martes, 8 de septiembre de 2009

Buscando el desempate

Tercer acto: I´m still waiting

Acostada, con el celular entre las manos, esperé que me llegara su mensaje de vuelta. No tardó mucho, y decía exactamente lo que yo quería leer: “También lo pasé increíble, y hay que repetirlo pronto!”
Sonriendo entre la satisfacción y el nervio, apagué la luz y me puse a pensar en lo que venía ahora, la tarea más difícil para mí en estas circunstancias: la espera.
Siempre he dicho que si fuera hombre me iría mejor en las lides amorosas, porque se me da bien eso de llamar, de buscar, de organizar panoramas y proponer salidas, almuerzos y cafés, pero esperar a que el otro tome la iniciativa me cuesta tanto como dejar de echar el frasco de Nutella al carro cada vez que voy al supermercado.
Como le decía a un amigo, la experiencia me ha mostrado que es mejor, en los primeros momentos de conquista, dejar que el macho haga la Mise-en-scène para su interpretación de la danza del plumaje, porque cuando he actuado tal como la víscera me mandaba, lamentablemente el sujeto en cuestión ha huido en descampado. En el ajedrez del amor, los hombres juegan con las blancas.
OK, puede que no sea siempre así, pero hablo desde mi experiencia personal e intransferible.
So, I´m still waiting. No llamaré, no escribiré ni me haré presente, porque en cuanto a la iniciativa, ya estábamos empatados a 1, y creo que a él le toca el desempate.

Segundo acto: “¿Cómo sería tu día ideal?”
Sentados en el restaurant la conversa fluyó rápidamente, como había pasado las veces anteriores. Cine, literatura, viajes y todos los otros miles de temas que tenemos en común.
Me felicité por seguir mi instinto y llamarlo para salir un domingo en la noche. La excusa por supuesto fue bastante básica (“Vengo del cine y me muero de ganas de tomarme un café, te tinca”?), pero me animé porque nuestra salida anterior fue gestionada por él, vía mensajes de Facebook, y había resultado bastante prometedora.
Entonces, entre conversas, risas, vino tinto y tortilla de papas (porque cambiamos finalmente el café por un restaurant) me preguntó cómo sería mi día ideal.
Me pareció una pregunta extraña, pero una manera bien inteligente y concisa de conocer los múltiples gustos de una persona.
-Empiezo con un desayuno rico, con yogurt, avena y café, sentada en la mesa del comedor y leyendo el diario.
-Y no en la cama?- me dijo él
-La verdad, detesto las migas entre las sábanas, así que no practico el deporte del desayuno en la cama
-OK- me dijo Mr Big, quien tendrá este sobrenombre no por el guapo y maduro galán de Sex and the City, sino porque es bastante más rellenito de lo normal, por no decir que es derechamente gordo. (nota mental: no decirle “chanchito” si la relación prospera)
-Después de eso me vuelvo a acostar para dormir hasta las 12, me levanto y cocino algo rico para almorzar con mis amigos, luego voy al cine a ver una buena película y me vuelvo por el Parque Foresta caminando y sacando fotos con mi cámara analógica. En la tarde voy a clases de tango y luego a un “tour de restaurantes”, es decir, a comer la entrada en uno, el plato de fondo en otro y el postre en un tercero. No se me puede ocurrir un día mejor que eso!
-Es cierto
- Ya, y tu día ideal?
-Salir a correr en la mañana, cosa que nunca hago pero que espero hacer…o ir al gimnasio, por ejemplo. Después un desayuno rico con mucha fruta y pan calientito. Luego unas clases de latín o griego, y después un almuerzo con mis amigos sofistas (que no tengo, pero igual), para terminar con una tarde metido en el cine viendo casi toda la cartelera, y una comida rica en algún restaurant, con un buen vino.
-Lenguas muertas, amigos sofistas y deporte? Curiosa la combinación
-Sí, me encantaría hacer algo de eso pero no tengo tiempo
-Yo creo que si uno esperara a tener tiempo para hacer las cosas que le gustan o le interesan, al final uno no haría nada. Yo hago mil cosas y siempre tengo que inventarme tiempo, pero me queda la satisfacción de saber que hago algo más que trabajar, comer y dormir- le dije.
En ese momento nos miramos con esa mirada cómplice, y como nada puede ser perfecto, llegó el mozo con la cuenta porque ya iban a cerrar.
Al salir del restaurant, tomamos un taxi y me dejó en la puerta de mi edificio. Nos despedimos con un beso en la mejilla y una sonrisa cómplice. No bien había entrado a mi departamento, tomé el celular y le mandé un mensaje: “Gracias por todo, lo pasé increíble”.

Primer acto: Museos de Medianoche
Mr Big era uno de los amigos del colegio de mi vecino, que conocí hace poco en una improvisada salida a comer pizza un día de semana en la noche. Pese a ser un poco más gordo de lo que me gustaría, me había tincado por su afición a los viajes y su gusto cinéfilo, así que no desconocí su foto cuando me agregó como amiga en Facebook. Yo ya le había echado una mirada a su perfil, pero dada mi experiencia, estaba esperando la primera jugada de su parte.
Entonces, luego de aceptarlo, me mandó un mensaje invitándome a los Museos de Medianoche, donde la entrada es gratis y estos centros culturales ofrecen tours guiados y espectáculos.
Paseamos, conversamos, nos reímos, hablamos de cine y de viajes y tuvimos miles de coincidencias. La verdad, su robusto aspecto me amilanó un poco, pero hace mucho que no conocía a nadie que me tincara como este sujeto.
Luego del recorrido cultural nos tomamos un café, y mientras hacíamos la lista mental de las 10 películas que más nos habían gustado, tuvimos un momento digno de mala comedia romántica hollywoodense
-Hay, como se llama esa película super buena de Stanley Kubrick, que es bien poco conocida- me dijo, tomándose la cabeza con las manos y buscando la respuesta detrás de sus párpados
-Barry Lyndon- dijomos los dos al unísono
-Cómo la conoces? Re poca gente la cacha- me dijo entusiasmado
-Es que si te gusta una película excelente y poco conocida de Kubrik es difícil que no sea Barry Lyndon- le dije yo
Y nos miramos. Ya era tarde y me fue a dejar en taxi a mi casa. Nos despedimos medio tensos, como advirtiendo que algo importante había pasado, que algo había cambiado. Que habíamos visto algo que nos gustó en la persona sentada del otro lado de la mesa.
Al bajar del auto y observar cómo se iba, pensé que si esta vez la salida la había gestionado él, no estaría de más llamar y proponer algo. Más que mal, sería empatar a 1.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Martes en la noche

Tercer acto: El Ciudadano

Y ahí figuraba yo, sentada en El Ciudadano, comiendo pizza y riéndome a morir con esta gente que acababa de conocer.
“Parece que era verdad aquello de que estaba demasiado encerrada”, pensaba, constatando los hechos de mi vida. Los dos años anteriores estuve a full con el magíster, y claro, como me cuesta una enormidad distinguir la línea que separa lo suficiente de lo innecesario, me metí de cabeza en el estudio, fui la mejor alumna y me fue estupendo, pero a un costo altísimo: sacrificar la vida social en el altar del enchulamiento del currículum, lo que a mis 29 años y soltería crónica era casi llenar el formulario de solicitud de ingreso a las monjas carmelitas.
Y ahora, que estoy haciendo la tesis, un poco más relajada porque elegí trabajar a mi ritmo, con plazos holgados y realistas, tengo tiempo para más cosas. Como la natación y la vida social, y ciertamente, me gusta demasiado esta nueva etapa de mi vida.


Segundo acto: “Perdonen el olor a cloro”

-Nunca creí que nos dirías que bueno- se rió uno de mis vecinitos del departamento, sentado junto a mí en el auto de la polola de mi otro vecino (sí, todos de la comunidad Melrose Place que resultó ser el piso 9 del edificio donde vivo)- siempre te invitamos a salir y nunca querías.
-Sí, es verdad, pero ahora que ya no estoy en clases del magíster ando más relajada con mi tiempo- le dije
-…y más deportista- agregó mi otro vecino desde el asiento del copiloto.
A las pocas cuadras se nos unieron dos amigos más, al parecer ex compañeros de colegio de mi amigo emparejado, con quienes han hecho un grupo bastante entretenido de salidas semanales, al que así como van las cosas, voy derechito a pertenecer.
Entramos al Ciudadano y habían tres personas más, una pareja, compañera de trabajo de la novia de mi vecino, y otro sujeto, que nunca supe bien de dónde venía. Repaso de la situación: sólo conocía a dos de las 8 personas de la mesa. Entonces, apliqué la técnica infalible para estos casos, ser graciosa:
-Oigan, perdonen el olor a cloro y la chasca de loca, pero vengo de natación-, les dije.
-Bueno, al menos nos queda claro que estás limpiecita!- dijo uno de los desconocidos y así, empezó una noche demasiado entretenida y completamente improvisada de reinserción a la vida social.


Primer acto: “denme 5 minutos”

Venía con el pelo todavía un poco mojado, el gorro de la parka puesto, las piernas medias tiritonas y el bolso pesadísimo a causa de las toallas mojadas y los miles de bártulos que siempre me prometo que dejaré en la casa pero que igual termino llevando a la piscina.
Nunca fui deportista pero esto de la natación me agarró fuerte, no solo porque noté las piernas y brazos más torneados al poco tiempo de comenzar, sino porque de verdad es estupenda para botar las tensiones de pegas estresantes como la mía.
Cansada, chascona y añorando mi cama, doblé en la esquina cuando me topé, frente a frente, con mis dos vecinos.
-Mira, por eso no salía cuando tocábamos el timbre.-dijo uno-Vamos con unos amigos a comernos unas pizzas, vamos?
-Ay, es que vengo de natación, estoy super cansada
-Ya, pero un ratito
Y recordé que tengo sobregirada al límite mi cuenta corriente de la vida social, de tanto hacer avances en efectivo y transferencias en línea al APV del estudio, que necesito salir más, conocer más gente y retomar la vida que tenía antes del magíster.
-Ya!- les dije-, pero denme 5 minutos. Subo a colgar el traje de baño, a peinarme un poco y bajo.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Aún tenemos patria, ciudadanas!

A veces siento que aún tengo 13 años, y que soy la gordita simpática y estudiosa con la que todos conversan y se ríen, pero que ningún compañero de cuso ha invitado –ni invitaría- a tomarse un helado después de clases, en el sumum adolescente de la invitación romántica, que seguramente termina con un piquito de despedida antes de subirse a la micro.

¿Será una cosa de autoestima? Nunca me he sentido fea (o al menos desde que bajé gran parte de los kilos que tenía de más), pero sé que tampoco soy una belleza sideral de esas que deja sin aliento. Inteligente soy, sin duda, pero he descubierto con el paso de los años que no es una cualidad que le agregue demasiado valor a uno, en esto que podríamos llamar el mercado de las relaciones de pareja.

Digo, para mí es importante estar con alguien inteligente, que tenga tema de conversación, que sea divertido y chispeante y con quien sienta que al conversar, el tiempo vuela. Pero parece que para ellos eso no es tan vital. Lo he observado últimamente, al enterarme que dos candidatos que estaban en mi lista de “posibles conquistas”, y que por lo mismo, consideraba entre otras cosas inteligentes, se emparejaron con la típica chica que, sin mirar en menos, destaca más por esa belleza sideral que deja sin aliento que por la inteligencia divertida y chispeante.

Tal como a mis 13, el chico guapo y divertido invitó a tomar un helado a la más linda del curso, y le contó sus planes a la amiga gordita, simpática e inteligente, para la que ni siquiera había espacio para un triángulo amoroso, a lo serie de TV de preparatoria gringa.

Un tema recurrente de este blog ha sido ese: ¿Cómo encontramos nosotras, las chicas 2.0 –inteligentes, independientes, claras y resueltas- a chicos que valoren esas cosas y no se encandilen solamente por un cuerpo perfecto? Sé que los hay –o al menos, me lo imagino-, tal como me imaginaba a los 13 años que alguien iba a invitarme un helado después de clases, cosa que finalmente sí terminó sucediendo.

Entonces –espero!- aún tenemos patria, ciudadanas!

miércoles, 1 de abril de 2009

La silla musical

Viernes en la noche, la despedida de una amiga que volvía a Buenos Aires a terminar su maestría. Todos comía, conversaban y se reían, pero yo me quedé helada, pensando en lo que acababa de escuchar.
Una de las asistentes al malón-despedida fue mi compañera de Universidad, que era linda, simpática, inteligente y coqueta, ese tipo de chica que uno se extraña de que esté sin pareja. Acababa de terminar una relación de varios años, y aún andaba algo pesimista por la vida, pero me sorprendió lo lúcido y terrible de su diagnóstico de la situación de las solteras que rozan los 30.
-Como que me entró el pánico- me confesó
-Por qué?
-Mira, por una parte está la gente emparejada, casada y/o con guagua, que ya se armó la vida y salió de las pistas, y por otro lado estamos nosotros, todos los solteros, que seguimos buscando pareja.
-Claro, es más o menos así como funciona-le dije-...nadie busca pareja en el otro lado.
-Sip, pero estoy cachando que para los solteros esta cuestión es como la silla musical: uno sale, pincha, coquetea y busca a alguien, mientras está sonando la música, cachai? Y me da terror que en cualquier momento la canción deje de sonar, todos ya estén emparejados y sea yo la que me quede sin silla.
-Uf!.... en todo caso hay algo de cierto en eso
-Sí pues, si era un trauma en los cumpleaños de cabros chicos cuando uno se quedaba parada en este jueguito, imagínate ahora. Por eso me bajó la ansiedad, porque igual quiero una familia, hijos y todo eso
-Claro, pero igual no hay nada menos sexy que el olor a desesperación, querida, es lo menos atractivo que hay
-Si lo sé, pero te juro que me bajó la desesperación, en mala. Si pudiera venir una adivina con su bola mágica, y asegurarme que en dos años más –o tres, o cinco- va a aparecer alguien y voy a estar emparejada, de más que me relajo y disfruto mi soltería, pero te juro que ahora no puedo.
-Sip, te entiendo.
Con la copa de mango sour en la mano, y dándole vuelta al diagnóstico de la silla musical, decidí que lo mejor era irme. Era tarde, andaba a pata y ya había escuchado suficiente, sobre todo, en el contexto de mi nueva actitud de no estresarme por nada y no ponerle presión al tema sentimental, que según sigo creyendo, es algo que llega cuando tiene que llegar….igual que el final de la canción en las sillitas musicales.

lunes, 16 de febrero de 2009

La peor cita de mi vida

Soy exagerada, pero les juro que en esta ocasión no exagero. NUNCA había tenido una cita a ciegas tan desagradable como la del viernes en la noche.
En mi afán de ampliar el círculo social, acepté sugerencias de amigos hechas por otros amigos, y he establecido una política sistemática de citas para conocer gente nueva, y así como he tenido buenas experiencias, he tenido otras del terror, como la que paso a narrarles a continuación.

Tercer acto: La cuenta

Volví del baño dispuesta a cerrar el negocio: ya había tenido suficiente. Sin sentarme, me paré a su lado y le dije “pidamos la cuenta?”
-Claro- me dijo él, evidentemente tan harto de mí como yo de él.
Caminé hacia la caja y saqué mi tarjeta de crédito. No iba a dejar que me invitara.
-Agrego la propina?- me dijo el cajero del café
-Sí, por favor- le dije yo
-Toma- me dijo él, parándose a mi lado y pasándome la luca que costaba el agua minera que se había tomado
-No, yo te invito, como desagravio por todo lo que te molestó el que llegara tarde- le dije yo, clavándole el último aguijón de esa conversación tirante que veníamos teniendo hace una hora
-No, toma- insistió- no quiero deberte nada
Acepté la luca estupefacta: no podía ser tan roto. El cajero me devolvió mi tarjeta de crédito y mi carnet con cara de incredulidad ante el intercambio de palabras que había escuchado, y yo aproveché un minuto en el que este pelmazo miró hacia fuera para susurrarle un cómplice “qué roto este tipo!”, a lo que conseguí una sonrisa cómplice….la primera y la única de esa noche.

Segundo acto: "Si crees eso estás terriblemente equivocada"

Entramos al café, nos sentamos y pedimos. Él un agua mineral y yo un café cortado y unas mediaslunas.
La conversación partió rarísima para una primera cita: me contó que dentro de unos meses sería padre con su ex pareja, de quien estaba muy enamorado, pero sin posibilidades de volver, porque ella lo odia y no lo quiere ver nunca más (después fui entendiendo por qué).
Me contó que en el pasado tuvo onda con la amiga que me lo recomendó por Facebook, y el resto de la conversa fue una apología a lo bien que cocinaba, la cantidad de minas con las que había salido antes de emparejarse con su ex, y el proyecto cultural de circuito gastronómico que estaba haciendo con un amigo, el que según él era novedosísimo, pero según yo, no tanto.
-Pero como que no tanto? Has escuchado algo parecido?
-Claro, rutas patrimoniales de restaurantes en varios barrios de Santiago…- le dije yo
-Ah, pero nada como esto!!!
-De más- dije yo, sin muchas ganas de discutir
-Además, esto de la crisis financiera es una mentira, mira lo llenos que están los restaurantes, es un gran negocio potenciarlos ahora
-Como que una mentira? Lo que pasa es que aún no llega a Chile, pero espérate a marzo o abril- dije yo, o más bien la economista que llevo dentro
Y ahí empezó una conversación de lo más desagradable, de un proselitismo socialista nunca antes visto por mí:
-Es que el sistema económico dominante te quiere hacer creer esas cosas, para justificar sus fallas
-Como así?
-Claro, como un lavado de cerebro, entiendes?
-Entiendo, pero no estoy de acuerdo. Todas las cifras hablan de crisis, países industriales como Alemania y Francia están en recesión por primera vez en 20 años y en varias otras crisis económicas, y eso es un dato innegable
Él sonrió, tomó un trago de su mineral y me miró como si hubiera argumentado acerca de la existencia del viejito pascuero o del conejito de los dientes.
-Si crees eso, estás terriblemente equivocada
Eso era demasiada belicosidad, demasiada animosidad gratuita en un contexto donde uno quiere conocer al otro, pasar un buen rato y divertirse, así que agarré mi cartera y mientras me paraba de la silla, le dije “voy al baño”.
Al subir y mirarme al espejo, me pregunté qué había hecho yo en otra vida para merecer una cita así: ahogar gatos chicos? Maltratar a mi abuelita? Asustar a las guaguas en la calle? No!!! Nada de eso, soy una buena persona, más o menos simpática, razonablemente entretenida y no menos guapa, así que aunque la cita no había durado ni una hora, ese era el momento de correr.

Primer acto: Voy 10 minutos tarde

Andaba de compras y me pilló la hora. Por el calor y las bolsas con las que andaba, era menester pasar a mi departamento a dejar la carga, darme la ducha de rigor y después irme a Lastarria a juntarme con mi cita.
Entonces, lo llamé para avisarle que iba 10 minutos tarde.
-Chuta, pero habíamos dicho a las 8- me dijo
-Sí, son 10 para las 8 y voy entrando a mi depto que queda al lado de Lastarria, dejo las bolsas de las compras y me voy para allá
-Bueno- me dijo poco entusiasmado.
Yo dejé la carga, me di una ducha rapidísima, me hice un moño (el tiempo no alcanzaba para peinado), y salí corriendo a juntarme con este tipo.
-Voy llegando!- le dije cuando estaba a media cuadra del lugar indicado
-Menos mal, aquí estoy parado en la calle esperándote- me dijo con tono de apestado.
Al llegar, me di cuenta de que los 10 minutos de atraso habían sido un pecado mortal: tenía una cara de 5 metros de largo, y no bien me saludó, se puso a hablar sobre la gente impuntual, a decir que él era super puntual y que los demás no entendían la falta de respeto que era dejar esperando a alguien
-Mira, por lo menos te avisé que venía tarde- le dije- y si tanto te afecta, mejor lo dejamos hasta acá, porque la idea de juntarnos era pasarlo bien, o no?- le dije
-No, está bien. Vamos a ese café- me dijo él, lamentablemente, porque un "sí, dejémoslo acá" me habría ahorrado un verdadero mal rato.

lunes, 2 de febrero de 2009

La cita y el cine

Hablando con un amigo del trabajo, entendí que la próxima vez que salga con alguien (lo que espero que suceda pronto), no tengo que invitarlo al cine.
Nunca lo había visto de ese modo, pero mis citas con película incluida han sido cuando menos, nefastas. Probablemente, por mis gustos cinematográficos poco ortodoxos.


Capítulo 1: “Tienes pañuelitos?”

En ese tiempo yo era una universitaria despreocupada, que gozaba de un “recreito” en medio de un pololeo largo coqueteando con un compañero de la carrera.

Seducida por la dinámica de estar pinchando, acepté una invitación al cine. En ese tiempo yo era fanática (más que ahora) de las películas de terror, pero como él era un tipo sensible, elegí ver Titanic entre las opciones que él me propuso.

Cuento corto, me pareció linda la película, pero patética la escena cuando, afirmado a la puerta donde Kate Winslet flota y llora como desesperada, Di Caprio le dice que lo mejor de su vida ha sido ir en el Titanic….como para ahogarse, pero de la cursilería.

En un gesto poco amable de mi parte, solté una carcajada y miré a mi acompañante para comentar lo edulcorante del momento, buscando una risa cómplice, pero él, con los ojos llorosos, visiblemente afectado por el romanticismo de la escena, y casi en un susurro, me dijo “tienes pañuelitos?”…Sin comentarios!

Capítulo 2: “hay, cresta!”

Como adoro el cine español y las películas de terror, una de mis citas recientes fue a ver la película El Orfanato, con malísimos resultados: el galán en cuestión saltaba cada cinco segundos, y en las escenas más terribles se cubría la cara y decía “hay, cresta!”. Yo lo miraba sin poder entender si era por mi gusto irrefrenable y cuasi insensibilización por los efectos de las películas de susto, o si era él el exagerado.

Capítulo 3: El juego del Miedo

Mi última cita fue a ver una película de terror de la que soy fanática a morir: la saga El Juego del Miedo. Aunque este chico sí se portó bien, era evidente que estaba incómodo, y que hubiera preferido ver otro tipo de cine. Claro, la combinación asesino en serie-policía corrupto- sierras- cuchillos-cadenas-miembros amputados-sangre-gente muriendo no es del gusto de todo el mundo, al parecer....ni menos para una primera cita.

Nota mental, par ala próxima vez dejaré que ellos elijan!

Epílogo: La dieta

He bajado dos kilos y aunque las últimas semanas ha sido poco (200 gramos), estoy contenta de todos modos: Es la primera vez que, sin una desilusión amorosa o un cuadro de stress galopante de por medio- bajo de peso sostenidamente.
Anoche miré fotos mías y no hay caso: desde que tenía un año de vida fui una guagua gordita, después fui una niña rellenita, una adolescente derechamente gorda y posteriormente bajé a una joven menos que rellenita, luego del stress galopante y la desilusión amorosa (en ese orden de ocurrencia).
Ahora estoy en el límite de la rellenez, lo cual es todo un logro. Es terriblemente frívolo, pero adoro que mis pantalones de siempre me queden mejor que antes del viaje al sur, donde a punta de pan amasado y mantequilla de campo subí de peso.

miércoles, 21 de enero de 2009

Volviendo a la vida (social)

Cosas en el tintero

La dieta está sirviendo y hoy me puse una falda que pasó de quedarme ligeramente apretada hace unas semanas, a estar levemente holgada.
“Un pequeño paso para la dieta, un gran paso para la autoestima”, me dijo un amigo cuando le conté la pequeña gran noticia del día.

El café con el amigo de mi ex con el que me reencontré en el matrimonio de otro de sus amigos(hace algún tiempo, y que también fue objeto de posteo) nunca se concretó –ni la llamada telefónica ni la invitación-, pero espero que vengan muchos otros cafés más ahora que estoy volviendo a la vida (social).

Sobre "merecer" al otro

En ese mismo contexto, ayer me junté con una amiga a la que adoro (y a la que por tiempo no veía hace tiempo) y su nuevo novio, un tipo tan simpático que al poco rato ya parecíamos el team del Happy Hour, riéndonos de todo y conversando de la vida como si nos conociéramos desde siempre.
Hablamos de merecer a la gente, de ese concepto de justicia distributiva que uno a veces usa de manera indiscriminada en la vida.
-Pero qué importa si alguien te merece o no? Uno quiere estar con alguien que le guste nomás, con quien se lleve bien- dije yo, comiendo heroicamente mi ensaladita de la tarde mientras ellos se comían unas empanadas de queso, que según mi amiga “estaban más o menos nomás” (obvio que lo dijo para que me sintiera mejor, aunque ayudó poco)
-Sí, claro, pero uno igual tiene que merecer al otro, es decir, uno busca alguien como uno, y de ahí para arriba-me dijo él.
-Exacto!-le dije yo- Si uno está con la persona que te merece, es un solo punto dentro del universo, eso y nada más. Pero si buscas de ahí para arriba, las posibilidades se amplían.
-Visto de esa manera, es cierto
La conversación me dejó pensando en el eterno tema de reflexión, sobre el que prefiero –como el nombre de mi blog- seguir teniendo el beneficio de la duda: ¿Será acaso que conforme más crecemos en la vida, tenemos más logros, vivencias y “valor agregado”, como le llamo yo, ese punto en el universo sube más y más, haciendo que la gente que se ubica “de ahí hacia arriba” vaya siendo cada vez menos?

lunes, 12 de enero de 2009

Querido 2009:

Espero que seas un año mejor que tu predecesor, el 2008.

No me malentiendas: después de la raya para la suma fue un buen año, pero fue duro. Me cobró caros todos mis éxitos y me dio una que otra carga extra, tanto en lo emocional, como en lo financiero y en la salud. Por eso, espero que tú seas más benevolente, en consideración a que vengo de 366 días de exigencias (porque fue bisiesto).

Te recibí en la Laguna San Rafael, comiendo 12 uvas que generosamente me regalaron unas amigas españolas que conocí en el barco, vestida de mi ropa favorita de invierno (parkara, gorro y bufanda), mirando cómo la tripulación emulaba fuegos artificiales lanzando las bengalas de emergencia, y rodeada de gente maravillosa que conocí en el viaje que emprendí sola desde Santiago.

Las primeras cosas que hice al volver fueron ponerme a dieta (el pan amasado de Sur me hizo engordar un par de kilitos), pintarme las uñas rojas y comprar plantas para mi departamento. Todo esto para mostrarte que tengo la voluntad de cambiar varias cosas que no me tienen contenta al 100%, como mi escasa vida social durante los dos años anteriores, por causa de mi magíster, y el no perder el foco en mí misma por concentrarme en las cosas que tengo que hacer para lograr lo que quiero.

Por suerte, ya terminé las clases (fui de las mejores alumnas de la promoción, lo que hizo que tanto esfuerzo, fines de semana de estudio y trasnochones de lectura valieran la pena), y espero por eso reactivar la gran deuda que tengo en mi vida social. La elaboración de la tesis también me quitará tiempo, pero sé –y me propuse- que será menos que antes.

Querido 2009, si puedo pedirte algo, es que seas un año balsámico, un año sutil, de logros y cosas buenas pero no tan rimbombantes como el 2008, ni tampoco conseguidas con tanto sacrificio. Quiero que seas el año de la vida social, de los afectos y de las cosas importantes para el espíritu….puede ser?