miércoles, 20 de julio de 2011

Corazón de oro

La semana pasada almorcé con uno. Hoy, con el otro.

Ellos dos son los únicos ex con los que mantengo contacto, pese a que durante muchos años dije que yo no practicaba ese deporte.

Los dos son encantadores, y aún puedo ver en ellos aquello que me cautivó de cada uno. Pero son tan diferentes entre sí.

Uno de ellos es un tipo de bien, tradicional y emparejado hace años. Divertido y complaciente, me dejó pedir la pizza y el vino que yo quisiera, argumentando que a él le daba lo mismo y que yo era más sibarita. Se acordaba de alguno de los episodios más divertidos de nuestra relación que al parecer yo había olvidado por completo, y nos reímos demasiado de las buenas historias y de mi mala memoria. Nos prometimos vernos antes de mi viaje a Alemania, y al despedirnos, me pidió que nunca dejara de hacer lo que yo quisiera, porque ese era mi principal encanto.

El otro es un tipo más intelectual y más tímido, pero también una dulzura. Está muy cerca de irse a estudiar a Estados Unidos con su pololoa-futura-señora, y viendo las posibilidades de pegas para cuando regrese a Chile. Con la guata un poco apretada, pero nunca dando puntada sin hilo.

Con él hablé de estudiar fuera, de mi viaje, de mis expectativas, de mis sueños y sus sueños, que hace años ya no eran sueños comunes. La conversación fue mucho más del futuro que del pasado, y fue demasiado bueno sentir que me entendía en muchos de mis pensamientos sobre el Master en Alemania y la nueva etapa de la vida que voy a iniciar. Tal vez no teníamos tanto en común, pero él siempre me entendió bien.

Los miro a los dos, y pienso en el rucio. ¿Qué tienen en común estos tres seres? Probablemente, sólo una: un corazón de oro que en cada uno, y en su estilo, me cautivó en algún momento de mi vida.

miércoles, 13 de julio de 2011

Un día normal con el rucio

Sueño con tener un día normal con el rucio.

Despertar juntos en la cama y escuchar su “morning, kitty”, que siempre me dice mientras se estira como gato y trata de hacerme cosquillas (todavía no puede entender que yo no tenga cosquillas), y besarnos antes de saltar a la ducha y empezar el día.

Hacerle el café mientras él tuesta el pan y pone la mesa, y tomar desayuno juntos, hablando de cualquier cosa.

Salir juntos de la casa y despedirnos en la esquina. Si ando juguetona podría incluso darle un agarrón furtivo, sólo para que se escandalice un poco y yo me ría de él.

Llegar a la oficina y trabajar sabiendo que en cualquier momento llegará un mensaje de celular o un mail breve, deseándome buenos días y contándome alguna copucha de oficina.

Volver a la casa y esperarlo llegar, para cenar juntos, riéndonos, y tomando una copa de vino. Llevarnos un chocolate a la cama y ver por milésima vez algún episodio antiguo de X-Files o una película de ciencia ficción de esas antiguas que nos encantan.

Que el rucio se quede dormido como suele hacer mientras ve TV, con su cabeza apoyada en mi brazo y mi mano tomada con la suya. Que despierte como siempre, cuando yo apago la tele y me acurruco a su lado. Besarle las pecas del hombro y del cuello y cerrar los ojos sintiendo su olor, sintiendo su calor y su respiración.

Nada rimbombante, nada fuera de lo común, pura cotidianeidad y calor de hogar. Sueño con tener un día normal con el rucio.

lunes, 11 de julio de 2011

8 semanas y contando

Mi pasaje sólo de ida ya tiene fecha: dentro de 8 semanas.

Tengo 8 semanas para despedirme de la gente que quiero y de la ciudad donde he vivido toda mi vida. De hecho, esquemática como soy, tengo una especie de lista de las cosas que tengo que hacer en estas 8 semanas:

  • Visitar a tíos y abuelos que no veo hace tiempo
  • Juntarme todo lo que pueda con mis amigas, esas hermanas que uno ha elegido en la vida y que seguirán en la mía para siempre
  • Caminar un domingo sola por la ciudad, para llenarme la piel del invierno de Santiago
  • Quedarme un fin de semana en cama con mi hermana, viendo tele y comiendo cochinadas
  • Salir a bailar tango con mi mamá, y pagarle sus tragos. Idealmente, volver ambas algo ebrias a la casa.
  • Comer toda la palta y el pescado que pueda. De las cosas que me gustan, es lo único que o no es de buena calidad, o es exorbitantemente caro en Alemania.
  • Vivir el aquí y el ahora.
  • Organizar una despedida apoteósica, con comida rica, mucha gente, vino y vodka , mucho baile y abrazos de todos. Los buenos deseos de los que quiero son mi combustible.

Ayer le dije al rucio que sé que esta etapa de mi vida va a ser compleja, que nadie nunca me dijo que vivir fuera del país era fácil, pero creo que si uno lo entiende de antemano, carga baterías antes de partir y le pone el corazón al asunto, nada puede salir mal.

8 semanas. 8 semanas y contando…