lunes, 26 de noviembre de 2007

Una mentira en tres actos

Segundo acto: El anillo sobre la mesa, marzo del 2005
-Bárbara, cásate conmigo
-Quéeeeeeeeeeeeeeee?- Grité tan fuerte que todo el restaurant se dio vuelta a mirar. Él bajó la voz, se sonrojó un poco y repitió lo que yo creí que no había escuchado.
-Cásate conmigo, y nos vamos a Japón
-¿A Japón? ¿Casarnos? Pero es que no le puedes pedir matrimonio a alguien si no le has dado ni siquiera un beso…- dije yo, estupefacta
-Quiero casarme contigo, – dijo él, intuyendo que era su última chance de convencerme- me tengo que ir a Japón a ver esos negocios que te había contado. Me quedo mínimo un año allá y me quiero ir contigo, casado.
Yo miré el anillo. Era precioso, sacado de mis sueños, con un diamante de brillo soñoliento, plácidamente dormido al interior de la cajita de terciopelo azul.
-No, no me voy a casar contigo- le dije mientras me paraba y sentía como los ojos del resto se me clavaban en la espalda- ¡Es que no puedes estar hablando en serio! De hecho, ni siquiera voy a cenar contigo.
Salí rápidamente por la puerta del restaurant, ante la mirada de desparobación de los mozos. Él estaba tan shoqueado que ni siquiera se pudo parar de la mesa. Después de eso, no volví a saber de él, hasta ahora.

Primer acto: Tres meses antes, enero del 2005
Acababa de terminar un pololeo larguísimo y estaba destrozada, y lo conocí en un café. Era muy gordo, pero simpatiquísimo, y se acercó todo canchero a darme su tarjeta. Yo lo traté pésimo pero igual guardé el papel, porque me pareció simpático que un desconocido se acercara de la nada a saludarme.
Una semana después, lloraba en mi pieza recordando al ex que se había ido con otra, cuando entendí que no podía seguir así. No podía sufrir y llorar si yo era la buena de la historia, y ellos, que eran los malos, lo estaban pasando regio, así que saqué la tarjeta, lo llamé y lo invité a salir.
Vivía en una parcela, relativamente cerca de mi casa, y aunque no era precisamente culto ni muy refinado, era entretenidísimo y muy simpático. Tenía bastante plata, de hecho, como que presumía un poco de eso. Varias veces me preguntó en qué auto quería que me pasara a buscar (tenía 5 o 6 distintos) y me llevaba a restaurantes muy elegantes. Yo disfrutaba mirando su cara de asco y de consternación cuando le pedía ir a comer pescado frito al Mercado Central o a algún otro lugar de esas características, por el solo afán de verlo limpiar los cubiertos y el vaso con la servilleta, atacado de estar en un lugar tan “popular”.
Como yo estaba triste, me hacía bien estar con él porque era alegre, nos reíamos y paseábamos por todos lados. Pero era evidente que yo le gustaba.
Cuando me dí cuenta, preferí hacerme la loca y seguir con esa situación. Tuvimos un par de discusiones porque trató de meterse en mi vida más de lo que yo le permitía en su calidad de amigo, pero instantáneamente aprecía un ramo de flores gigante en mi casa, con una tarjetita que decía “perdóname”. Y reconozcámoslo, una mujer que hace poco tiempo terminó una relación de manera tan triste, necesita incentivos para el ego como ese.
Me contaba que su papá se había muerto hace años, que era dueño de un negocio de exportación de chips de madera en Valdivia, y que por eso, estaba viendo unos negocios con una empresa japonesa, por lo que probablemente iba a tener que viajar.

Tercer acto: La revelación, noviembre de 2007
-Lo conozco super bien, y me concuerda todo menos una cosa. Él nunca tuvo plata. De hecho su familia era bien pobre, incluso una vez le hicimos colecta para pagar la universidad del hermano menor- me dijo mi profesor.
La conversación se inició cuando buscando una tarjeta en su tarjetero, encontré una de él, y le pregunté si lo conocía. Le conté todo lo que había pasado y ahí empezaron las revelaciones.
-En todo caso, no me extraña nada que él te contara ese cuento. Esa familia siempre tuvo aires de gradeza. Se conseguían los autos con los vecinos, incluso el mío, y hacían malabares par mantener un estándar de vida que no podían pagar. Era bien triste. El papá de él fue marino, y está internado porque se le corrió una teja, porque participó en torturas durante el régimen militar.
O sea, todo era falso! Menos mal que no soy interesada, porque si no, y confiando en la promesa de marido con plata y viaje a Japón, me habría casado con un tipo que no tenía siquiera para comprarse un auto propio.
No digo que eso esté mal, sino que me parece inexplicable que hubiera urdido un cuento tan loco, pero a la vez tan verosímil, que habría sido imposible de mantener si yo le hubiera dicho que me casaba con él.
No peudo imaginar qué pasaba por su cabeza al hacer semjante ofrecimineto y poner incluso el anillo sobre la mesa, para pedirme que me casara con él si ni siquiera nos habíamos dado un beso, y ante la premura de su viaje inexistente.
Mi profe me preguntó si me sentía mal porque me habían mentido y engañado de esa manera, pero le respondí que no. Que me daba pena él y su intento de conquista tan rebuscado y falso, su necesidad de inventarse un cuento así, tan insostenible en el corto plazo. La verdad es que esa historia me daba pena incluso antes de saber que todo era mentira, porque en el fondo, él era una buena persona.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Como en los viejos tiempos

Con él somos amigos desde hace años. De esos amigos con química. Una vez nos desordenamos (ustedes me entienden…), pero después de eso hemos podido mantener una relación de amistas muy civilizada, básicamente porque vive en Valdivia, porque formó una familia y porque tuvo un hijo.
Como su mamá es alemana y él tiene pasaporte de la banderita azul con un círculo de estrellas, se fue a trabajar a España a comienzos de este año, ante las malas opciones laborales que la Ciudad de los Ríos le ofrecía.
Pero volvió, y nos juntamos antes de que tomara el bus para ir a ver a su familia. Estaba cambiado, tostadísimo, más maduro. Es increíble como el hecho de pasarlo mal, tener que vértelas por ti mismo en otro país y tener no sólo los derechos sino que los deberes de la libertad te hace madurar de manera increíble.
-Y, ¿cómo anda el corazón?.
-Igual que siempre
-Eso quiere decir que no llueve, pero siempre te gotea-me dijo.
-Jajaja, claro, algo como eso…pero aún sin encontrar nada más estable- dije yo, con mi mejor sonrisa.
-Lo que pasa es que tú necesitas un gallo extranjero, más maduro, menos grave, con las cosas claras. Deberías irte a España.
-No es malo, tengo pensado un viaje así , pero necesito juntar plata- dije, pensando en mi famélica cuenta de ahorro, y a la palomita de mi tarjeta de crédito, que fue sometida a los rigores más extremos de fricción contra las máquinas registradoras en mis últimos viajes.
-Uf, pero tenlo presente. Estoy seguro de que Chile no tiene nada para ti.
Y eso me dejó pensando, porque yo había dicho lo mismo y en tono de broma un par de veces, pero nunca lo pensé en serio. Quizás él tenga razón, o quizás no, pero una cosa es cierta: no puedo mandarme a cambiar de mi país, donde tengo un magíster a medio hacer, obligaciones, responsabilidades, familia y otros afectos, por irme a la aventura. Lo otro que me dejó pensando fue algo más profundo: lo increíble que es cuando alguien de tu pasado llega para recordarte cómo eras tú hace algún tiempo, las cosas que hacías, las costumbres que ahora son olvidadas pero que en ese momento eran presentes, ya sea hace dos años, o hace un par de meses. Siento que desde que no lo veía cambié mucho, tomé decisiones y senté las bases para o tomar otras decisiones en el futuro, pero de todos modos sigo siendo la misma en esencia, como me confirmó la mirada que me dio antes de subirse al bus. Como en los viejos tiempos.

martes, 13 de noviembre de 2007

La lista

Abrí la tapa del cuaderno azul que acababa de sacar de mi mueble de los libros, para anotar los comentarios respecto al libro de Susan Strange que estábamos discutiendo con mis compañeros de magíster.
Al pasar un par de páginas, llenas de anotaciones, flechas y esquemas hechos a la rápida, apareció una hoja con una larga lista de nombres masculinos, que tenía olvidada hace algún tiempo.
Dos o tres meses atrás, en una conversación con mis amigas, salió el tema de cuántos hombres habíamos besado en la vida, y bueno….para hacer honor a la verdad tuve que hacer una exhaustiva lista que tenía olvidada desde ese día para poder cuantificar la situación.
Mientras uno de mis amigos hablaba de los planteamientos económicos de Strange, yo recorría la lista de nombres y apodos con la mirada (los que iban desde los dos nombres y los dos apellidos del sujeto en cuestión hasta motes como “Mr Pepsodent”, “el amigo de la Carola, como se llamaba?” o “Algo Nicolás, porque era su apellido y no su nombre”).
En vez de concentrarme en el estudio, mi cabeza voló en medio de esas situaciones, recordando los detalles de algunos de esos besos adolescentes, furtivos, inesperados, románticos, no deseados, e inolvidables.
Pensé en lo que ellos fueron para mí, en lo que se convirtieron los que trascendieron en el tiempo y en los que no volví a besar. Desde el odiado Fernando Salas, que en octavo básico me agarró la cara con sus manazas y me dio mi primer beso a la fuerza mientras hacíamos un trabajo para el colegio en su casa. Yo me enfurecí y le pegué tanto que hasta su mamá llegó a ver que pasaba, y también recibió un par de manotones; hasta Luis, el pololo más importante que tuve y que me besó en la pieza de su casa, justo antes de pedirme pololeo con una rosa que tenía escondida en un vasito con agua detrás de su puerta, para que yo no la viera; y pasando por el famoso Algo Nicolás, al que conocí en el paradero de la micro cuando iba al preuniversitario un día sábado, cuando estaba en una de las clásicas pausas con mi pololo de ese tiempo. Nos pusimos a conversar, enganchamos, y nos fuimos a hacer un picnic al Cerro San Cristóbal, así de la nada. Compramos pollo asado y papas fritas, y como no teníamos servicio lo comimos con las manos. Hizo tanto hincapié en que Nicolás era su apellido y no su nombre, que olvidé como se llamaba. Después de eso nunca volvimos a vernos.
Tantos nombres, tantas historias. Todas con algo memorable, divertido, interesante…o por lo menos, más interesantes que Susan Strange.

martes, 6 de noviembre de 2007

Lo importante no son los gestos...

Vive en el piso 7 de mi edificio. Lo conocí el verano pasado en el ascensor, cuando algo “contenta” a causa de un par de pisco sours, lo invité sin ningún miramiento a carretear con unos amigos en la terraza del edificio.
En esa ocasión, terminé a las 2 de la mañana, en bikini y con otro de mis amigos, nadando en la piscina. Quedó loco.
Luego de eso y sin la influencia etílica, caché que era mejor pescarlo poco, porque había quedado bien entusiasmado con la simpática y sociable vecinita del 9.
Y eso me resultó hasta el día en que entraron a robar a mi departamento, un par de meses atrás, cuando en medio de la vorágine me encontré con él en conserjería. Amablemente, se ofreció a llamar al administrador del edificio porque tenía su número, y a prestarme su teléfono fijo para llamar a Carabineros, porque no conseguía hacerlo desde mi celular.
Se portó como un rey, creo que hasta me dio un abrazo y me dijo que lo llamara a cualquier hora y por cualquier cosa si tenía problemas. Me dio su tarjeta y al otro día, como soy una persona decente, le mandé un mail para agradecerle su ayuda.
Y ahí cagué. Casi todos los días me habla por el Chat de Gmail, me pregunta cómo estoy, como desperté y como me ha ido, me trata de usted (“como amaneció? , Tiene mucha pega?”), y hace un mes empezó con que me tenía un regalo y que lo pasara a buscar a su departamento.
Por supuesto, se trataba de un pescador muy rudimentario tratando de pescar un pez bastante astuto con un anzuelo demasiado común y corriente, de modo que nunca fui, excusándome por mi falta de tiempo.
Un día, en medio de mi reunión semanal de trabajo con mi profe, tocan el timbre. Abrí y era él.
-Hola, como estás?
-(Cara de incomodidad) bien, pero ocupada….-Al abrir, evidentemente vio a mi profe.
-No, si sólo te traía tu regalo, como no has tenido tiempo de pasar por mi casa- dijo, pasándome un pequeño macetero con brotes muy verdes y pequeños.
-Gracias, te pasaste! – le dije muy sinceramente
-Es cilantro, lo planté yo…pensé que como te gustaba cocinar te iba a ser útil
-Uf, un montón, muchas gracias.
Fue un lindo gesto, lo reconozco, y lo aprecié de verdad, pese a que el cilantro se me secó aunque lo cuidé bastante. Presumo que eran demasiadas plantitas para un macetero tan pequeño.
El punto es que ha seguido en la misma dinámica del “como le va?” matinal y “qué tal su almuerzo?” del mediodía.
Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre lo que cambia la perspectiva de uno cuando tiene sentimientos involucrados. Si él me interesara, lo encontraría adorable, simpático y demasiado preocupado, pero como no es así, seguirá en la categoría del pretendiente demasiado pegote al que a veces no le contesto sus Chat de Gmail porque me da lata.
Entonces, lo importante no son los gestos del otro, no es la cantidad y tipo de detalles que tenga con uno, no es el tipo de trato que te den, sino simplemente qué te provoca la otra persona. El resto es un accesorio, importante por cierto, pero que está en función de lo otro, del aprecio por la otra persona y de las ganas que uno tenga de darle un valor significativo a todos esos gestos que si no, resultan hasta vacíos y molestos.