lunes, 25 de junio de 2007

"Santiago llora por ti"

Esta era la frase asquerosamente cursi que una de mis mejores amigas escuchó proveniente del buzón de voz de su celular, al final de un mensaje de cumpleaños de su ex pololo, que en el último tiempo, y pese a que llevan casi un año separados, ha adoptado la inexplicable costumbre de llamarla, a horas bastante poco apropiadas, para “saber cómo está”. El mensaje hacía alusión a que ella no estaba en Chile el día de su cumpleaños, y que coincidentemente, llovía sobre la capital.
Siempre me he preguntado por qué los ex pololos llaman para saber cómo está una. Aclaración: la amistad con los ex es un deporte que yo no practico ni me interesa, debido a que creo que si uno quiere a alguien de pareja, status superior a un mero amigo, es imposible degradarlo de categoría y tener una relación sincera con esa persona. Conozco gente que lo hace y que le resulta fantástico, pero yo simplemente no puedo.
Hace algún tiempo, conversé este tema con un tipo que recién venía conociendo, y me dijo que es algo tremendamente machista, porque los hombres pese a saber que ya no hay una relación de por medio, se quedan con el sentimiento de pertenencia y de cuidado de la otra persona, y en tanto esto último, les interesa saber cómo está la susodicha, sobre todo si ellos han sido quienes rompieron la relación.
Debo decir que durante un tiempo largo tuve episodios de este tipo con un ex, el único al que creo que he amado verdaderamente y por el que hubiera sacrificado todo, mi carrera, mi vida laboral e incluso mi enhiesta posición de no querer hijos.
Luego de que terminó conmigo me llamaba insistentemente para saber como estaba. “Destrozada, como quieres que esté?” le respondí la primera vez. “No te mereces nada de mí, ni siquiera saber si estoy bien o estoy mal”, le contesté, hostil, la penúltima vez que hablamos, cuando le dije que no me llamara más porque él había elegido que nuestros destinos se separaran y una de las consecuencias de su propia decisión era no saber nada mío.
Luego comenzó con mails que también respondía hostilmente, hasta que una llamada inesperada, a casi 3 años de ya no estar juntos, marcó el término. Me dijo que yo había tenido razón, que se había equivocado en su decisión y que siempre me iba a querer, porque yo era una gran persona. “Muchas gracias, pero tengo alguien que me recuerda eso todos los días en la mañana”, le dije, porque en ese momento estaba emparejada y feliz. Nunca más hizo intentos de contactarse conmigo.
Esta historia puede sonar terrible y mi postura puede parecer radical (y de cierta manera lo es), pero lo que pasa es que no entiendo esa persistencia, ese “quiero saber de ti a toda costa, incluso si tú no quieres que yo sepa nada”.
Cuando yo he terminado una relación, no me acerco por respeto, porque sé por experiencia propia que lo que menos necesita el corazón sangrante del otro para recuperarse es la influencia de la persona que provocó la herida, y que una vez que ésta ya se ha cerrado, la cercanía ya no tiene ningún sentido.
Respecto al ex de mi amiga, ojalá que desista, porque además de todo, es bastante molesto recibir llamadas a altas horas de la noche preguntando “qué ha sido de tu vida?”.

viernes, 22 de junio de 2007

Falta de tiempo

Con el magíster, la ayudantía de investigación, el trabajo y mis actividades sociales a las que no renuncio por nada del mundo, ando falta de sueño. Duermo poco, me levanto muy temprano a estudiar, y he debido sacrificar algunos placeres gozosos de la vida en el altar de la educación de postgrado.
Es cierto, a veces me gustaría tener más tiempo para mis amigos y mi familia, y para ir al cine. Tengo síndrome de abstinencia de estar sentada en butacas rojas tipo avión, con un café latte, viendo alguna película, y cuando pasa demasiado tiempo en el que no he ido, me empiezo a desesperar, y cometo locuras como arrancarme sola a la función de trasnoche un día martes.
Tengo tanto que leer que no tengo tiempo de leer. Es decir, entre manuales de relaciones internacionales, revistas de ciencia política y demás literatura sesuda, he dejado de lado mi afición por las novelas policiales (Perdóname, Ruth Rendell), y ni siquiera me he comprado el último libro de mi escritora fetiche, Rosa Montero, porque sé que dejaría de dormir para poder leerlo, así que lo haré cuando esté con menos cosas.
Además, debí dejar mis clases de tango. No puedo seguir dedicando dos horas de mi día sábado a aprender piques, ganchos y planeos, pese a que era una actividad que me encantaba, tanto porque era buenísimo poder ir a clases con mi mamá y compartir esa afición, como porque creo que saber bailar bien un baile tan bonito como el tango es puro valor agregado para una mujer.
Pero después de todo, uno tiene que priorizar, ver qué cosas son las que en realidad interesan y cuáles pueden ser sacrificios para aplacar la furia de los Dioses del Magíster, esos que dan las clases, corrigen las pruebas y ensayos y siempre piensan que su cátedra es la única que los alumnos tienen que atender.
La clave también está en ser flexible y no dejar de lado 100% aquellas cosas y personas con las que uno disfruta y que jamás serían sacrificables en aras de nada. Para eso, también hay que contar con el apoyo de esas personas, que siempre entienden, en mi caso, cuando no puedo hablar por MSN, cuando me corro de alguna salida o cuando estoy en un mal día y no ando con el mejor de los humores. A todos ellos, gracias.

jueves, 21 de junio de 2007

De filtros y moldes

Llevo algún tiempo reflexionando sobre esto: ¿En qué minuto los filtros se convierten en moldes? ¿En qué minuto dejamos de descartar razonablemente a la gente porque no tiene algunas características que nos gustan en una pareja, o porque tiene algunas que no teníamos contempladas, y pasamos a andar por la vida con un traje de príncipe azul buscando a alguien que quepa en él, aunque sea a la fuerza?
Esto, porque una de mis mejores amigas, linda, inteligente, profesional e independiente, está pololeando con alguien que según ella misma, quedaba totalmente fuera de sus filtros: es un tanto menor que ella y aún está terminando su carrera en la U. Pero él hizo un trabajo de joyería y le demostró que no era un pendejo inmaduro y poco comprometido, sino que alguien con las cosas claras y muchas ganas de estar con ella.
Hace poco nos juntamos en mi casa y ella comentaba que le costó confiar, que tuvo problemas al comienzo, pero que si hubiera aplicado con él todos los filtros, se habría perdido de una persona maravillosa a su lado.
En ese punto de la conversación me sentí la diana del tiro al blanco, hacia quien estaban dirigidas, consciente o inconscientemente, esas palabras-dardos. Porque es cierto, tengo fama de regodeona. Creo que uno no tiene por qué emparejarse a la primera oportunidad que tiene, menos aún cuando estar sola no es un estado en el que uno lo pase mal, como en mi caso.
Y me puse a pensar en los filtros y en los moldes. Claro, puede que tenga filtros extraños, como la cinefilia, y la buena ortografía, o que busque siempre a hombres que no fumen (lo del signo zodiacal ha sido siempre un mero accidente), pero se trata de cosas que aunque parezcan tontas son importantes para mí, en tanto creo que reflejan mucho de las personas.
Eso sí, tal como mi amiga, uno tiene también que ser flexible, y ese es precisamente la diferencia entre un filtro y un molde: el filtro se puede ceder o negociar cuando uno se encuentra con una persona maravillosa, que te mueve el piso, la cabeza y las hormonas, en síntesis, que te da una buena razón para dejarlos de lado. Claro que todo tiene su límite, pero de todos modos ese límite tiene algo de variable.
Los filtros son guías, mapas que uno utiliza para tratar de llegar a donde quiere, pero los moldes son excluyentes, te encasillan y te impiden tener el espacio de viraje necesario aún si te encuentras con aquel personaje fantástico que fume, no sepa nada de cine y escriba vaca con B, y te harán pasar de largo y dejarlo en la vereda, esperando a otra que no quiera meterlo a la fuerza en el traje de príncipe encantado.

martes, 19 de junio de 2007

El atropello

Primer acto: "Cagué"
Sólo sentí la frenada de un auto a mi derecha, miré y un Volvo enorme, color cereza, derrapó en el pavimento.
“Cagué”, fue mi único pensamiento, pero mi instinto de supervivencia me llevó a saltar automáticamente hacia atrás, a perder el equilibrio y caer sobre mi codo derecho.
El Volvo, para no atropellarme, viró hacia la derecha y le pegó un topón al auto que venía pasando por ese carril.
Estuve 5 segundos sobre el pavimento, con el corazón en la garganta. Luego del testeo de hardware para cerciorarme de que nada grave me había pasado, me paré y caminé hacia el Volvo.
-¿Cómo no me viste, si venía cruzando con verde?-grité furiosa.
Desde dentro del auto, un viejito de cerca de 80 años bajó el vidrio, y me di cuenta de que efectivamente no me había visto y de que mal podría haber reaccionado mejor, dada su edad.
-¿Estás bien, te pasó algo?-Me dijo el conductor del otro auto, el que recibió el topón, que había llegado hasta donde yo estaba.
-Sí, estoy bien, me duele el codo pero estoy bien.
-Bueno, pero llévela al doctor para que le vean el codo- le dijo al viejito del Volvo- Si la lleva, yo no pongo la denuncia.
-Soy ex militar. La voy a llevar al Hospital institucional para que la revisen.

Segundo acto: Hospital Militar
El conductor del Volvo pasó su tifa, pagó al contado la consulta y me dijo que estaría en la sala de espera mientras yo salía, para llevarme a mi casa después. Como venía producto de un accidente de tránsito, me hicieron pasar inmediatamente.
El doctor me examinó y me dijo que no tenía nada salvo una contusión, pero que de todos modos me iba a tomar una radiografía. Un cadete de blanco me llevó al segundo piso, a rayos X, donde un auxiliar me descubrió la manga y me puso el brazo sobre una placa negra y fría para sacar la imagen.
Luego de eso, me pidió que esperara en el pasillo. Salí y me senté, sola, con mi cartera y mi parka, mi codo algo hinchado y muriendo de ganas por que alguien que me quisiera estuviera ahí, acompañándome, preocupándose por mí. Puede ser bastante tonto, pero me dieron muchas ganas de llorar. Por supuesto no lo hice, había gente alrededor y llorar es una de las cosas que sólo hago en privado.

Tercer acto: La llamada y la caricia
Antes de llegar al hospital llamé a una compañera del magíster para avisarle que no iba a ir a clases porque estaría revisándome el codo en el Hospital, tras el atropello. Ella a su vez llamó a mi profesor, con el que trabajo hace casi seis meses haciendo una ayudantía para un proyecto Fondecyt.
Estaba casi saliendo del Hospital Militar cuando él me llamó
-Cómo estás?-Con tono de “tienes algo que contarme, verdad?”
-Bien…me imagino que ya te contaron…
-Sí, ya me contaron....de verdad estás bien?
-Sí, solo tengo una contusión. Nada grave.
-Que bueno......pero quiero verte, para ver que estás bien
-Bueno, juntémonos en media hora en mi departamento.
Cuando llegó, ni siquiera me dijo hola. Me abrazó y me puso su mano completa sobre la cabeza, y me acarició un largo rato en silencio.
-Por favor, prométeme que nunca te va a pasar nada-me dijo- cuando tu compañera me dijo que te habían atropellado se me hizo un hoyo en la guata, pensé…..pensé que te podía perder.
Y ahí, con su mano en mi cabeza, acariciándome como si tuviera 5 años y me hubiera caído de un columpio, me quedó claro que es más fácil lidiar contra alguien que te desea con lujuria que con alguien que te quiere de corazón.

martes, 12 de junio de 2007

Seis grados de separación

-Conzco a alguien que te conoce hace tiempo, y recién ayer caché
-(Silencio. Vinieron a mi mente una lista de personas que podían conocerme a mí y a su vez, a una compañera de trabajo con la que no comparto ni gustos ni profesión)
-…Te conoce muy bien...
-(La lista se acortó bastante en mi cabeza, y mantuve el silencio para seguir el juego)
-(Sonriendo) Me dijo que hasta donde él sabía había sido tu primer pololo.
La lista se redujo a una sola persona: Soto Tapia, cuyo nombre por cierto no es ese, pero pasó a la posteridad con este nick, dado que el último año que estuvimos juntos se fue al servicio militar.
-¿Te acuerdas? Es bien guapo él, con el pelo super cortito y una barba de candado. Lo cacho hace años porque estudió con mi hermano y son super amigos ¿Lo has visto después de que pololearon?
-No, la última vez que lo vi, tenía 18 años. (Me vino al cabeza una imagen suya muy distinta a la que me describía, la de un tipo más tierno que guapo, pelo crecido aunque no largo y cara de venir recién despertando)
Esta situación me dejó pensando en esa teoría de los seis grados de separación, que dice que si tomas a dos personas cualquiera en el mundo, puedes unirlas siguiendo una cadena de conocidos que al final tendrá, como máximo, seis eslabones. Por ejemplo, tengo un amigo cuyo padre trabaja implementando el sonido en recitales, y conoce a Gustavo Cerati, entonces la cadena entre Cerati y yo es de cuatro eslabones: yo, mi amigo, su padre y él.
Esta teoría se me ha manifestado recurrentemente en el último tiempo. Hace poco conocí a la Paloma, una amiga por medio del blog, y resulta que ella y su ex pololo conocen a la Kyol, otra amiga cuyo marido compartía departamento con uno de mis últimos ex, aquél que pasó a la categoría de ex luego de que lo encontré en la cama con otra, y a quien me encontré de frente en una disco el día de mi cumpleaños. ¿Tan chico es el mundo?
Por otra parte, otro amigo del blog, Álvaro, ha sido amigo de Manu por años, a quien yo conocí de oído porque la Pancha, una de mis mejores amigas y compañera de la U tuvo un fugaz pololeo con él.
Y el colmo de los seis grados de separación, mi amiga Ale conoce a Armén Fica, el niñito que en kinder me tiraba los chapes porque yo le gustaba. Nunca supe más de él hasta hace un par de meses, cuando por un posteo en el que salió a colación, la Ale me dijo que lo ubicaba perfecto, que era periodista y que siempre tenía que hablar con él por pega.
Ahora, yo me pregunto, ¿será realmente así? ¿Podremos unirnos a todas las personas del planeta en una seguidilla de contactos que nunca superan los seis? ¿Qué creen ustedes?

jueves, 7 de junio de 2007

Signos

Hoy están de cumpleaños dos compañeros de trabajo y por eso, salimos a almorzar todos juntos. La conversación inevitablemente derivó en el tema de los signos. Hablando de compatibilidades, ascendentes y afinidades, me di cuenta de que tengo un karma con los Géminis. La abrumadora mayoría de las personas importantes en mi vida han sido de ese signo. El 90% de mis pololos, parejas, pinches y afines, gran parte de mis amigos y gente que por diferentes circunstancias ha sido importante para mí ha nacido entre el 21 de mayo y el 20 de junio.
Tratando de buscar una explicación racional, y creyendo como creo en que el signo de las personas determina su carácter pero no así su futuro, llegué a la conclusión de que es esa dualidad exquisita que tienen los geminianos la que me encanta: a ratos pueden portarse como niños, jugar sentados en el suelo con una pelusa que entró por la ventana, mirar un objeto con la curiosidad de los 5 años, y al momento siguiente, hablar sobre la vida, las experiencias y las cosas relevantes como si tuvieran recorrido el camino de alguien de 60 años. Para mí, no hay nada que llame más poderosamente mi atención que las personas que combinan esas dos cualidades con armonía.
La otra parte minoritaria pero no menos importante de las personas que me rodean son Aries, como yo. Todos de carácter fuerte, tozudos y frontales, tenemos, como una vez me lo dijeron, la composición de un yogurt americano: los primeros dos tercios de acidez y un tercio final de mermelada, premio para los valientes capaces de bancarse los dos tercios del principio.
Lo que me gusta de la gente de mi signo y que yo también tengo es que somos 100% jugados por nuestros amigos. Si a alguno de los míos le pasa algo, salto como fiera con las garras afuera para atacar, o inmediatamente disponible para contener, cobijar y defender, reaccionando más fuerte que si el problema lo tuviera yo misma.
Es curioso como este tipo de patrones se repiten, y como dije, pese a que no creo en las predicciones del tipo “Tauro tendrá un día feliz y lleno de satisfacciones”, sí creo que el día del nacimiento nos aporta ciertas características que, para bien o para mal, nos acompañarán toda la vida.

martes, 5 de junio de 2007

(Léase a ritmo de marcha nupcial) Tan tan tatáaaaaaaan....

No supe muy bien de qué manera empezó a pasar esto, pero se me vinieron encima los matrimonios. Hace poco fui al cuiquísimo casorio de los amigos de un amigo a los que no conocía (de hecho no conocía a nadie más en toda la fiesta), y al que estuve invitada porque el amigo en cuestión no quiso llevar a la andante de turno, “para que no piense que la cosa es seria todavía”. Estuve a punto de decirle que no por ser tan último, pero cuando me contó que la fiesta era en el Hyatt no pude resistirme. (Napoleón tenía razón: todos tenemos nuestro precio…)
A fin de año se casa mi mejor amiga de la infancia, con la que crecimos juntas, nos escapamos de clases, organizamos los aniversarios del colegio y nos tapamos las salidas a fiestas a las que no nos habían dado permiso para que no nos retaran en la casa.
Mi jefa también se casa pronto, en el verano del próximo año. Tiene mi misma edad pero convive con su novio hace cerca de un año, así que decidieron “enseriarse”.
Otra amiga de la universidad se casa también el 1 de enero. En realidad es un casorio simbólico, porque hace un tiempo se fue con su novio a EEUU y se casaron allá. Ahora harán el "trámite" en Chile, para juntar a los amigos, parientes y demases en una fiesta que promete ser apoteósica.
Toda esta situación me ha hecho pensar en varias cosas, como que de golpe y porrazo, entré en la edad que antes observaba desde lejos, la edad en la que tus amigos, vestidos de un mentiroso blanco radiante (porque de puras y castas les queda bien poco) o de un oscuro y elegante traje que de seguro no volverán a usar en la vida – según sea el caso-, se comprometen definitivamente con sus parejas, o por lo menos, por bastante tiempo.
La otra cosa en la que he pensado es que en estos momentos me vuelven las ganas de estar con alguien en serio. No para casarme, por cierto, sino para tener a una persona que sea especial para mí, a quien invitar a las ceremonias. No quiero ser como mi amigo y terminar yendo con cualquiera de mis fantásticos amigos, a riesgo de que el pretendiente de turno crea que la relación es oficial. ¿Tendré un “oficial” de acompañante para los eventos matrimonísticos que se vienen en mi agenda? Sería lindo.

lunes, 4 de junio de 2007

Quien te quiere te aporrea...

¡Sí, Armén Fica, a tí te escribo! No creo que te acuerdes de mí, pero yo me acuerdo pefecto. Estábamos en kinder y tú, desde que me viste entrar a la sala, con mi delantal rosado con una manzanita bordada en el ruedo y mis chapes en el pelo, no paraste de molestarme.
Te sentabas en el puesto que estaba delante de mí, y cada vez que la tía se daba vuelta a escribir en la pizarra, tú hacías lo propio, me tomabas los chapes como si yo fuera una moto, haciendo el ruido de motor. Después de una buena sacudida a mi cabeza, me pegabas en la nariz y hacías “pip-pip”, como si se tratara de una bocina.
Le conté a mi mamá que tenía un compañerito que me pegaba, y me dijo “ah, lo que pasa es que tú le gustas, y por eso te molesta”. Al otro día llegué a clases y después de que me hiciste la gracia de rigor, me paré y te empujé tan fuerte que te caíste de la silla. Nunca más me hiciste nada.
Siempre he creído que ese es el momento en que el destino de hombres y mujeres se disocia, el momento en que los caminos se separan y nos hacemos irremediablemente distintos, fuera del ámbito de comprensión del otro: el minuto en el que ustedes, los hombres, a sus tiernos 5 años, maltratan a las niñitas que les gustan.
Podría caer en el deduccionismo barato y decir que esa conducta la mantienen durante su vida, maltratando a las mujeres que quieren, pero no lo haré. En primer lugar, porque aunque es una conducta más masculina que femenina, también conozco féminas que hacen eso, y conozco muchos hombres que –por suerte- no se comportan así.
El punto es que creo que es ese momento en nuestras historias en el que definitivamente nos separamos de camino, y para nosotras es tan complicado ponernos en su lugar como lo es entendernos para ustedes.
En todo caso, Armén, sinceramente espero que no sigas con la idea de que "quien te quiere te aporrea", porque nosotras reaccionamos mejor al afecto que a las zamarreadas de chapes.