismo, o puede que detone una discusión.
Mi vecino Prometeo (Usaremos los niks para no herir a nadie) me dijo que lo que pasaba era que yo le tengo terror a perder mi independencia, y mi mejor amiga Radio Star complementó el diagnóstico, diciendo que como estoy en un momento de mi vida donde yo y mis planes son la primera prioridad y estoy enfocada en eso y disfrutándolo a concho, tengo miedo de engancharme más y de terminar cediendo en pos de la relación.
¿Será cierto? Yo, la que siempre defendió los pololeos de 7/24, donde el tiempo juntos era lo más importante y la que decía estar en contra de las relaciones de fin de semana, está teniendo un pololeo totalmente al revés: ayer de hecho me molesté un poco porque Bowie me invitó a tomar algo junto con su mejor amiga, para “que se conozcan mejor”, cuando en otros tiempos me hubiera encantado, y me molestó no porque tuviera un panorama demasiado mejor: quería ver los últimos capítulos de Lost en la tranquilidad de mi hogar.
Yo me pregunto, ¿no será simplemente que no lo quiero?, o sólo se trata del síndrome adaptativo post abandono de la soltería, esa misma que uno a ratos maldice y a otros disfruta profundamente.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Dejando la soltería

La vida, decía John Lennon, es lo que te pasa mientras planeas la vida, y tiene toda la razón del mundo, absolutamente toda.
Recuerdan a Bowie? (Aclaro, el sobrenombre es porque al igual que David Bowie, tiene un ojo más claro que el otro), bueno, debo decir que las cosas respecto a él han cambiado.
Nos fuimos de viaje 5 días al sur. Ustedes se preguntarán por qué coño me fui 5 dias al sur con alguien que no me tenía precisamente encantada, y déjenme que les responda: porque soy de la filosofía de pasarlo bien y si las cosas se dieron para viajar juntos, había que tomar la oportunidad, pero otra cosa totalemnte distinta era que el viaje significara algo necesariamente.
Y bueno, me dieron vuelta la tortilla. Estar 5 dias, 24 horas con alguien te ayuda a cnocerlo y a apreciar algunas dimensiones de él que no habías visto antes, cuando como él mismo me reclamó, lo tenía de casero. Hablamos de nosotros, de nuestras relaciones anteriores, de nuestras expectativas con las que vendrían, de nuestras infancias, adolescencias y circunstancias particulares.
Junto a eso, tuve una reivindicación violenta de cariño: me dijo que no quería ser mi casero, que quería ser mi amigo, mi amante, mi pareja, mi todo, y que si no tenía ese todo, prefería no tener nada. Me disparó a quemarropa, definitivamente, y yo que ya había visto una faceta de él que no conocía y que me encantaba, no pude sino aceptar que fuéramos una pareja estable.
Así que acabo de dejar la soltería. Mi tan preciado estado civil social que me acompañó por un año, y que anteriormente estuvo dos años conmigo, sólo interrumpida por una fogosa, cortísima, maravillosa y triste relación de casi dos meses. Por lo mismo, sé que vale la pena el riesgo. Puede que esto no dure nada, que me desencante a la vuelta de la esquina o que él se desencante o que se fije en otra, pero da lo mismo: a la luz de los atardeceres de Valdivia vi cosas en él por las que bien vale la pena el riesgo.