martes, 8 de septiembre de 2009

Buscando el desempate

Tercer acto: I´m still waiting

Acostada, con el celular entre las manos, esperé que me llegara su mensaje de vuelta. No tardó mucho, y decía exactamente lo que yo quería leer: “También lo pasé increíble, y hay que repetirlo pronto!”
Sonriendo entre la satisfacción y el nervio, apagué la luz y me puse a pensar en lo que venía ahora, la tarea más difícil para mí en estas circunstancias: la espera.
Siempre he dicho que si fuera hombre me iría mejor en las lides amorosas, porque se me da bien eso de llamar, de buscar, de organizar panoramas y proponer salidas, almuerzos y cafés, pero esperar a que el otro tome la iniciativa me cuesta tanto como dejar de echar el frasco de Nutella al carro cada vez que voy al supermercado.
Como le decía a un amigo, la experiencia me ha mostrado que es mejor, en los primeros momentos de conquista, dejar que el macho haga la Mise-en-scène para su interpretación de la danza del plumaje, porque cuando he actuado tal como la víscera me mandaba, lamentablemente el sujeto en cuestión ha huido en descampado. En el ajedrez del amor, los hombres juegan con las blancas.
OK, puede que no sea siempre así, pero hablo desde mi experiencia personal e intransferible.
So, I´m still waiting. No llamaré, no escribiré ni me haré presente, porque en cuanto a la iniciativa, ya estábamos empatados a 1, y creo que a él le toca el desempate.

Segundo acto: “¿Cómo sería tu día ideal?”
Sentados en el restaurant la conversa fluyó rápidamente, como había pasado las veces anteriores. Cine, literatura, viajes y todos los otros miles de temas que tenemos en común.
Me felicité por seguir mi instinto y llamarlo para salir un domingo en la noche. La excusa por supuesto fue bastante básica (“Vengo del cine y me muero de ganas de tomarme un café, te tinca”?), pero me animé porque nuestra salida anterior fue gestionada por él, vía mensajes de Facebook, y había resultado bastante prometedora.
Entonces, entre conversas, risas, vino tinto y tortilla de papas (porque cambiamos finalmente el café por un restaurant) me preguntó cómo sería mi día ideal.
Me pareció una pregunta extraña, pero una manera bien inteligente y concisa de conocer los múltiples gustos de una persona.
-Empiezo con un desayuno rico, con yogurt, avena y café, sentada en la mesa del comedor y leyendo el diario.
-Y no en la cama?- me dijo él
-La verdad, detesto las migas entre las sábanas, así que no practico el deporte del desayuno en la cama
-OK- me dijo Mr Big, quien tendrá este sobrenombre no por el guapo y maduro galán de Sex and the City, sino porque es bastante más rellenito de lo normal, por no decir que es derechamente gordo. (nota mental: no decirle “chanchito” si la relación prospera)
-Después de eso me vuelvo a acostar para dormir hasta las 12, me levanto y cocino algo rico para almorzar con mis amigos, luego voy al cine a ver una buena película y me vuelvo por el Parque Foresta caminando y sacando fotos con mi cámara analógica. En la tarde voy a clases de tango y luego a un “tour de restaurantes”, es decir, a comer la entrada en uno, el plato de fondo en otro y el postre en un tercero. No se me puede ocurrir un día mejor que eso!
-Es cierto
- Ya, y tu día ideal?
-Salir a correr en la mañana, cosa que nunca hago pero que espero hacer…o ir al gimnasio, por ejemplo. Después un desayuno rico con mucha fruta y pan calientito. Luego unas clases de latín o griego, y después un almuerzo con mis amigos sofistas (que no tengo, pero igual), para terminar con una tarde metido en el cine viendo casi toda la cartelera, y una comida rica en algún restaurant, con un buen vino.
-Lenguas muertas, amigos sofistas y deporte? Curiosa la combinación
-Sí, me encantaría hacer algo de eso pero no tengo tiempo
-Yo creo que si uno esperara a tener tiempo para hacer las cosas que le gustan o le interesan, al final uno no haría nada. Yo hago mil cosas y siempre tengo que inventarme tiempo, pero me queda la satisfacción de saber que hago algo más que trabajar, comer y dormir- le dije.
En ese momento nos miramos con esa mirada cómplice, y como nada puede ser perfecto, llegó el mozo con la cuenta porque ya iban a cerrar.
Al salir del restaurant, tomamos un taxi y me dejó en la puerta de mi edificio. Nos despedimos con un beso en la mejilla y una sonrisa cómplice. No bien había entrado a mi departamento, tomé el celular y le mandé un mensaje: “Gracias por todo, lo pasé increíble”.

Primer acto: Museos de Medianoche
Mr Big era uno de los amigos del colegio de mi vecino, que conocí hace poco en una improvisada salida a comer pizza un día de semana en la noche. Pese a ser un poco más gordo de lo que me gustaría, me había tincado por su afición a los viajes y su gusto cinéfilo, así que no desconocí su foto cuando me agregó como amiga en Facebook. Yo ya le había echado una mirada a su perfil, pero dada mi experiencia, estaba esperando la primera jugada de su parte.
Entonces, luego de aceptarlo, me mandó un mensaje invitándome a los Museos de Medianoche, donde la entrada es gratis y estos centros culturales ofrecen tours guiados y espectáculos.
Paseamos, conversamos, nos reímos, hablamos de cine y de viajes y tuvimos miles de coincidencias. La verdad, su robusto aspecto me amilanó un poco, pero hace mucho que no conocía a nadie que me tincara como este sujeto.
Luego del recorrido cultural nos tomamos un café, y mientras hacíamos la lista mental de las 10 películas que más nos habían gustado, tuvimos un momento digno de mala comedia romántica hollywoodense
-Hay, como se llama esa película super buena de Stanley Kubrick, que es bien poco conocida- me dijo, tomándose la cabeza con las manos y buscando la respuesta detrás de sus párpados
-Barry Lyndon- dijomos los dos al unísono
-Cómo la conoces? Re poca gente la cacha- me dijo entusiasmado
-Es que si te gusta una película excelente y poco conocida de Kubrik es difícil que no sea Barry Lyndon- le dije yo
Y nos miramos. Ya era tarde y me fue a dejar en taxi a mi casa. Nos despedimos medio tensos, como advirtiendo que algo importante había pasado, que algo había cambiado. Que habíamos visto algo que nos gustó en la persona sentada del otro lado de la mesa.
Al bajar del auto y observar cómo se iba, pensé que si esta vez la salida la había gestionado él, no estaría de más llamar y proponer algo. Más que mal, sería empatar a 1.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Martes en la noche

Tercer acto: El Ciudadano

Y ahí figuraba yo, sentada en El Ciudadano, comiendo pizza y riéndome a morir con esta gente que acababa de conocer.
“Parece que era verdad aquello de que estaba demasiado encerrada”, pensaba, constatando los hechos de mi vida. Los dos años anteriores estuve a full con el magíster, y claro, como me cuesta una enormidad distinguir la línea que separa lo suficiente de lo innecesario, me metí de cabeza en el estudio, fui la mejor alumna y me fue estupendo, pero a un costo altísimo: sacrificar la vida social en el altar del enchulamiento del currículum, lo que a mis 29 años y soltería crónica era casi llenar el formulario de solicitud de ingreso a las monjas carmelitas.
Y ahora, que estoy haciendo la tesis, un poco más relajada porque elegí trabajar a mi ritmo, con plazos holgados y realistas, tengo tiempo para más cosas. Como la natación y la vida social, y ciertamente, me gusta demasiado esta nueva etapa de mi vida.


Segundo acto: “Perdonen el olor a cloro”

-Nunca creí que nos dirías que bueno- se rió uno de mis vecinitos del departamento, sentado junto a mí en el auto de la polola de mi otro vecino (sí, todos de la comunidad Melrose Place que resultó ser el piso 9 del edificio donde vivo)- siempre te invitamos a salir y nunca querías.
-Sí, es verdad, pero ahora que ya no estoy en clases del magíster ando más relajada con mi tiempo- le dije
-…y más deportista- agregó mi otro vecino desde el asiento del copiloto.
A las pocas cuadras se nos unieron dos amigos más, al parecer ex compañeros de colegio de mi amigo emparejado, con quienes han hecho un grupo bastante entretenido de salidas semanales, al que así como van las cosas, voy derechito a pertenecer.
Entramos al Ciudadano y habían tres personas más, una pareja, compañera de trabajo de la novia de mi vecino, y otro sujeto, que nunca supe bien de dónde venía. Repaso de la situación: sólo conocía a dos de las 8 personas de la mesa. Entonces, apliqué la técnica infalible para estos casos, ser graciosa:
-Oigan, perdonen el olor a cloro y la chasca de loca, pero vengo de natación-, les dije.
-Bueno, al menos nos queda claro que estás limpiecita!- dijo uno de los desconocidos y así, empezó una noche demasiado entretenida y completamente improvisada de reinserción a la vida social.


Primer acto: “denme 5 minutos”

Venía con el pelo todavía un poco mojado, el gorro de la parka puesto, las piernas medias tiritonas y el bolso pesadísimo a causa de las toallas mojadas y los miles de bártulos que siempre me prometo que dejaré en la casa pero que igual termino llevando a la piscina.
Nunca fui deportista pero esto de la natación me agarró fuerte, no solo porque noté las piernas y brazos más torneados al poco tiempo de comenzar, sino porque de verdad es estupenda para botar las tensiones de pegas estresantes como la mía.
Cansada, chascona y añorando mi cama, doblé en la esquina cuando me topé, frente a frente, con mis dos vecinos.
-Mira, por eso no salía cuando tocábamos el timbre.-dijo uno-Vamos con unos amigos a comernos unas pizzas, vamos?
-Ay, es que vengo de natación, estoy super cansada
-Ya, pero un ratito
Y recordé que tengo sobregirada al límite mi cuenta corriente de la vida social, de tanto hacer avances en efectivo y transferencias en línea al APV del estudio, que necesito salir más, conocer más gente y retomar la vida que tenía antes del magíster.
-Ya!- les dije-, pero denme 5 minutos. Subo a colgar el traje de baño, a peinarme un poco y bajo.