lunes, 10 de enero de 2011

Vacaciones con el rucio

Tercer acto: El aeropuerto

Siempre me juro que no de nuevo, pero lo vuelvo a hacer. Las despedidas en los aeropuertos son una mezcla tremenda entre la pena de dejar ir a quien uno no quiere que se vaya, y la sensación de que todo el mundo te mira porque no pudiste evitar llorar.

Esa misma mañana, cuando nos despertamos, el rucio me pidió que lo abrazara y me dijo que no se quería ir. Entre risas, yo le ofrecí una solución: Llamar a mis próximos arrendatarios, que llegan dentro de un par de días y decirles que mi departamento ya no está disponible, escribirle a su jefe en Alemania y decirle que su polola sudamericana lo va a secuestrar de manera indefinida –lo que suena bastante verosímil siendo Chile una especie de república bananera en el imaginario colectivo del alemán promedio-, y mantenernos con lo que gano en mi trabajo. El rucio también se rió y me preguntó si le devolverían la plata del pasaje que ya tenía comprado para esa misma tarde.

En el aeropuerto, me miró con sus ojos preciosos, me sonrió y me dijo “last kiss, honey”, y me besó con el alma. Con una pena negra, lo vi cruzar la puerta de migración del aeropuerto de Santiago, y ubicarse al final de la larga fila para los rayos X de su equipaje, y los trámites de migración.

Y lo miré. Ahí estaba, inalcanzable a mis besos. Mirándome y sonriéndome, agitando la mano y dibujando un corazón con los dedos como yo le había enseñado en Agosto, en el aeropuerto de Frankfurt.

Ahí estaba ese hombre que tiene mil defectos, pero el corazón más bueno que he visto en toda mi vida. Ahí estaba, despidiéndose de mí, el hombre que me va a recibir en Alemania dentro de un par de meses, para mis próximas vacaciones. Ahí estaba, perdiéndose de mi vista, el hombre que me dijo que yo no me preocupara por nada, y que él se hacía cargo de buscar un departamento para nosotros en Alemania para mi viaje definitivo, ese en el que uno compra sólo un pasaje de ida, a fines de este año.

Y cómo no iba a llorar.

Segundo acto: Año nuevo en Valparaíso

Desde la terraza del hostal, con la champaña en la mano y dos copas en la otra, el rucio me miró con esos ojos preciosos que tiene, mientras su cara se iluminaba con los fuegos artificiales de la bahía.

“Happy New Year”, y salté a sus brazos, lo abracé y lo besé bien besado, para que el año que acababa de empezar estuviera lleno de más besos.

Y abrió la champaña, me sirvió una copa y mientras aún se escuchaban los fuegos artificiales y el cielo se encendía de azules, rojos y amarillos, el rucio me dijo que estaba feliz, porque terminaba un gran año, que aunque había sido difícil, fue también excelente, porque nos habíamos conocido y enamorado. Además, me dijo que estaba muy emocionado porque empezaba el 2011, nuestro año, el año en el que teníamos tantos planes y en el que nos íbamos a ir a vivir juntos en Alemania.

Y lo miré, y sólo pude besarlo y abrazarlo mientras le daba las gracias por todo lo maravilloso que me ha dado, mientras por sobre su hombro vi cómo el último fuego artificial iluminaba toda la bahía.

Primer acto: Ese beso que esperó 4 meses

Me temblaban las rodillas mientras lo esperaba. El tablero decía que el vuelo estaba arribado, pero pasaban 15, 20, 30 minutos y mi rucio no aparecía.

Espiando la etiqueta en las maletas de la gente que iba saliendo, todos eran del vuelo de Air France en el que venía mi rucio, pero él no salía.

Rodillas temblando.

Y de repente, 45 minutos después, se abrió la puerta y lo vi a lo lejos, detrás de dos mochileros con equipajes enormes y de una señora que le preguntaba algo a un guardia.

Mil mariposas subiendo por mi estómago hasta mi garganta.

Agité la mano, salté, y creo que grité “Tobi, Tobi!” (La verdad no me acuerdo bien). Lo que sí recuerdo es que corrí, mientras él corría hacia mí, hasta que nos abrazamos fuertemente. Y entonces, me besó, con ese beso que llevaba cuatro meses esperando, con ese beso fabuloso que más que beso es una comunión.

Y se me olvidó todo: el tiempo, el espacio, el calor, las rodillas temblando y el guardia del aeropuerto que nos decía que saliéramos de la zona de salida de los pasajeros que venían llegando, porque estábamos haciendo taco.

Después de besarme, el rucio me tomó la cara, me miró y me dijo “te amo”, así en español, mientras yo sentía cómo se me derretía el alma, y mientras el guardia seguía diciéndonos que teníamos que movernos de la zona de salida.