domingo, 30 de marzo de 2008

Historias de Motel

Octubre del 2005

-Bárbara, el vaso se está moviendo!!!
-Mmmmmmhhhhh-dije yo, en ese estado de tránsito entre el sueño y la realidad.
-Bárbara, el vaso!!!!- dijo él apretándome el antebrazo y tirándolo hacia delante, lo que me obligó a levantarme y mirar sobre su hombro.
Efectivamente, el vaso que la noche anterior dejó encima del velador de su lado de la cama acababa de moverse en diagonal, completamente solo.
El sueño se me espantó de golpe y evalué la situación: si le decía “Sí, el vaso se movió, nos están penando!!!”, él era capaz de vestirse con lo primero que encontrara y salir corriendo de la pieza del motel, sin pensar en nada más que huir. Entonces, hice de tripas corazón y volví a acostarme a su lado.
-Nada que ver, estás soñando-le dije, acomodándome en la cama y dándole la espalda..
-No lo viste? Pero si se movió, te juro que…
-Lindo, te juro que no se movió- dije aprestándome a dormir de nuevo, con algo de susto. El sujeto en cuestión nunca supo que efectivamente el vaso se movió. Quien sabe, tal vez un día le cuente.

Marzo del 2008

-No te puedo creer! A mí también me pasó algo raro en un motel
-En serio? –Le pregunté a mi amiga, que también había vivido una experiencia paranormal como la mía.
-Sí, estábamos ahí y sentimos que alguien caminó por la pieza, se movió. A mí me dio demasiado susto y me tapé entera. Mi pololo miró pero no había nadie.
-Que susto!
-Sí. Es que los moteles siempre son casas antiguas, grandes, quizá cuanta gente se murió antes ahí.
-Sí, es verdad…incluso deben haber ocurrido crímenes pasionales.
Es verdad, los moteles suelen ser casas antiguas, reacondicionadas para fines amatorios, pero con historias interminables de gente que estuvo de paso, que se amó, se odió, terminó, se mató incluso.

Reflexión

Los moteles son lugares interesantes. Desde la gente que entra, que muchas veces son parejas tan disparejas, otras, asustados adolescentes con mochila al hombro que por su cara se diría que nunca han estado en uno. La gente que atiende, tan acostumbrada a la cotidianeidad del ir y venir de los amantes. Los diseños de las sábanas, de las cortinas, el maní salado y el jabón individual que nunca es de buena calidad pero que sin embargo es tan útil. El que te pregunten “viene por noche o por momento?” cuando entras y el marcar cero para avisar a la recepción que se desocupará la pieza.
Durante mi época universitaria fui fiel cliente de los moteles. Al principio, de los más baratos cerca de la USACH en Estación Central, pensados para parejas de estudiantes. Después, los clásicos de Marín, donde me ocurrió la historia que aparece al principio de este post, y luego, esporádicamente, cuando uno quiere darse un capricho, uno que otro de mejor categoría.
Como vivo sola, ya no necesito ir a un motel cuando estoy emparejada, pero no puedo negar que a veces es entretenido el juego de entrar, dejar el carnet y pensar que esa habitación en la que tantas otras parejas se han amado, se convertirá en tu propio nido de amor por las siguientes tres horas.

domingo, 23 de marzo de 2008

De vuelta...

Vuelvo al (y del) Sur

Una de mis amigas me decía que conocía a poca gente que como yo, tuviera experiencias cercanas a lo religioso en contacto con la naturaleza. Debe ser porque no soy religiosa ni me considero demasiado espiritual, pero sí profundamente sensible a la belleza natural, sobre todo en climas fríos y lluviosos.
Así que como siempre, agarré mi mochila y me fui a conocer una zona que no conocía de esa parte de Chile: Entre Isla Huapi y Puerto Octay, y hacia la zona cordillerana hasta llegar al lago Maihue.
Como siempre, hubo gente maravillosa que me acogió en su casa como si fuera de su familia, que me dio de su comida, y me hizo sentir parte de algo que a simple vista no tiene nada que ver conmigo, pero que ahí está, como un lazo invisible, difícil de explicar pero tan fácil de sentir.
Cuando viajo, voy a buscarme a mí misma: a la yo que se sorprende y se maravilla de los insectos multicolores, de las caídas de agua, del frío de los ríos, de la transparencia de los lagos y de ese momento justo antes de quedarse dormida en el que uno sólo escucha el clamor del agua, lejano, y el viento que se enreda entre los árboles.
Por eso siempre vuelvo al Sur, siempre voy a buscarme de vuelta, a sentirme aventurera, sorprendida, adaptable…en contacto con todo.

La última llovizna

Pese a lo que me han dicho a veces, creo no tener una vida amorosa miserable, y de hecho, aquel dicho que reza “no llueve pero gotea” creo que se hizo a mi medida.
Mi última aventura fue Mulder (protegeremos su identidad con esta chapa tan a lo “X Flies”).
Bailaba en una disco con mi amiga cuando, aburrida de que el chico que originalmente había llamado mi atención no me mirara, decidí acercarme a la barra a comprar una bebida. Íbamos caminando cuando un tipo le ofrece un cigarro a otro, y mi intención de seguir avanzando quedó frustrada por la extensión de manos. Mulder reparó en mí y le dijo a su amigo (que estaba ofreciendo el cigarro) que fuéramos los cuatro a bailar.
Perteneciente a una de las Fuerzas Armadas y de Orden, dos años menor que yo, bastante rico pero atrozmente derechista, cuadrado con su Institución, intolerante ante la diversidad y amante de su profesión. Qué más puedo decir de él?. Besaba bien pero pese a que llamó un par de veces después de que nos despedimos de beso y abrazo en la puerta de mi edificio, luego de que como todo un galán nos fuera a dejar en auto, la cosa no dio para más.
Como dije una vez, hay cosas que uno hace por un afán meramente deportivo, que hay que tener cuidado de dejar así. Total, ambas partes ya tuvieron su ganancia.

Cumpleaños

Siempre es difícil cumplir años, sobre todo (como escribí hace exactamente un año en este mismo blog) cuando uno no tiene a nadie especial que sostenga la torta mientras todos cantan el Cumpleaños Feliz. Nadie que te mire con esa mirada que es imposible que otra persona te dé en ninguna otra circunstancia que no sea en esa media luz, entre las pequeñas llamitas puestas sobre la torta y que cada año van siendo más.
El catastro entre ese post y este es bastante bueno, por cierto. No me siento miserable ni desdichada ni mucho menos, pero como le comenté a una amiga, echo en falta eso de tener a alguien con quien poder contar, a quien llamar para organizar una salida al cine improvisada, sin pensar en “a lo mejor debí esperar a que me llamara él”.
Entonces, eso es justo lo que pediré cuando el 26 de marzo sople las velitas de mi torta, sostenida por alguna de las personas que me quiere mucho y que quiere lo mejor para mí.