martes, 28 de octubre de 2008

Menú de almuezo+café+declaración de un amigo de años

Golpeaba el borde interior de la taza, lleno de café, con la cuchara. No la revolvía, simplemente hacía ruido para llenar el silencio. Ese silencio incómodo que se apoderó del ambiente después de que me dijo que yo le gustaba. Por patuda, por parada en la hilacha, por distinta, por desafiante.
Nada que ver, le dije yo, asumiendo al segundo siguiente que mi postura era ridícula. Como si se pudiera rebatir un sentimiento.
-Te lo digo para que no me vuelvas a contar de tus pinches, de la gente con la que sales, de los tipos que te invitan al cine, con los gallos que te juntas-me lo dijo con aire de enojado.
-OK-dije yo, cuando me trajeron el café que incluía el menú del almuerzo y empecé a hacer ese ruido.
-Sabes qué? Cuando nos juntemos quiero que me cuentes de tu pega, de tus cosas, de lo que haces, las cosas que estudias, de tus amigas del magíster, de tu familia, de tu vida, pero no de eso- me dijo prendiendo un cigarro y mirando al horizonte, como si no me hablara a mí, sino que ensayara solo la parte de la película cuando al galán le toca hacerse el ofendido.
-Pero es que no tiene sentido, somos re amigos, hace años, y además somos tan distintos, jamás funcionaría algo entre nosotros: Yo jamás te acompañaría al estadio, ni a tomar cerveza de luca el litro con tus amigos, ni a carretear a Bellavista, y tú no me acompañarías a ver cine arte coreano, ni a la biblioteca ni menos a la Blondie- le dije casi a modo de reclamo, y mi último argumento logró sacarle una sonrisa.
Me miró y me dijo. “Y justo que tengo entradas para la Chile con la Católica y te iba a invitar”, me dijo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cambios

Me corté el pelo y me lo teñí. Aunque el cambio no es tan radical, los rayos de sol sobre mi cabeza me recuerdan que la carta de colores decía “castaño rojizo” y que tenía toda la razón. El peso de menos que siento en la cabeza me hace pensar en los pesos simbólicos que me he sacado de encima en último este tiempo, y que he reemplazado con la visión, siempre en proceso, de que basta con esforzarse para que las cosas salgan bien, pero que ir más allá de eso implica entrar en la obsesión, que es el comienzo de un estado donde –como dice una amiga española- uno solamente se malvive.
Cambié mi closet. A regañadientes guardé los abrigos, los paraguas, las botas, las bufandas y los chalecos gruesos y poblé los cajones de poleras, vestidos, faldas más delgadas y chalitas. Adoro el invierno y siempre el rito del cambio de la ropa a la estación estival tiene una doble significación: es el término de mi estación favorita pero la promesa de que el próximo año también harán 8 grados y habrá lluvia.
Tomé decisiones. Siguiendo con la filosofía de mi amiga española, dejé un par de cosas que hacía para construir mi vida laboral futura pero que me impedían disfrutar más de mi presente, de mi aquí y de mi ahora. El peso de menos es tan notorio como el de los 5 o 6 centímetros del corte.
Además, decidí hacer un viaje inolvidable y pasaré el año nuevo (otra instancia ritual, como el cambio de closet) en la Laguna San Rafael, para resarcirme de lo poco que viajé este año, y también como una especie de exorcismo a todas las cosas del 2008 que no salieron precisamente como yo quería.
Y como una vez escribí en un diario de viaje, parece como si en algún lugar del Universo, las cosas ya estuvieran resueltas a mi favor: me siento más contenta y el entorno lo ha notado, he recibido felicitaciones por mi trabajo, excelentes notas en el magíster e incluso un aumento de sueldo (sin solicitarlo, cosa rarísima), y un cliente nuevo como voto de confianza a mi labor…Y estoy contenta, viendo cómo los pequeños cambios y reenfoques han hecho la diferencia, esta tremenda diferencia.