viernes, 26 de octubre de 2007

¿Por qué fallan los matrimonios?

En Melrose Place, el piso 9 del edificio donde vivo, la mayoría de mis vecinitos obedece a la siguiente descripción: hombre, 35 años, separado, al menos un hijo.
Uno de mis amigos, al que veo esporádicamente pero con el que tengo amplio contacto por e-mail, me acaba de contar que se separa. Llevaba 4 años casado y no tiene hijos, y lo suyo era una relación de agachar el moño constantemente para que la cosa funcionara más o menos bien.
Mi profesor, con el que trabajo en una ayudantía desde comienzos de año, me contó que se también se separaba, y que iba a empezar a socializar esa decisión este verano, cuando sus hijos ya no estén en el colegio. La mayor tiene 14 y el menor, 8.
Incluso tengo varias compañeras de la U que se casaron y que luego se separaron sin siquiera terminar de pagar las 24 cuotas de la luna de miel, la fiesta, el vestido y el arriendo de la iglesia.
¿Por qué fallan los matrimonios?
Un proverbio inglés reza que el matrimonio es como una ciudad sitiada: los que están afuera quieren entrar, y los que están adentro quieren salir, pero como tanto! ¿Será que se acabó la paciencia, la tolerancia o las ganas de solucionar las cosas, o que simplemente ahora están las condiciones materiales y económicas para que las parejas que se avienen mal se separen en vez de aguantarse eternamente como pasaba antes?
Tengo una teoría personal. Creo que ahora, como la gente se enfoca más que antes en lo laboral, en lo profesional y en lo personal, se tarda más en encontrar pareja, y por eso, se casa más pronto y el matrimonio viene a reemplazar al pololeo, en tanto la gente se conoce verdaderamente cuando ya está casada, y decide si seguir junta o no. Lo malo es que eso no sólo implica un corte de relaciones, sino que un quiebre matrimonial, que muchas veces se produce con hijos de promedio.
¿Qué puede hacer uno para que los matrimonios no fracasen? Sin haberme casado nunca, y sin estar desesperada por hacerlo, creo que lo básico es la comunicación y la honestidad, incluso para plantear temas difíciles y complicados, y para saber que cualquier cosa que suceda mientras “la muerte no los separe”, será resuelta o conversada de a dos.
Parece simple, pero sin embargo, creo que nadie se casa creyendo que va a separarse en algún momento, por lo tanto, todos deben tener más o menos ese tipo de apreciaciones respecto al matrimonio, pero la cosa falla igual. ¿Será la vida moderna, la intolerancia o la falta de afecto la que hacen que la gente se separe?

lunes, 22 de octubre de 2007

Capacidad de asombro

-¿Será que yo soy la grave? Lo que pasa es que me parece totalmente normal no estar dispuesta a estar con alguien que se va todos los fines de semana de carrete con sus amigos, que llega curado, que no sabe qué quiere en la vida y que está marcando el paso en una pega que todavía no sabe si le gusta o no. Te juro que esta prolongación de la adolescencia de los hombres me tiene bien aburrida.
Mi amiga, que iba manejando, señalizó para doblar, me miró de reojo, frunció los labios y asintió, como diciéndome “sí, yo creo que tú eres la grave”.
Creo que otras veces he hablado de ella. Nos conocemos desde los 13 años, es preciosa, muy inteligente, y sabe perfectamente cómo hacer que un hombre se sienta necesitado, que piense que está salvando a una damisela en apuros (como tanto les gusta a ellos), siendo que ella no es ni damisela ni tiene ningún apuro.
-A ver - me dijo cuando ya habíamos doblado- de que eres mañosa, eres mañosa. Pero también tienes algo de razón, porque el tipo que me describes sí existe. En todo caso, hay que confiar en las excepciones, porque también hay tipos que no son así.
-Sí, es cierto eso, pero lamentablemente me he dado cuenta que los tipos que he conocido, casi sin excepción, siguen siendo adolescentes en cuerpo de hombres, igualitos a como eran en primer año de universidad. Lo que más me quema de eso es que perdí la capacidad de asombro. Conozco a alguien, salgo una o dos veces con él y siento que ya sé todo lo que viene, como que son todos iguales. Igual al anterior, igual al siguiente...
-Y no será que estás buscando equivocadamente?
-Buscando en el lugar equivocado?
-No, buscando en lugar de esperar a alguien que te sorprenda
Y me quedé pensando mientras miraba por la ventana del auto hacia la calle. Tal vez ese sea el problema, que yo siempre busco, y tengo que esperar. Mala cosa, porque soy demasiado impaciente.

viernes, 19 de octubre de 2007

No me digas “mi amor”

Conoces a alguien, salen un par de veces y todo OK. Es un tipo lindo, simpático y con tema de conversación, tres cualidades que tienden a no aparecer juntas en el común de los hombres.
Todo va bien, te llama un par de veces a la semana y siguen saliendo. Las cosas llegan rápidamente a los besos y a los abrazos, y en ese momento, es cuando se despacha aquella frase después de la cual, al menos yo, no puedo seguir. Te dice “mi amor, eres tan linda”.
En ese momento, la película romántica que en la que esta proto relación se estaba convirtiendo, se detiene de golpe y porrazo: se enredó la cinta en el cabezal, el celuloide se enganchó en la proyectora o la raya del DVD fue demasiado para el lector y no pudo continuar reproduciéndola.
Mi problema es que estoy consciente de la profundidad de la palabra amor, y no puede sino sonarme mentiroso que alguien que me conoce hace dos semanas me diga así. Uno dice “me gustas”, o a lo sumo “te quiero”, pero creo que debe pasar tiempo, haber más conocimiento y mayor cantidad de sentimientos involucrados para que te traten de ese modo.
Cuando me dicen “mi amor”, o “te amo”, me gusta que me lo digan a mí, y no que sea la manera cariñosa que tiene el otro para tratar a quienes viene recién conociendo. Para mí, lo lógico es que te lo digan cuando lo sienten, no como una bonita palabra de cortesía.

viernes, 12 de octubre de 2007

5 años

Rosa Montero, una de mis escritoras favoritas, decía que las células que más viven en nuestro cuerpo son las de los huesos, que duran 5 años.
Es decir, cada 5 años, y sólo desde el punto de vista biológico, somos seres distintos, y lo que nos hace mantener nuestra identidad a través del tiempo es el discurso que nosotros armamos sobre nosotros mismos, la manera en cómo nos construimos y con la que nos planteamos ante los otros.
Todo esto, a pito de que una de mis mejores amigas me recordó que hace casi 5 años que dimos nuestro examen de grado y nos convertimos oficialmente en periodistas.
Pensé en cómo era entonces: Pesaba como 5 kilos más de lo que peso ahora, usaba el pelo naturalmente ondulado, estaba enamorada y tenía planes de convivencia, juraba que iba a trabajar toda mi vida en un vespertino, corriendo todo el tiempo y persiguiendo las noticias, y que tendría un par de hijos en no demasiados años.
Hoy soy demasiado distinta, no sólo por el peso y el pelo liso. Entendí que para el amor, como para el tango, hacen falta dos y esa es una valiosa lección. Descubrí que después de trabajar 3 o 4 años persiguiendo noticias en una radio y luego en Internet ya tenía suficiente, y opté por una pega menos estresante pero entretenida en otra área, donde puedo desarrollarme y también tener tiempo para estudiar otras cosas.
5 años. Tanto tiempo y a la vez tan poco, es increíble que hasta en las fotos de ese día me veo distinta. Básicamente, porque en una aparezco con una amiga que me puso la mano en la guata y parezco embarazada, pero también hay otras cosas, como más experiencia de vida y un enfoque distinto para lo que viene.
PD: Esta foto es un homenaje a mi estación favorita, el invierno, que ya nos dejó definitivamente.

lunes, 1 de octubre de 2007

El documental

Contra mi tenaz negativa a tener contacto con mis ex pololos, he tenido un intercambio emilístico (de e-mails) con uno de ellos. En estos días.
Me rehúso a ser amiga de un ex (sin importar quién terminó ni por qué motivo) porque sostengo que si uno los quiso como pareja y no como amigos, es imposible construir una relación que ya no se dio en un primer momento.
Él era periodista como yo, pero se dedicaba a hacer documentales. Uno de ellos lo tuvo tan absorto en sí mismo que no tuvo tiempo ni espacio para ver que yo pasaba un momento difícil, y me dejó sola. La cosa por supuesto acabó mal, pero quedé con el alivio de haber salido de una situación que me generaba conflicto y preocupación constante, y dada mi coyuntura conflictiva de ese momento, también pena innecesaria.
Lo bueno de todo esto es que al parecer, el tiempo que le dedicó al documental le redituó bastante, porque se ha ganado un par de premios en festivales chilenos y ahora está en la selección de participantes de algunos extranjeros, y la próxima semana va a ser mostrado en el Festival de Cine de Valdivia, fuera de competencia.
Él me avisó para que lo viera, porque había dejado para los créditos del final la canción que le había propuesto (La Cigarra, de León Greco), y había también un agradecimiento para mí.
Le mandé un mail agradeciendo el gesto y diciéndole que lo veré cuando tenga una oportunidad, porque este año no me arrancaré a Valdivia, como suelo hacer. Después de esos mails, en los que hubo sinceridad y buena onda, quedé con el sentimiento de que después de todo, los últimos meses de esa relación no fueron tan estériles como yo creía, y que ese pololeo me dejó un buen sabor de boca.