viernes, 24 de agosto de 2007

El hueón que te abraza

Mi jefa es una mujer linda, exitosa, simpática y económicamente solvente, de 33 años. Hace poco terminó con su pololo, un chico “full postgrado”, como ella misma dice, abogado de profesión, esotérico en esencia como ella, y que trabaja en la representación de la Unión Europea en Chile.
Anduvo medio mal un par de semanas, triste y pensativa, apagada, hasta la semana pasada, cuando se enganchó con un alemán 4 años menor que ella, que uno de sus amigos le pidió que paseara por Santiago.
Veníamos de una reunión a la oficina, en su auto, cuando surgió esta conversación:
-Barbarita, sabes que hace unos años yo era igualita, pero es que igualita a ti
-En qué sentido?
-Que buscaba al gallo más cool, full postgrado, el cerebrito, el tipo viajado y culto, el hueón inteligente poh.
-Ya, si es cierto, reconozco que yo soy un poco así, pero tampoco taaaaanto- dije, tratando de disimular que acaba de describir al prototipo que para bien o para mal, tengo metido en la cabeza.
-Es que sabes, te voy a dar un consejo y te voy a ahorrar hartos errores. Esos gallos no sirven, igual que los minos-minos. Uno tiene que buscarse un mino sin tantas aspiraciones y no tan venido a top, alguien con sentido del humor, que sea comprometido, que esté ahí contigo, que te quiera, porque Barbarita, te lo digo, uno de repente no quiere nada más que un abrazo, y el gallo cool por lo general en esas situaciones donde uno necesita contención no está ahí. Uno necesita al hueón que te abraza, que está ahí, que a lo mejor no tiene los postgrados ni la ropita de Zara ni se ha paseado por Europa, pero que es un gallo real, jugado, de verdad.
-Sí, tienes razón. A lo mejor uno cae demasiado en eso de fijarse en un tipo de hombre muy específico, y como que descarta al resto a priori.
-Sip, eso mismo. Yo hace un tiempo ni hubiera mirado a este alemán, que es más pendejo, medio rellenito, y hasta un poco infantil, pero ya ves. Estoy demasiado contenta, este gallo me hace reír, se cacha que está ahí conmigo, y lo mejor de todo: me abraza.
Y bueno, no podía menos que quedarme pensando en eso, en que quizás ella tiene razón, y uno tiene que diversificarse más. A lo mejor no es malo vitrinear allí donde jamás hubieras mirado, claro, manteniendo los estándares. Si tampoco se trata de no tener filtros, sino que simplemente, de relajarlos un poco.
¿Qué dicen ustedes?

viernes, 17 de agosto de 2007

A veces...

A veces me pasa que las cosas me superan y todo se junta. La pega, el estado de ánimo, el estudio, la vida.
Me da rabia que todas las cosas que tengo me cuesten el doble que al resto de la gente, como las buenas notas en el magíster, para las que invierto el tiempo que le robo a mis amigos y a mi familia; los logros laborales, las cosas materiales.
Me da rabia ser fuerte y poder reponerme siempre tan rápido de todo: del robo a mi departamento, de la pérdida de uno que otro romance y de un par de pololos importantes.
Me carga querer hacer bien todas las cosas que hago (trabajo, ayudantía, magíster, vida social…), y desesperarme porque algo no salió como quería, porque de haber tenido más tiempo para hacer el trabajo hubiera obtenido una mejor nota, o porque el día no me alcanza para adelantar pega y no colapsar con los informes quincenales.
Me da pena que la única persona que me trata como quiero que me trate una pareja es mi profesor, que muere por convertirse en eso.
También me da lata querer estar con alguien pero sin ningún candidato decente a la vista, sin nadie que me mueva el piso o que me guste siquiera.
Lo bueno es que como soy fuerte (aunque a veces me da rabia serlo), se me pasa rápido, me dura poco, y me enfoco de nuevo en las cosas importantes.

Bonus track: Transanblondie
No cabía un alfiler, y aunque no ando en metro, la visión de la disco me recordó a esas imágenes del Metro totalmente colapsado o esas micros del Transantiago en hora punta, el las no puede entrar ni siquiera una persona más.
La música, increíble, como siempre.
Como lo estaba pasando increíble junto a mis amigas, a la 1:20 me percaté de que hace 20 minutos había quedado de encontrarme Con Jaime Cullum en la barra.
Fui a ver pero no estaba y no lo divisé en toda la noche. Mejor en todo caso, así no tengo cerca a la tentación de una aventurita, porque ya saben qué les pasa a los que duermen con niños.

lunes, 13 de agosto de 2007

Escena 1: Jamie Cullum Again

Riiing. (Llamada al celular. Número desconocido)
-Aló
-Aló, hola, como estás?
-Bien (con voz de duda)…con quien hablo?
-Con Jamie Cullum…te acuerdas de mí?
-Hola! (con voz de sorpresa, se suponía que nuestro furtivo encuentro de una lejana noche en el mes de mayo, y la posterior salida a comer con resultados catastróficos, profusamente festinada en este mismo blog, ya había quedado en el pasado)
-Te llamaba porque el martes habrá una fiesta super buena en la Blondie (lugar donde nos conocimos)…y quería preguntarte si vas a ir, porque quiero verte.
-Sí, voy a ir, ya compré la entrada.
-¿Y te gustaría verme?
Lo pensé. Me acordé del día que nos juntamos después de la fiesta, para devolverle el chaleco que tan amablemente le había prestado a mi amiga que sufrió el hurto de su parka. Yo bajé al metro, donde nos íbamos a encontrar, y ahí estaba: arreglado, chaqueta de terciopelo negra, perfumadito, con sus 24 años. Es cierto que también fue un barsa: quería quedarse en mi depto o que yo me fuera con él a un hotel, pero después no tenía plata para taxi. En todo caso, verlo en la disco, bailar apretado, sacarme de encima el exceso de besos para dar que ya me estaba molestando, y volver a la dinámica de “no, no te preocupes por ir a dejarme, que vuelvo sola” no me pareció mala idea.
-Ya, bueno, sería entretenido.
-Ya, bacán, tengo ene ganas de verte. Juntémonos en el bar a la 1
-OK, ahí nos vemos

Próximo capítulo, jueves 16 de agosto

martes, 7 de agosto de 2007

Tres pensamientos al cierre

Crecimiento y cambio
Crecí y cambié, eso fue lo que pasó.
Por cierto que la esencia permanece, no se modifica y sigue ahí desde que somos unos bebés hasta que nos convertimos en viejitos, pero hay otra parte de nosotros que se modifica, evoluciona y muta a lo largo de los años.
A veces es por elección, como cuando elegí irme de la casa de mis papás y tener mi propio espacio. Otras, es por accidente, como cuando miras a tu alrededor y te das cuenta de lo distinto que eres hace un par de años, de lo diferente que haces las cosas ahora, de lo nuevo que tiene tu vida.
El crecimiento y el cambio son de naturaleza distinta: uno crece manteniendo la misma orientación que venía desarrollándose desde antes, pero el cambio es en una dirección distinta, y yo he tenido de ambos movimientos.
Llegué a estas conclusiones luego de períodos de cuestionamiento cortísimos pero esporádicos que me embargan últimamente, y que me hacen pensar respecto de mí, de mis amistades y de mis prioridades en la vida. El que sean tan cortos, intensos y reiterativos implica, sin ninguna duda, que estoy en el medio de uno de esos períodos de movimiento. “Entonces, actúo como siempre: me relajo y disfruto el vaivén”, pensé.

El chico del corazón con Alusa
Ayer ví al chico de corazón del corazón con Alusa. Acto inaugural del segundo semestre de la Universidad donde ambos cursamos un magíster –por suerte, no el mimso-, y me dio un poco de risa advertir que se dio cuenta de mi presencia y volvió a mirar al frente para que yo creyera que no me había visto.
Recordé la lata que me dio que no me llamara más después de los besos y abrazos que nos dimos hace algunos meses, pero ya no había nada de eso. Ni ganas de saludarlo me quedaron. “A lo mejor mi corazón también está envuelto en Alusa ahora”, pensé.

El beso
Saliendo del acto del Segundo Semestre, me puse a pensar en quién fue la última persona a la que besé. Jamie Cullum, hace un par de meses, un chico demasiado guapo y menor que yo, al que conocí en una disco. “Ha pasado demasiado tiempo y tengo que ponerme en campaña”, pensé.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Catastro

Acostada en mi propia cama, entre mis sábanas limpias, y mirando todo ordenado perfectamente de nuevo, me puse a hacer mentalmente el catastro del robo.
Se llevaron mi TV de plasma, mi guagua, la misma que no dejé que nadie cargara cuando me cambié de casa, para que no existiera ni el más mínimo riesgo de que se rompiera. Se la llevaron pero sin el transformador, y con el control remoto del DVD, que es de la misma marca. Es decir, no van a poder hacerla funcionar (y de paso, me dejaron el DVD sin control remoto y el de la TV, completamente inútil). Eso me hace sentir un poco mejor.
Se llevaron mi chequera. Estaba guardada porque jamás la uso, así que entré en pánico y llamé inmediatamente a mi banco maravilloso, con atención las 24 horas por teléfono. Ninguno de los cheques fue cobrado, así que di inmediatamente la orden de no pago, y ellos se encargarán de la publicación y todos los demás aspectos legales. Tuve que gastar 18 lucas en este trámite, así que también las contaré como baja producto del robo.
Se llevaron también mi depiladora. Sé que es tonto, pero como hurgaron y revolvieron en mi ropa interior, donde la guardaba, debe haberles parecido fácil llevársela aunque no era un objeto demasiado caro.
La chapa de seguridad que puse esa misma noche fue un regalo de mi profesor, así que no la conté como desembolso.
Lo que no se llevaron fue un anillo, una pulsera y una cadena de oro que guardaba dentro de una caja de zapatos con los pijamas de la estación anterior en la que no repararon. No les tenía demasiado aprecio porque no me gusta el oro, pero al recordar que me las había regalado mi abuelo fallecido hace años, me alegré de que aún estuvieran ahí.
Tampoco se llevaron todo el resto: el DVD, el computador (donde tengo trabajo avanzado de mi tesis de magíster), el equipo de música, el secador de pelo (tan necesario en mañanas frías como las de ahora), y todo lo demás.
A punto de quedarme dormida, en ese estado de tibio abandono que uno siente antes de caer a lo profundo del sueño, pensé que pese al susto que aún tenía de pasar mi primera noche sola en el departamento donde me entraron a robar, no me habían quitado, ni yo iba a dejar que me quitaran, mi pertenencia a ese departamento, a ese lugar, a esas cosas que yo misma había convertido en mi hogar.