lunes, 27 de diciembre de 2010

Mi tatarabuela era partera

Ayer visité a mi abuela paterna, y me contó algo de mi historia familiar que yo desconocía: su abuela, es decir, mi tatarabuela, era partera.

Se llamaba Ema, y había nacido en Belén, Palestina (mi familia paterna es de origen palestino). A los 13 años, mientras jugaba afuera de su casa con sus amigas, su madre la llamó, la bañó y le puso su mejor vestido, y la casó con un hombre 10 años mayor al que prácticamente no conocía.

Aburridos de la guerra y la violencia de Medio Oriente, se vinieron en barco a Chile, con los 4 hijos que habían tenido en Palestina, uno de los cuales era el padre de mi abuela, mi bisabuelo. Dormían en la cubierta del barco, y se vinieron a Chile porque él tenía una tía lejana en Catemu, cerca de Los Andes, donde podían recibirlos. Al cabo de unos años, Ema había tenido 4 hijos más y se había separado de su marido, quien había armado una nueva familia.

Ema no hablaba bien español, pero se las supo arreglar con los conocimientos adquiridos de su madre en Palestina: era partera. Recibía en su casa a las mujeres a punto de dar a luz, y que por distancia o dinero no podían trasladarse a un hospital. Les daba comida, abrigo, las ayudaba a parir y después del alumbramiento las tenía 3 días más en su casa, para asegurarse de que todo estaba bien. Mi abuela me contó que jamás se le murió una mujer o un niño, y que nunca tuvo que atender ninguna complicación.

Y no cobraba nada. Ema creía que como es Dios quien da la vida, ella no podía cobrarle por nacer a ese niño venido al mundo por voluntad divina, así que todo su trabajo lo hacía gratis. Pero la gente, agradecida, le enviaba de regalo corderos, gallinas, quintales de harina y otros regalos que, junto a la ayuda de la familia de su ex esposo y el trabajo de los hijos mayores, le permitieron a la familia salir adelante.

Mi abuela me contó que los días domingo muchas mujeres que habían parido en su casa, le llevaban a Ema a sus hijos para que los santiguara y les rezara el padrenuestro en árabe, esparciéndoles sal encima de la cabeza, para espantar al demonio.

Ema murió vieja, de casi 80 años, rosada de mejillas y de silueta robusta. Mi abuela me dijo que cuando murió, tuvieron que echar abajo una pared del cementerio de Catemu porque la cantidad de gente que se reunió no cabía por el estrecho portón del camposanto.

Ema, me encantó que seas mi tatarabuela.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Jueves en la noche

Segundo acto: 14 rayitas
14 días. Desde que comenzó Diciembre, cada mañana al llegar a la oficina hago una raya sobre el número del día en mi calendario. Y las rayas, azules, negras y rojas, dependiendo del color del primer lápiz que tome, se acercan cada vez más a ese número que hace tanto tiempo está encerrado en un corazón rojo, marcando la fecha exacta de la llegada de mi rucio. Sólo faltan 14 rayitas por hacer.

Tercer acto: con el viento en la cara
Salimos juntos a la calle del bar. Hacía frío, y entre dos, sujetábamos a mi amigo al que se le pasaron las copas. Por lo visto, todo era igual que en los viejos tiempos, y eso me hizo sentir extrañamente contenta. Mi amiga se había ido hace rato y al quedar sola con mis dos amigos, ellos se arrogaron el título nobiliario de padres protectores, y me dieron una serie de consejos acerca de cómo llevar mi relación con el rucio. La conversación terminó cuando pedimos la cuenta, luego de que mi amigo que ahora era conducido del brazo tiró por el suelo la cuarta caipiroska de la noche, que recién le había traído el mozo, porque le pegó con el brazo al hacer un movimiento mal calculado.

Salimos a la calle y hacía frío. Corría viento y me pareció extrañamente fácil conducir, entre dos, a mi amigo un poco ebrio hasta el taxi.

Cuando ya estuvo arriba, mi otro amigo –más sobrio- se ofreció para dejarme en mi colectivo, y caminamos juntos, él fumando y yo pensando, por la ciudad oscura, llena de luces y de viento frío. Y me gustó sentir el viento en la cara. Me hizo sentir fresca, renovada. Me hizo sentir viva.

Primer acto: warmhearted
Ayer después de mis clases de inglés me junté con unos amigos que no veía hace tiempo, y que por lo mismo, no se habían enterado del próximo viaje del rucio a Chile.

Nos abrazamos, nos reímos de anécdotas de otros tiempos, brindamos con nuestras caipiroskas como solíamos hacerlo, y conversamos de nuestras vidas de hoy.

Después de contar del viaje del rucio, de lo lindo y triste que ha sido tener esta relación a larga distancia, y de todo lo contenta y ansiosa que estoy de verlo otra vez, uno de mis amigos dijo:

-Qué increíble verte así de enamorada ahora….si antes te decíamos la Margaret Thatcher!!!! Y de repente conoces a este aléman y full amor!!!! Debe ser un tipo muy especial, muy top

-…No, si lo que pasa es que es muy guapo…-dijo una de mis amigas, agregando un dato rosa a la conversación

-Mira, sí....guapo es. Pero eso no es lo que me mató de él. Él me encanta porque es buena persona…..güen cabro. Siempre dice “gracias” cuando compra algo, le sonríe al chofer cuando se sube a un bus, le gustan los gatos y le hace cariño hasta a los animales más tiñosos del universo. Los gringos tienen una expresión para eso, warmhearted, así como de corazón tibio. Y ese es mi rucio.

-(tres amigos, al unísono, haciendo uhhhhhhhhhhhhhhhhh con cara de quinto básico)

-Si. Mi rucio es warmhearted, y lo amo por eso.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El momento en el que el rucio se enamoró de mí

El rucio me contó el momento exacto en el que supo que se había enamorado de mí. La verdad no fue un instante muy glamoroso, ni una revelación de orden sacrosanto como suele pasarnos a nosotras las mujeres.

Volvíamos de Punta Choros después del fin de semana largo en el que nos conocimos, nos besamos, dormimos juntos y acordamos no convertirnos en el amor de verano del otro. El auto era del Benja, mi amigo que nos había presentado, pero el rucio manejaba, mientras yo, sentada en el asiento del copiloto, le acariciaba el antebrazo y tenía su mano derecha tomada con la mía.

Veníamos a la altura de Ovalle, cuando en medio de la conversación y los besitos ocasionales –para no distraer tanto al conductor de su ruta-, el rucio estornudó. El problema es que cuando lo hizo, tenía mi mano izquierda entrelazada con la suya, y como el acto reflejo de cubrirse la nariz es más rápido que la velocidad del pensamiento, estornudó sobre mi mano.

Y yo, al ver su cara de pánico anglosajón tras haber estornudado de una manera bastante estrepitosa sobre la mano de la chica con la que acababa de empezar a estar, y mirar mi propia mano húmeda tras el poco común acontecimiento, tuve un ataque de risa.

Benja, que venía en el asiento de atrás, no entendía nada, y yo, interrumpida por mis propias carcajadas, le contaba lo que acababa de pasar, mientras el rucio me pasaba la caja de pañuelos desechables y se disculpaba diciendo que nunca antes le había estornudado a otra persona, tras lo que me dio un segundo ataque de risa, luego de decirle que ahora sí que me sentía especial en su vida.

-I´m the only woman in which you have sneezed over! how special I feel now!

Hoy, exactamente 8 meses después de ese día, a modo de regalo de aniversario, el rucio me contó que en ese momento supo que se había enamorado de mí, porque no me parecía a nadie que hubiera conocido antes.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Doblemente libre

Perder. Ganar.

Tengo que aprender que esas palabras son bien relativas. Quizá mi mayor problema es que soy una fundamentalista y una talibana, pero con un grado de inocencia enorme, porque creo a pies juntillas que si uno da el 100% de sí mismo, las cosas tienen que salir como uno quiere: Causalidad y consecuencialidad, en teoría suena lógico pero en la práctica no lo es.

A veces perder algo es la otra cara de ganar algo nuevo y al parecer, esta es mi ocasión para aprender eso. Perdí una oportunidad, pero gané libertad para decidir mi futuro sin pensar en los acreedores a los que les debería responder si hubiera hipotecado mis próximos años: Soy libre!

Soltar. Esa es la palabra clave. Soltar. Soy mala para eso. Y para esperar. Quiero todo ahora, quiero a mi rucio alemán conmigo ahora. Quiero saber cómo será mi futuro ahora. Quiero resolver todo ahora. Y aunque sé que no se puede y que es una boludez y una pérdida de tiempo, quiero hacerlo y sigo pensando en eso.

Causalidad y consecuencialidad.

Perder. Ganar. Soltar. Palabras clave.

Tengo un poco de vértigo, la verdad. Como si corriera con todas mis energías y mi fuerza para saltar un precipicio, de un lado a otro, pero conforme me acerco al risco y más cerca se ve la enorme dimensión del desafío, más grande se hace también el vacío que siento en el estómago.

Perder. Ganar. Soltar. Palabras clave.

Sigo corriendo y recuerdo que me dan miedo muchas cosas, pero nunca he tenido susto a equivocarme.

Entonces, soy doblemente libre.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hay días...

A veces hay días brillantes, luminosos, en los que camino por la calle sintiéndome poderosa, indestructible, bella, amada. En los que dejo en el closet la distancia, las dificultades y las incertidumbres, y me visto con todas las certezas que me ha dado mi relación.

A veces hay días en los que no es relevante el rucio está lejos, en los que me sorprendo haciendo panoramas como tomarme un café con él después de la pega o hacer la cimarra de mi curso de inglés e irnos a comer un helado gigante sentados en el cerro.

A veces hay días en los que sólo quiero abrazarlo. En los que después del sonido del despertador, mi cama de plaza y media se me hace un lugar enorme e inhóspito sin su espalda y sin sus hombros llenos de pecas y de mis besos. En los que todos mis pensamientos vuelan hacia su lado, con el dulce sopor de esta primavera tibia, soñolienta, de siesta y de remoloneo.

A veces hay días en los que me pongo a chequear que todo esté en orden: la reserva para el hotel en el que pasaremos la noche de año nuevo en Valparaíso, los pasajes de bus, el departamento que arrendaré en Mendoza, el vuelo. Lo hago como si con eso pudiera administrar la ansiedad, como si ocupándome de los detalles de nuestro reencuentro, los 35 días que faltan para ese beso que tenemos inconcluso fueran a pasar más rápido.

Y hay días como hoy, en los que tengo pena. En los que sólo quiero abrazarlo y besarlo y sé que no puedo hacerlo. En los que no camino segura por la calle, sino que mirando el piso. En los que sí me importa que viva lejos, que no hable español y que no se pueda tomar un helado conmigo hoy en la tarde.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Haber sabido antes

Uno de los pendientes que tenía en la vida era mejorar mi nivel de inglés, y claro, el hecho de tener una relación amorosa con un angloparlante le ponía más premura al asunto.

Entonces, disponiendo por fin del tiempo libre que no tuve mientras estudiaba mi magister, y consolidando la hipótesis de mi madre acerca de mi “logoholismo” –neologismo con el que me enrostra mi adicción al estudio-, me matriculé en un curso de inglés, por supuesto en modalidad intensiva, de lunes a viernes después del trabajo.

Para mi sorpresa, y gracias a todo lo que he aprendido en estos meses de relación con el rucio, quedé en el nivel 9 de un máximo de 10, por lo que sólo debo tomar dos cursos antes de pasar al nivel preparatorio del TOEFL, mi meta en esta materia.

Entré a la sala con mis libros, mis lápices y cuadernos, y me senté en una de esas sillas con la mesita pegada a la derecha, de esas que no usaba desde que estaba en la Universidad.

El curso es pequeño: sólo 7 personas más y yo, lo que hace que la dinámica sea rápida y fluida, porque aunque nadie habla perfecto y todos cometemos errores, la fluidez es el común denominador del nivel 9.

Heather, nuestra profesora gringa pidió que, como primer ejercicio, nos presentáramos y contáramos algo de nosotros. Entonces, el conteo preliminar es el siguiente: Un cientista político, que venía llegando de un diplomado en EEUU y se quería ir de nuevo a hacer un master, un ingeniero informático recién salido de la Universidad que se estaba comprando su primer departamento, un estudiante de música, que quería viajar y conocer Europa, dos contadores auditores que también querían viajar y dos secretarias, amigas entre sí, que querían trabajar como secretarias bilungues.

Y yo no lo podía creer!!!!! Después de preguntarme tantas veces en este mismo blog dónde podía encontrar a la gente chora e interesante, tanto para airear el panorama social como para ver si por ahí saltaba la liebre y conocía a mi próximo pololo –claro, cuando el rucio aún no estaba en mi vida-, lo supe: las clases de inglés –u otros idiomas, por cierto- son una buena instancia para conocer gente nueva, interesante, y que aparentemente, está en la misma onda que uno.

Haber sabido antes.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Círculo rojo

Un calendario.
Una fecha.
Un círculo rojo –mas bien un corazón- sobre uno de los números.
Un día del año, un día cualquiera.
El número es exactamente del mismo color y del mismo tamaño que sus otros 364 hermanos, pero este día es especial: El rucio compró su pasaje y ya tenemos fecha para nuestro próximo beso, ese que quedó en stand by en el aeropuerto de Frankfurt en Agosto pasado, y que tendrá su segunda parte en Santiago de Chile, a fines de Diciembre.

lunes, 4 de octubre de 2010

19,4%

Seis meses. 180 días.

180 días de los cuales sólo hemos estado 35 físicamente juntos, por lo que sólo un 19,4% de nuestra relación ha sido presencial.

Puesto así, suena una locura. Una insensatez. Y eso que todavía no llegamos a los puntos centrales: pololeamos en inglés, la lengua franca del Siglo XX, idioma que para ninguno de los dos es lengua materna.

Eso, sin mencionar las 17 horas de vuelo y los 8.099 kilómetros de distancia física que tenemos entremedio, lo que hace parecer que esta relación tiene al menos, un pronóstico no tan bueno.

Pero la distancia emocional tiende a cero, las horas de vuelo para estar juntos se reducen a los segundos que se demora en contestar mis llamadas de Skype, y respecto al idioma, bueno, no creo que ninguna pareja se entienda al 100%, incluso hablando el mismo idioma y compartiendo la misma cultura.

Lo bueno es que esto es temporal. El rucio viene a verme a Chile en Diciembre, para hablar en vivo y en directo cómo organizamos mi cambio de país a Alemania. Claro, pueden pasar mil cosas en el camino, pero ya tenemos la voluntad de hacerlo, que es lo más importante en esta historia, porque sin voluntad de querer estar juntos, no habríamos cumplido ni siquiera un mes juntos.

180 días. Seis meses. Tal como me dijo él, mientras brindaba conmigo con una copa de Champaña, en un huso horario de +6 “Salud por nuestro primer medio año juntos, y por todo lo que está en nuestro futuro”.

viernes, 1 de octubre de 2010

Magíster (al fin!)

Tercer acto: Salud!

Ahí estaba yo, en el Bar Catedral, con un birrete azul marino sobre la cabeza, con una copa de champaña en la mano y rodeada de la gente que me quiere, de mis compañeros de trabajo y de mi familia, celebrando.

Había llegado a la meta, y no solamente había terminado una etapa de mi vida, sino que además lo había hecho con honores: con un 7 unánime en mi examen de grado, por lo que mi título de Magister en Estudios Internacionales va a tener un apellido precioso: summa cum laude, la máxima distinción a la que un mortal que hace un postgrado puede optar.

Esperé tanto este momento. Trabajé tanto para esto, y también sentí que me merecía tanto que todo concluyera de esta forma, que no podía sino celebrar, porque la vida no siempre le da a uno aquello que uno sabe que se merece, y esta era una de aquellas veces.

Por fin, al final del camino, mirando hacia atrás y viendo cómo aquellos fines de semana y días completos de estudio y trabajo duro valieron la pena, porque pavimentaron el camino entre el inicio de mi magíster, hace casi cuatro años, y este momento.

Estoy contenta, agradecida, satisfecha. Viendo cómo se cierran los ciclos de esta manera tan maravillosa, y cómo muy pronto se abrirán otros ciclos, otras etapas de mi vida donde las nuevas perspectivas están también en otros horizontes.

Segundo Acto: “I am so proud of you, my chanchita!”

No podía marcar su teléfono, y empecé a angustiarme. Que el cero, el doble cero, el carrier, el código de país. ¿Cómo hago para llamar a un celular a Alemania? Ni siquiera la operadora de mi compañía sabía cómo. Y yo necesitaba decirle, así con mi voz, no por un SMS, cómo había resultado todo. El rucio estaba en Alemania, esperando las noticias de mi examen de grado, con una vela prendida desde la hora exacta en la que había comenzado mi defensa.

Por suerte mientras caminaba hacia el restaurant donde almorzaría con una amiga y ex compañera de Magíster, encontré un centro de llamados internacionales, y marqué su número.

Creo que me contestó mientras aún sonaba el primer ring, ansioso. Casi podía ver su sonrisa al otro lado de la línea, esa sonrisa entre maliciosa y de chico bueno que besé tantas veces y que ahora hubiera querido besar de nuevo.

-Tell me, tell me, honey!!!!- me dijo en lugar de “hi” o “how are you?”

-Maximum qualification, hundred percent- casi le grité, traduciendo mi 7 a porcentaje

- Yuhuuuuuu!!!! honey, such a good news!!!!!!!!!, you are fantastic!!! congratulations!!!!!!!!!- me gritaba el rucio al otro lado del teléfono y al otro lado del mundo- I want to jump right now!!!!!

-Oh yes honey, me too!!!! OK, just jump!!! We can jump together-le dije yo, saltando como una loca dentro de la caseta telefónica, que tenía vidrios hacia afuera, desde donde el administrador me miraba con cara de “pobre loca”, y diciendo al unísiono con él -jump, jump, jump, jump!

-Oh yes, I am jumpigng Darling!!! Yuhu!!!!!!!!! I am so proud of you my chanchita- el rucio me gritaba y saltaba, estaba feliz, portándose como latinoamericano y diciéndome chanchita, pero en español, así como yo le digo my schatz, que significa “tesoro” en alemán.

-Oh yes my love, I am so happy, the examination was really grate!!!!! I was very calm and full of self confidence!!!! Everything was OK and now, I am Master of Arts!!!!!!!

-Oh, please Darling!!!! tell me how was your examination!!!!

Primer acto: El examen

Entré caminando sobre mis zapatos de tango, una especie de cábala para este día tan importante. El pelo planchado y perfecto, maquillaje y accesorios sobrios, y el pantalón y la blusa que me había comprado para la ocasión, y lo principal: el deseo de querer hacerlo bien, porque realmente había trabajado duro en mi tesis y esta era la ocasión en la que podía mostrarlo.

Entré al salón vacío, casi 20 minutos antes de la hora, para cargar mi powerpoint en el computador, ver que todo funcionara y buscar la mejor posición para la silla, el micrófono, el jarro de agua. Nada podía ser al azar.

Poco a poco fueron llegando los profesores: la comisión examinadora, la directora de mi magíster. Poco a poco el minuto de la verdad, ese minuto final por el que había esperado tanto tiempo, se acercaba más. Y yo estaba tranquila, confiada, queriendo empezar mi exposición y contestar las preguntas.

Y llegó el momento. La directora del magíster me presentó ante la comisión junto con el tema de mi tesis, y guardó silencio para que yo empezara a hablar. Tomé un poco de aire, sabiendo que ese era el punto de no retorno del término de este proceso, y empecé, tal como había ensayado tantas veces en las semanas anteriores, con los agradecimientos a la comisión por los comentarios que hicieron a mi tesis.

Hice mi presentación y esperé las preguntas de los profesores, que no eran ni difíciles ni complicadas, o al menos así me lo parecieron. Respondí segura, todas juntas al final. Cuando terminé, me pidieron salir mientras la comisión deliberaba, y al cerrar la puerta tras de mí sentí que lo había hecho bien y que era altamente probable no sólo haber aprobado, sino que obtener una alta calificación.

15 minutos-siglos después, me hicieron entrar. Mientras aún caminaba hacia la silla que había ocupado durante la presentación, la comisión me agradeció la seriedad y profundidad del trabajo, y la calidad de mi presentación, y me dijeron que mi calificación era un 7 unánime. Yo estaba feliz, y en vez de sentarme, caminé hacia los profesores y los saludé uno a unos, feliz y agradecida por lo que acababa de pasar.

Trabajé duro, en serio y con dedicación en mi tesis y durante todo el magíster, pero un 7 era algo difícil, que no sucede muy a menudo, y yo me lo había ganado.

Qué felicidad! Qué descanso! Qué satisfacción más grande! Tenía que decírselo al rucio, tenía que llamarlo! Después de la foto de rigor con la comisión y la nueva Magíster, para el diario mural de la Universidad, corrí a marcar su número en mi celular, pensando en cuán nervioso estaba él, en Alemania, esperando los resultados del examen.

Quería hablar con él, escuchar su voz y su alegría, quería decirle lo bien que había salido todo, lo feliz que estaba y la celebración que iba a tener esa tarde, después de la oficina, con mi familia y mis amigos. Quería darle las gracias por estar conmigo en este momento, donde los ciclos se cierran y el futuro se abre, para empezar a pensar en los nuevos ciclos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Casi llegando

Me miro al espejo del probador y no puedo creer lo bien que me queda el pantalón. Es cierto, estoy más flaca. Por supuesto, mi guata sigue siendo más bien blandita y se me hace un rollo al sentarme, pero creo que hace años no tenía la cintura tan marcada, a lo que también ayuda la blusa de buen corte que llevo puesta.

Estoy bien. Me siento linda.

Y no es sólo porque el rucio me haya convencido después de decírmelo tantas veces, ni porque de verdad noté lo bien que vende el modelo latinoamericano en Europa. Es porque me siento bien conmigo misma ahora que estoy cerrando los ciclos que empecé hace bastante tiempo, y que han sido largos, e incluso a veces poco felices.

El traje que tengo puesto es para la defensa de mi tesis, la próxima semana. Por fin voy a terminar el magíster, después de casi 4 años de esclavitud intelectual de fin de semana, de trabajo hasta tarde, de malabarismo en los horarios para compatibilizar la pega, los mil pitutos, la vida familiar y social, y el sueño. Y no ha sido fácil. Me quejé mil veces de este proceso, de mi tozudez por querer estudiar, de mi falta de tiempo, de mi confinamiento en lo académico.

Pero aquí estoy, en un pantalón talla 40 y una blusa negra de líneas verticales, mirándome al espejo del probador de la tienda, planificando los últimos detalles de mi defensa y sintiendo cómo se acerca el fin del ciclo, el cierre, y cómo se abre todo lo bueno que viene en el futuro.

Aquí estoy, casi en la meta, casi llegando.

lunes, 13 de septiembre de 2010

No sé por dónde empezar

Podría comenzar por el minuto 1, por el reencuentro en el aeropuerto de Frankfurt, ese momento Kodak como ningún otro en mi vida. Él con una rosa y su sonrisa perfecta, y yo con mi maleta roja corriendo como una loca a sus brazos, y besándonos y acariciándonos como adolescentes, como si entre el último beso que nos dimos en Abril y el que nos estábamos dando en ese momento no hubieran pasado cuatro meses, sino que un suspiro.

Podría comenzar por la despedida, en el mismo aeropuerto, que empezó con la tortura de la línea de ingreso a policía internacional, donde entré después de darle un último beso y donde me tuve que contener, con las rodillas temblando, por más de cinco minutos, sabiendo que él estaba parado detrás de mí, sin poder entrar a abrazarme de nuevo, y que yo debía esperar hasta que mi equipaje pasara por la máquina de rayos X. Después, un último adiós con la mano, un corazón dibujado en el aire, y la rápida carrera a buscar un baño para poder llorar en paz. En eso estaba cuando una española golpeó la puerta del privado, sacándome de mi dolor y de mi desconexión con la realidad, y diciéndome “perdona, estás bien?... Necesitas que te lleve a la enfermería o que te ayude?”.

Podría empezar hablando de las maravillas de las tres semanas en Alemania. Del cartel de “Bienvenida” que colgó en la ventana de su casa para esperarme. De la presentación a la familia y los amigos. De los desayunos a la cama. De los mimos y el amor de madrugada. De la ternura y la pasión. De los paseos en auto, las idas al supermercado y las maratónicas sesiones de revisión de fotos de la infancia, la adolescencia y la juventud. De la noche en Meersburg, ciudad preciosa organizada alrededor de un castillo, donde caminamos, nos miramos a los ojos pero con el alma, nos dijimos las palabras más dulces y más tiernas del mundo, cenamos en el mejor restaurant mirando al lago de Konstanz, y donde vimos una estrella fugaz y pedimos un deseo de amor.

Podría empezar contando un detalle cronológico de los hechos importantes, como mi formación de periodista me sugiere, pero no.

Voy a empezar por el final, ese final que no tiene nada de cronológico, que quizás se salta algunos episodios, pero que encierra todo lo maravilloso que vivimos juntos y la voluntad que luego de varias conversaciones -y más de alguna discusión- consensuamos: el rucio viene en diciembre a Chile, y durante su visita haremos planes para ver cómo sigue esta relación el próximo año, porque así como van las cosas, me voy con él a Alemania.

lunes, 2 de agosto de 2010

Una llamada inesperada

-Aló
-Hola, cómo estás corazón?
-Bien…esta sí que es sorpresa…
-Jajajaja, por que tanto? Yo bien , con harta pega…lo que pasa es que me acordé que tu viaje a Alemania es ahora pronto, y tenía ganas de verte, porque así como vas, vas a volver a Chile con otro apellido…
-Jajaja, no creo. Nunca tan loca- dudo. Soy el tipo de persona capaz de volver casada después de un viaje de tres semanas, entre otras muchas locuras posibles en mi repertorio.
-Ah, bueno, pero igual. Necesitas que te vaya a dejar al aeropuerto?
-No, no te preocupes. Vuelo el sábado temprano, a la hora en que la gente decente duerme, así que no hace falta
-No, en serio, para qué te vas a ir en transfer si te puedo ir a dejar yo, además me encantaría...
-Es que me va a ir a dejar una amiga, porque también va a ir mi mamá y mi hermana, porque mi viaje es como el acontecimiento del año, jejejeje
-Ah, vas a estar acompañada. Ahí me quedo más tranquilo
-Oye, pero muchas gracias de todos modos! Fue lindo tu ofrecimiento
-De nada pues. Me daba penita que te fueras sola a un viaje tan romántico, pero a ver si nos vemos cuando vuelvas y me cuentas todo, mira que no pueden volver a pasar 10 años de nuevo antes que nos veamos
-Sí, de todas maneras. Cuando vuelva nos juntamos y te cuento. Y gracias por la llamada, te pasaste
-De nada corazón, que te vaya muy pero muy bien en Alemania
-Gracias

Colgué el teléfono con una sensación extraña. Mi ex pololo, el primero de todos, con quien recientemente había retomado contacto, me llamaba para ofrecer llevarme al aeropuerto, en mi viaje para ver a mi actual pololo, el rucio alemán que me tiene suspirando como la quinceañera que era cuando pololeaba con él.
Después de mucho renegar al respecto, creo que mantener un sano y discreto contacto con los ex no es tan malo.

miércoles, 28 de julio de 2010

23 kilos

Lo más pesado:
- 4 botellas de vino
- Una botella de pisco. Pretendo lucirme con un pisco sour para los suegros, en el asado que ya nos tienen prometido, para celebrar la presentación de la "polola chilena"
- Dos kilos de manjar. El rucio ya me dijo que no me dejaba entrar a su casa si no le llevaba manjar. Creo que es una especie de adicto

Lo más liviano:
- La ropa de verano. Llevo mil pilchas y no me ocupan ni la mitad de la maleta
- La ropa interior. Por suerte pesa poco, porque llevo casi tanta como "ropa exterior".
- Los regalos para la familia. Aros de lapislázuli para su hermana, y unos posavasos de cobre con incrustaciones de esta misma piedra para sus papás.

Lo más tierno:
- El Martin, mi pulpo de peluche. El rucio me pidió que lo llevara, porque como es amigo de su oso polar de peluche (se conocieron por Skype y cada vez que hablamos con el rucio, se saludan), creyó que era bueno que se concieran en persona, dado que nuestra relación iba tan en serio, lo que me pareció una idea estupenda.

Equipaje de mano:
- Menos euros de los que hubiera querido llevar, y un poco más de los que la cordura me permitió comprar en una primera instancia.
- Mi pasaporte-sonrisa
- MP3, banda sonora: I don´t want to miss a thing, de Aerosmith
- Libro para la escala en Barajas: La Loca de la casa, de Rosa Montero. Ojalá algún día escriba como ella.
- Pañuelitos desechables. Sé que voy a llorar cuando vea al rucio, y me de ese abrazo y ese beso por el que vengo esperando hace más de tres meses.

lunes, 19 de julio de 2010

Tengo...

- Una cuenta regresiva en Facebook
- Un frasco de Flores de Bach, para las ansias de la espera
- Una clave alfanumérica de reserva para un vuelo Santiago-Frankfurt-Santiago
- Una sonrisa gigante en la foto del pasaporte
- Una maleta roja que canjeé con los puntos del banco, porque me pareció poco elegante llevar mi mochila de campamento
- La tarjeta de crédito muy cerca del tope, por la pequeña fortuna que me gasté en ropa interior
- Un par de pantuflas nuevas que tengo planeado olvidar debajo de su cama, para que se quede con algo mío cuando tenga que volver
- Los regalos para el rucio: dos kilos de manjar y una botella del mismo vino que nos tomamos esa noche en Punta Choros, justo antes de enamorarnos
- Este amor enorme que llevo en el pecho
- La certeza del porte de una catedral de que no tengo que tener miedo de nada

viernes, 2 de julio de 2010

Drei Monate

Te he besado más veces en mis sueños que en la vida real. Te conozco poco, pero sin embargo sé quién eres. Me bastó con mirarte para abandonarme a esta corriente que también te lleva a ti, que me has besado más veces en tus sueños que en la vida real, y que pese a conocerme poco –y entenderme menos en mi mal inglés- sabes quién soy.
Gracias por estos tres meses de ilusiones. Gracias por hablarme del amor y del futuro. Gracias por mostrarme el terreno firme donde más que un salto al vacío, voy a dar pasos firmes adelante. Gracias por todo.

martes, 29 de junio de 2010

Pasaportes

He sacado pasaporte dos veces en la vida, y las dos veces ha sido por un hombre.

La primera vez, me senté en la silla del Registro Civil con el corazón destrozado, tratando de poner la mejor sonrisa que tenía, que más bien era una mueca, para que me tomaran la foto.

Con ese pasaporte, salí por primera vez del país con rumbo a Perú, porque ya no podía estar en Santiago: cada café, cada cine, casa esquina, cada rincón de la ciudad me recordaban al hombre que acababa de dejarme por otra y con el que pensé que iba a tener hijos, nietos, una casa y una vida. Era el año 2004, y yo, con mis 24 abriles, una mochila y una herida sangrante, viajé por casi 3 meses hasta que pude de nuevo sonreír con el alma, sin tener que hacer una mueca.

Hoy, seis años después, me senté en la silla del Registro Civil con una sonrisa en el alma, de esas de verdad, pensando en que con ese pasaporte me iré a Alemania a ver al hombre que se demoró diez minutos en besarme desde que me abrazó por primera vez y que tardó sólo dos semanas en darme todas las certezas que tengo ahora.

Sé que esa sonrisa de la foto, la misma que tengo en la cara desde el primer momento que lo vi, va a quedar plasmada en el pasaporte por muchos años, y me alegro que Policía Internacional no tenga que poner su timbre sobre la mueca de hace seis años atrás, porque igual que mi antiguo pasaporte, esa Bárbara expiró. Ahora tengo una sonrisa de verdad.

viernes, 11 de junio de 2010

El perfume

El rucio se pone más rucio con el sol. Medio pelirrojo incluso.
Le carga que personas extrañas le saquen fotos –rara manía-, pero me ha hecho caso y me ha mandado varias fotos suyas en el verano europeo. Se nota que está un poco incómodo porque su sonrisa no es igual a la que tiene en las fotos que nos sacamos juntos.

Al rucio le gusta usar camisa, pero con una polera debajo. Si anda solo con la polera, se siente como en ropa interior.

Al rucio le gusta dormir hasta tarde, ver series de TV adora su trabajo. Me dijo que le encantaba planchar la ropa pero que le hacía el quite a cocinar, porque aunque le gustaba, no sabía hacer muchas cosas diferentes.

Igual que a mí, le cargan los mariscos pero adora el pescado, y sólo come tomate con la bruscetta, una delicia italiana compuesta de una especie de pan crujiente y bien delgado, con albahaca, tomate, ajo y aceite de oliva. Adora el chocolate y cuenta los días para tener de nuevo una bolsa de manjar y una cuchara delante.

El rucio tiene un olor corporal rico, como suave y dulce, y no usa perfume. Solo una colonia muy suave para después de afeitar que tiene olor a bergamota, el mismo olor que me sacudió hoy al entrar al metro.

Me estremeció, y por un segundo sentí la mano del rucio en la cadera derecha. Después la ira. “Cómo otro hombre iba a tener el olor de mi rucio?” Me pareció una insolencia, una burla, una bofetada.

Lo peor de todo es que como era de esperar, no fui capaz de identificar la fuente del aroma, y tuve que resignarme durante todo el viaje a la presencia-ausencia del rucio, pensando en la foto que me había mandado ayer, tomada por un extraño en un pueblo de Alemania, donde se veía con una sonrisa un poco rara, y más rucio que de costumbre, probablemente por el sol.

miércoles, 2 de junio de 2010

No tenemos por qué conformarnos con menos

Me sorprende que nos sorprendamos con aquello que no debiera sorprendernos, y que perdamos la capacidad de asombro con lo que debería ser la excepción y no la norma.

¿Por qué llegamos a pensar –también yo -, que el “te llamo pero no te llamo” está bien, que el “no sé lo que siento” es válido, y que el “no estoy listo para una relación” es una postura honesta de quien expresa su punto de vista, y no una celosía detrás de la que se esconde un cobarde (o una, en femenino) que no quiere admitir que simplemente, no ama, algo que es normal y perfectamente posible, pero que es una deslealtad no conversar abiertamente?

¿Y por qué nos sorprendemos tanto –o me sorprendo yo, ahora-, con mensajes de texto que me despiertan con besos de buenos días cada mañana, y que llegan a mi celular justo a la hora en la que suena mi alarma, o con muestras de cariño pequeñas, contundentes y cotidianas llegadas con regularidad y por correo certificado desde el otro lado del mundo?

Le dije al alemán que estaba feliz, encantada y sorprendida por la manera tan abierta y directa en la que me ha hecho saber que está enamorado, porque en mi cabeza, los alemanes eran gente más fría e impersonal, y me contestó con una verdad que me dejó pensando en todo esto: “Si no te lo digo y no te lo muestro, tú no sabrías que te amo, y yo quiero que lo sepas todos los días”.

Eso es todo. No podemos ni tenemos por qué conformarnos con menos.

martes, 18 de mayo de 2010

Un café después de 10 años

Crucé la calle pensando en que no lo veía hace 10 años. Exactamente un tercio de mi vida, y exactamente un tercio de la suya.

La última vez que nos vimos yo le expliqué calmada y civilizadamente, pero con el corazón en la mano, que tenía razón y que en el fondo lo dejaba por otro, justamente por quien cuatro años después me explicó de manera calmada y sin escándalo que yo también tenía razón y que me estaba dejando por otra.

Crucé la calle pensando en todo lo que habían pasado en esos años. Toda una vida, o varias vidas una tras de otra, con sus encuentros y sus desencuentros, sus felicidades y sus tristezas. Ahora yo estaba viviendo una historia de amor a la distancia digna de un Best Seller, y él estaba estable, emparejado y viviendo con su novia hace varios años. Esas mismas vidas eran las que hacían que esas dos personas, que hace quince años –exactamente la mitad de nuestras vidas- empezaron juntas su primera relación amorosa, fueran hoy prácticamente dos extraños.

Crucé la calle sabiendo que iba un poco tarde, y preguntándome si un par de fotos iban a ser suficientes para reconocernos, pero sí lo fueron. Él se paró del banco donde estaba sentado y me abrazó como si en vez de dos extraños, fuéramos dos buenos amigos que no se veían hace tiempo.

Nos sentamos en el café y conversamos de todo. Y para mi sorpresa, nos reímos y pasamos un buen rato, poniéndonos al día de las vidas que habíamos tenido en este tiempo sin vernos, y de los buenos recuerdos que guardábamos de los años que estuvimos juntos.

La verdad, me sorprendió el cariño con el que él se acordaba de esa Bárbara que ya no existe, y la seguridad con la que me agradecía a mí todo el amor, la comprensión y los buenos momentos que ella le había dado. Desde el fondo de mi corazón culposo hubiera aceptado sin protestar que me reclamara por todo lo que sufrió cuando terminamos y por los meses negros que sé que tuvo después, pero no. Al igual que yo, eligió quedarse con los buenos recuerdos y seguir adelante disfrutando de las vidas que aún le aguardaban. Lo único que me reprochó fue el tiempo que tuvo que pasar hasta que se diera esta conversación y este reencuentro.

Crucé la calle pensando que quizás él tenía razón. Que tal vez perdimos estos diez años de contacto, pero que me alegraba más de lo que hubiera podido esperar el haberme dado cuenta de que al final, nunca fuimos dos extraños.

martes, 27 de abril de 2010

Sin miedo

No me dio miedo cuando lo miré por primera vez y recibí esa especie de patada voladora en la cabeza, y una certeza del tamaño de una catedral se me instaló en el medio del pecho: quería ser la madre de sus tres hijos medios rucios, de apellido raro, y darle comida a su gato, que seguramente maulla en alemán.

No tuve miedo cuando conversamos en mi mal inglés acerca de la vida, de las series de TV, del trabajo, del amor y de los viajes.

No tuve miedo cuando después de una botella de vino bajo las estrellas de la cuarta región se tomó su tiempo para acariciar el costado de mi rostro, mis hombros y mi pelo antes de besarme. Tampoco tuve miedo después, cuando mientras nos sacábamos la ropa, me decía que estaba bien si yo le pedía que se fuera a dormir a su cama.

No tuve miedo cuando el romance siguió al día siguiente, cuando descuidadamente me dijo “my darling” para pedirme el azúcar en la mesa del desayuno. Tampoco me dio medio a la semana siguiente, cuando haciendo el inventario de las cosas que debía bajar del auto para ir a la fiesta de la vendimia, me tomó la mano y dijo “también tengo a mi novia, así que no me falta nada”.

No me dio miedo pasear de la mano por Valparaíso, comer y tomar café juntos y ser fotografiada más veces que en toda mi vida, incluso cuando no me daba cuenta. No me dio miedo su mirada de amor ni tampoco los planes que ya empezábamos a hacer.

No me dio miedo presentárselo a mi mamá, ni tomar mi maleta e irme a vivir con él durante su última semana en Santiago. Me dio una pena negra, sí, pero no miedo, cuando nos despedimos en el aeropuerto, pensando en que sólo faltaban 13 semanas para vernos en su país.

Hablando por Skype me dio una emoción increíble, una sensación en el estómago como esa escena de la película Vértigo de Hitchcock, cuando el protagonista mira la escalera y el espacio parece ampliarse ante sus ojos, cuando me dijo que había estado esperando hablar conmigo para decirme que está enamorado de mí, porque es algo que no se puede decir por escrito, sino que personalmente, y él necesitaba decírmelo. Sentí alegría, felicidad, mariposas del tamaño de elefantes aleteando furiosas en mis vísceras, pero no miedo.

Tampoco tengo miedo ahora, que planeo mi próximo viaje a Alemania y que ya tengo una foto suya en mi billetera. ¿Debería tener miedo? Tal vez sí, pero no lo tengo, y eso es sobre todo, una buena señal.

martes, 2 de marzo de 2010

35 segundos en el supermercado

35 segundos. Todo lo que necesité para obtener mi respuesta.

Vi a Kiefer Sutherland/Doctor House salir por el pasillo de los fideos acompañado del que presumí era su amigo argentino, el mismo que llegó a visitarlo en la semana que dejó de llamarme.

Él le dijo algo, y su amigo se inclinó un poco para escucharlo mejor, asintió y ambos se pararon junto al refrigerador de las cervezas, y el argentino, con un gesto cotidiano, sin aspavientos y con el parsimonioso silencio de la cotidianeidad encima, tomó con una mano a Kiefer Sutherland/Doctor House en esa inefable zona entre el cuello y el hombro, mientras deslizaba la vitrina con la otra, para que él tomara una de las botellas del interior.

Ahora entiendo por qué dejó de llamarme.

martes, 9 de febrero de 2010

No llamó más

Kiefer Sutherland/Doctor House no llamó más. Tampoco escribió contando alguna mala excusa por no haberme llamado. Dejé de recibir las "buenas noches" por SMS, junto con las invitaciones a salir.

Hace mucho tiempo me desistí de perseguir a los que se esmeran en no perseguirme, porque es tan claro cuando uno le interesa de verdad a alguien, que por antonomasia entiendo también cuando yo dejo de interesar.


Ahora , de vuelta a lo de antes: salir sola, respirar, conocer gente nueva, esperar. Soy excelente para todo eso, salvo para lo último.

lunes, 1 de febrero de 2010

Primera cita

Es una mezcla de Kiefer Sutherland y el actor de Doctor House. Tiene los ojos muy verdes para mi gusto, pero una mirada clara en la que me podría haber quedado a vivir.

Me dijo todo lo que quería saber de él: Que trabaja haciendo iluminación para cine (mi fetiche técnico del séptimo arte), que le gusta cocinar –y también comer-, que la cicatriz que tiene al lado del ojo derecho se la hizo a los 5 años, cuando se agachó para recoger un autito y se pegó con la lata del resbalín del kinder (“podría haber inventado una historia más cool, pero me gusta contar la verdad porque es una historia tierna”, me dijo después), y que cuando me vio, lo mató mi lunar en la comisura de mi boca.

Ahora, a averiguar el resto.

martes, 26 de enero de 2010

¿Existen las coincidencias?

Levanté la vista y miré por la ventana de la micro después de leer el mensaje, y sólo me encontré con mi cara de asombro reflejada en el vidrio. "Esto no puede ser", pensé, guardando el celular en la cartera.

Acababa de llegarme un mensaje de Lan.com, para avisarme que mi vuelo a Madrid había sido cambiado de horario. MI VUELO A MADRID!! ¿¿Cuál vuelo a Madrid??

¿Existen las coincidencias? Esto pasa justo ahora que estoy cambiándome de casa, dejando mi departamento maravilloso y volviendo al cobijo de mis padres para juntar plata y poder irme a Madrid (no es ninguna otra ciudad del mundo, es Madrid) a estudiar.

"Quizás alguien dio mal el teléfono cuando hizo la reserva, y por eso el mensaje me llegó a mí", pensé, para aquietar la sensación de fatum griego que se agitaba dentro de mí, y que me mostraba que de una u otra forma -y pese a que odio esa idea-, las cosas que viviremos ya están escritas en alguna parte. "Matarás a tu padre y te casarás con tu madre", le dijo la esfinge a Edipo, destrozando la certeza de todos a quienes nos gusta pensar que con cada una de nuestras acciones escribimos un futuro que no existe.

Llegué a la oficina, y cuando abrí mi correo, Edipo, parado a mi espalda y con sus labios a centímetros de mi nuca, me gritó que estaba equivocada: En mi mail institucional estaba un mensaje de Lan.com, confirmando el retraso del vuelo a Madrid, a mi nombre!

"Esto está mal, o tengo un mescenas clandestino que me acaba de regalar un pasaje a Madrid", pensé, marcando el número del Call Center.

La mujer que me atendió debió pensar que estaba loca. Me preguntó 20 veces si yo no había comprado el vuelo y no lo recordaba, o si otra persona dio mis datos para comprarlo a mi nombre, y luego de la vez número 21 me pidió mi rut para chequear en el sistema, donde efectivamente, no figuraba en ningún pasaje a Madrid, pero sí estaba registrada con mi mail y mi teléfono para avisar en caso de modificaciones de fecha o de hora de ese vuelo.

-Le pedismo disculpas, señorita Bárbara, la verdad es que no entendemos qué pasó. Vamos a desvincular inmediatamente sus datos de los correos y mensjaes de aviso de retrasos
-¿Sabes?, parece que yo ya entendí qué pasó- le dije, iluminada
-Si? Qué cosa?
-Edipo....el fatum griego- le dije, sabiendo que no entendería nada
-Cómo? no le entendí....
-No, no te preocupes. Muchas gracias por tu tiempo

Al menos, Edipo, ya recibí tu mensaje: Estoy en el camino correcto.

lunes, 18 de enero de 2010

De cambios

Hoy estoy un poco triste. Hace tiempo no escribía en este espacio porque ninguna de mis aventuras sentimentales -que siendo honesta, han sido poquísimas- daba el ancho como para escribir sobre ella. Encuentros, desencuentros y minutos-horas- mirando a mi celular esperando a que sonara. Sin sonar. Nada muy épico.

A veces creo que soy yo la que no entiende bien, la que tiene el barómetro medio descalibrado, o las luces de WARNING demasiado hipersensibilizadas. Incluso he pesnado que esa "belleza exótica" detrás de la que nos escondemos todas aquellas mujeres que no somos modelos de Sports Illustrated, era simplemente una fealdad mirada con demasiado beneplácito, o que esa inteligencia ácida de la que presumía como principal virtud no era otra cosa que un pálido sentido del humor y algo de elocuencia, pero nada más.
Otras veces creo que son ellos los que están mal, que quieren al prototipo de mujer guapa y mononeuronal al que terminamos crucificando siempre, como si así pudiéramos expiar nuestros males y pecados de mujeres modernas, que trabajan, estudian, se desempeñan en la vida laboral pero que también quieren mantener su rol de mujer en el mundo privado, en la cocina, la casa y la cama.

A veces siento que soy invisible. Inaudible. Imperceptible. Que me borré detrás de la estampa de la "chilena promedio" que por ser tan condenadamente promedio no destaca ni para bien ni para mal.

Tal vez todo esto -este estado de ánimo gris como el día -pueda deberse a las decisiones que he tomado, y que me alejarán de mi comodidad, de mi vida de joven profesional viviendo en el centro de santiago, a un paso de todo y en el epicentro de la vida gastronómica y cultural de la ciudad, y me llevarán a la casa materna de vuelta, tras 4 años de independencia.

No me malentiendan, es algo que quiero hacer, y que elegí hacer. El objetivo es tan común y simple como inalcanzable de otro modo: Quiero ahorrar plata para estudiar fuera de Chile, y este es el único camino más corto y rentable que se me ocurrió, y que no implicaba la venta de ninguno de mis órganos vitales en el mercado negro.

Tal vez el empalme entre estas dos situaciones de mi presente se encuentre en él, el chico más cool con que salí nunca. Pololeamos incluso, hasta que la cosa terminó tórridamente -ya lo he contado mil veces, asi que me ahorraré la 1.001-.
Fue él el que estuvo a mi lado cuando me compré el departamento y me cambié. Él durmió conmigo en la primera noche de mi nueva vida, y me siento un poco -bien- vacía ahora que estoy emprendiendo el viaje de vuelta -por motivos nobles, concretos y justificados- y no hay nadie junto a mí que me ayude con las maletas.

Lo sé. Soy una mujer fuerte, y que usualmente se la puede con todas las cosas que la vida le endose, pero son justo estas pequeñas cosas las que me cagan: a veces sería tan bueno ser un poco débil y tener a alguien en quien poder cargarme un poco, que me prestara su hombro para este tránsito que me está resiultando tan complejo... y tan solitario.