martes, 29 de abril de 2008

Mi hermana

Mi hermana chica, mi única hermana, cumplió 18 años. La misma que cuando tenía 3 o 4 entraba a mi pieza, a mirar mis lápices, mis cuadernos y desordenar mis cajones, buscando las “cosas lindas” que la hermana mayor tenía guardada en esa fortaleza inexpugnable, provocando mi ira. La misma que hace poco me confesó que cuando iba a kinder, se encerraba por horas en el baño a jugar con mis frenillos, porque le encantaba el sonido que la placa llena de alambres hacía al caer al suelo (nunca entendí cómo no se quebraron). La misma que hace tan poco era un patito feo, flacuchenta y desgarbada, y que de a poco se ha ido convirtiendo en una mujer hermosísima.
Cumplió 18 y se hizo un piercing en la oreja, por supuesto, sin pedir la autorización de nadie “porque ahora soy mayor de edad”. El mismo día de su cumpleaños fue al registro electoral y se inscribió. “Mi hermana siempre me dijo que así uno puede ejercer su cuota de poder”, le dijo a la señora que la inscribió, ante la consulta por aquel entusiasmo de la nueva votante.
Cumplió 18 y decidió que quiere estudiar pedagogía en Historia, y después de haber repetido un año y haber pasado a la rastra varios otros, se convirtió en la matea del preuniversitario, tomando cuanto curso y electivo le permite el horario, incitada por el régimen menos escolar y por la perspectiva del ingreso a la Universidad.
Mi hermana cumplió 18 años y me encanta ver en qué se ha convertido. Ver cómo la niñita tímida se para segura frente al mundo, tomando decisiones como una persona adulta. Esta es sin duda la sensación más parecida que he tenido al orgullo materno.

miércoles, 16 de abril de 2008

Derechos y deberes

De vuelta en el magíster, exprimiendo las neuronas de 6:30 a 9:30 de la noche, tres veces por semana. “Es una inversión”, me repito, inhalando y exhalando, todas las veces que me sacan las películas de cartelera antes de tener tiempo para ir al cine y cuando debo rechazar las invitaciones de café, salidas o juntas con mis amigas porque tengo clases o mucho que estudiar.
Estamos en clases de Derecho Internacional. Yo miro por la ventana hacia fuera, pensando en lo contenta que me tiene la llegada del otoño, mientras la profesora habla de los diferentes tipos de derecho que existen.
Mientras la profesora explicaba que el derecho provoca siempre la existencia de un deber, y que no puede existir uno sin el otro, me puse a pensar en los derechos y deberes que uno tiene en una relación.
Siempre he creído que de acuerdo al tipo de relación que uno tenga, posee ciertos derechos o deberes inherentes, dependiendo del mayor o menor grado de compromiso.
Por ejemplo, si uno está saliendo con alguien, no tiene el derecho de llamar a cualquier hora para saber cómo está el otro, y por lo tanto el otro no tiene ese deber. El derecho únicamente se da en este caso para acordar citas, salidas a bailar o al cine o para alguna comunicación específica. Si uno quiere más derechos, debe estar dispuesto a mayor grado de compromiso.
Por otra parte, si uno está pololeando, sí tiene el derecho de llamar para decir “estaba pensando en ti y quise saber cómo estabas”, y para ser honesta, uno desea que el otro lo entienda como un deber.
Puede sonar ridículo pero creo firmemente en eso. El cambio de status en una relación implica inmediatamente la adquisición de derechos y deberes distintos al estadio anterior.
Por eso, le he parado el carro a más de algún andante que se ha puesto demasiado romántico o controlador sin intenciones de tener una relación más seria, como también al pololo que se relajó y no hizo uso de sus derechos y deberes.
Por el momento, no soy sujeto de derecho en relación de nadie. …lo que también tiene aparejado una serie de derechos y deberes conmigo misma, todos los que ejerzo feliz y constantemente.