martes, 31 de julio de 2007

El robo

Se pueden llegar a morir lo fuerte que es llegar a su propia casa y ver sus cosas en el suelo, tiradas, la cama deshecha, y la puerta perfectamente cerrada.
Es atroz la sensación de que ni en tu propia casa estás seguro, de que cualquier persona, literalmente cualquiera, pudo ser la que entró, revolvió todo y se llevó tu TV de plasma de 24 pulgadas sin que nadie lo viera, porque le faltó tiempo para llevarse todo lo demás. Lo peor es pensar que pese al cambio de chapa hecho inmediatamente, quien entró puede volver a buscar todo lo que dejó.... más que mal, ya pudo abrir una chapa cerrada.
Es terrible la sensación de no poder entrar a tu casa, de no poder bañarte en tu baño, no poder ponerte tu propia ropa porque alguien la tocó quizás de qué manera, no poder abrir tu refrigerador y sacar tu comida de adentro.
Es terrible sentir que alguien se metió en tus cosas, y revolvió, rompió, botó, destrozó y robó impunemente, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie supiera, y sin que a nadie le importe.

lunes, 30 de julio de 2007

El tesoro

Tuve una experiencia bastante fuerte el sábado pasado, que me hizo cambiar una de mis más férreas posiciones ante la vida: decidí que quiero tener hijos.
Como todas las cosas importantes, partió como una casualidad: Una amiga que se cambiaba de casa me pidió ayuda y compañía para el proceso. Mirando entre las cajas que ya había armado, y las bolsas que contenían lo que iba a desechar, me mostró el contenido de unas cajas húmedas, rescatadas de la bodega del departamento después de haber sido afectadas por una inundación.
Se trataba de cosas dejadas ahí por los antiguos propietarios: una pareja de abuelitos que murió sin hijos y sin más herederos que unos sobrinos lejanos, que le vendieron el departamento a mi amiga, sin siquiera ver qué tenía adentro la bodega.
El contenido era prodigioso: más de 100 botellas de vino (lamentablemente en mal estado), loza, revistas, vestidos a la usanza de los años 50, moldes de ropa, cartas, libros. Envueltos con cuidado, había una caja preciosa, aunque húmeda, de pañuelos bordados, unas medias antiquísimas de esas para sujetar con un liguero, y sábanas de algodón con las iniciales bordadas. Me sentí como hurgando en otro mundo, en las posesiones que alguien guardó y envolvió pensando en usarlas en un momento adecuado, pero que terminaron arruinadas por la filtración de agua, el paso de los años y la falta de descendientes que se hicieran cargo de ellas. Ahí estaban los libros, las cartas y la ropa, las cosas de cocina y los aparejos de pesca (al parecer, el abuelo pescaba), mudos, mohosos, húmedos, incapaces de contarnos cuan importantes habían sido para ese matrimonio de ancianos.
Hice el ejercicio de imaginarme el aprecio que ellos le tenían a todos esos objetos, y tuve una sensación de impudicia tremenda, de estar fisgoneando en un lugar especial para el que no tenía permiso de entrar y del cual no sabía absolutamente nada, pero de todos modos estaba abriendo las cajas, desatando los nudos, rompiendo el envase inmaculado de las medias.
Sé que es tonto, pero quiero tener hijos para que alguien se quede con mi colección de diarios del mundo, con mis trabajos de la universidad y de los diplomados que he hecho y que he guardado sistemáticamente, con mi colección de bandas sonoras, con mis fotos, con mis artículos de cocina.
Además, quiero tener hijos para que a su vez ellos tengan hijos, y puedan decirles a ellos “la abuela era una vieja loca, era capaz de tomarse una botella y media de vino sin curarse, le encantaban las películas y siempre que caminaba por la calle le miraba el traste a los lolos que pasaban”. Quiero tener hijos para no ser la imagen desdibujada que una desconocida tenga de mí al ver mis cosas, como lo fue el sábado en la noche la antigua dueña del departamento de mi amiga.

miércoles, 25 de julio de 2007

40-0

-Conforme uno más estudia, más conoce y más cosas vive, se achica el “público objetivo”, es decir, pensando en una pareja cada vez nos sirven menos micros- dije, teniendo esta conversación que hace tiempo me ronda la cabeza, con otra persona. Antes lo hablé con mis amigas, que solidarizaron con la moción. Esta vez, el interlocutor era mi profesor.
-Sí, pero tampoco es tan así.
-Por qué? En mi experiencia pasa eso…A veces conozco a alguien que me hubiera gustado hace dos años, pero no ahora.
-Mira, lo que pasa es que a lo mejor no sabes lo que buscas. Yo creo que uno debe buscar a alguien que te entretenga y que te llame la atención.
-Claro…-dije, sin estar muy de acuerdo.
-Eso sí, concuerdo con que mientras uno más evoluciona como persona, hay menos gente que te llama la atención, menos aún que te entretiene, y todavía menos que te provoca las dos cosas, porque uno se entretiene y se impresiona con cosas distintas a lo largo de la vida. Eso sí, ninguna de ellas tiene que ver con la educación, mas bien con el conjunto de experiencias, de todas las experiencias, que han vivido las otras personas.
-Es verdad, no lo había pensado así...
-Claro, porque tú andas midiendo a la gente por los estudios, por los títulos, cuantitativamente, lo que no es el único ni el mejor referente.
No dije nada. 40-0, triple punto de partido para él.

lunes, 23 de julio de 2007

Las Cinco doblevés de mi última cita

¿Dónde?/ ¿Cuándo?
-¿Qué van a querer?
-Un capucchino con crema para mí…y tú?-dije
-Mmmm, lo mismo pero sin crema- dijo él
-Ah, y medias lunas. Unas 4, dos para cada uno
-Muy bien
El mozo anotó en su libreta, nos retiró la carta y se fue a preparar el pedido detrás del mesón, del que quedamos inconvenientemente cerca porque no había ninguna otra mesa desocupada. Los domingos en la noche se han vuelto populares en el Barrio Lastarria.

¿Quién?
Tengo problemas para esperar a que los hombres se me acerquen. Siempre he creído que es mucho más fácil ser hombre que mujer en esta sociedad, donde son ellos los que eligen, se acercan, invitan y proponen, y como me es más fácil portarme así que esperar a que alguien interesante se digne a elegirme/acercarse/invitarme/proponerme, termino siendo yo la que juega ese rol. Me ha ido bien y también mal, porque a veces los hombres, evidenciando algún resabio de machismo, se sienten amenazados por una mujer que toma la iniciativa y huyen en desbandada a los cerros más cercanos.
Pero él no huyó. Se trata de un colega periodista con el que hablé por pega una vez, y como seguimos en contacto, al final decidimos darnos nuestros messengers para comunicarnos de manera más fluida. Conversamos toda la semana pasada, y como cada vez evidenciaba ser una persona más inteligente y simpática, hice la siguiente proposición-afirmación por vía electrónica, el jueves pasado:
-Sabes? Nos tenemos que tomar un café
-Ya, perfecto!! Cuando?- dijo él
-Mmm, estoy media ocupada, pero el domingo puedo
-Perfecto! Dame tu teléfono y coordinamos
Luego del intercambio, recibí su mensaje el domingo al mediodía, estableciendo la hora y preguntando dónde íbamos. El lugar lo elegí yo: Lastarria.
Este acuerdo de juntarnos se produjo luego de una semana de conversación y ningún intercambio de foto ni referencia a nuestra apariencia.
Dato freak: El profesor con el que trabajo en la ayudantía (sí, el del abrazo luego de mi cuasi atropello), le hizo clases en la universidad, y tratando de recabar más antecedentes, me había dicho que era un tipo simpático, inteligentísimo, e igualito a Harry Potter.

¿Cómo?
Nos juntamos en el lugar indicado. Llegó 15 minutos tarde (un punto menos), pero sólo lo esperé cinco, dada mi costumbre de llegar 10 minutos después la primera vez que me junto con alguien. No es por hacerme la interesante, sino porque en promedio, es lo mismo que ellos se demoran en llegar. Pensaba encontrarme efectivamente con el mago de Gryffindor, pero en su lugar, llegó una extraña mezcla entre Jeremy Irons y Papelucho, no feo, pero abismantemente lejos de mis gustos masculinos. Dos puntos menos.

¿Por qué?
Sentados en el café, hablando de su infancia en Venezuela, de su pega desde la casa –que envidia!!!- y de los viajes que le gustaría hacer, me di cuenta que no íbamos a llegar a ninguna parte.
No fue su pinta, ni su conversación, sino su voz. Es una tontera, pero yo hablo muy rápido, y me cuesta seguir a la gente que habla dos palabras por minuto, y más encima bajito.... y bueno, él es así.
Pedimos la cuenta y nos fuimos temprano, más de lo que tenía presupuestado, y me acompañó caminando hasta la esquina de mi casa, donde él debía tomar el metro.
-Oye, gracias, lo pasé super bien- dije al despedirme
-Yo también. Pucha, juntémonos de nuevo
-Pongámonos de acuerdo- dije, pensando en que de verdad, no tengo ganas de ser ni su Lolita, ni su hermana Ji, ni su marciano ni ninguna otra co-protagonista de las historias de Jeremy o de Papelucho.
Lo bueno de todo esto es que sigo practicando, presa de un espíritu deportivo a toda prueba, el salir, conocer gente y generar que más personas entren en mi vida.

PD: Les recomiendo este buen blog acerca de las otras 5 doblevés de los periosidtas:
http://www.malaspalabras.com/dia-del-periodista/

martes, 17 de julio de 2007

Todo vuelve a la normalidad

Frijoles negros

-Mami, le pongo más caldo?
-Póngale más caldo – Dije yo, relamiéndome sobre el plato vacío en el que hace poco rato hubo una sopa de porotos negros que me zampé en un tiempo indecorosamente corto.
-Parece que te gustó, mami
-Me encantó! Demasiado bueno. Había comido porotos negros pero nunca en sopa…realmente notables
-Sí, es que soy un excelente cocinero, y además tengo sentada frente mío a la mejor inspiración. Es que tú eres un sueño de mujer, mami, eres deliciosa
-Ah si? Pero no creo que más que los porotos negros, jajajaja
-Para mí, más que todo.

14 horas antes
Lunes feriado en la noche, caminaba por la sección de verduras del supermercado buscando en qué bolsillo había puesto la lista de las compras, cuando un tipo moreno (mulato según me corrigió después), no muy alto ni muy guapo, con cara de caribeño, pasa por mi lado y me dice “mami, que bella que eres”. Yo me reí ante lo inesperado del comentario, y proseguí mis compras.
Poco después, en la sección de perfumería, probaba unos body mist cuando el sujeto se para a mi lado y me dice “mami, tu no necesitas eso, porque eres un sueño y los sueños no se perfuman”. Debo reconocer que me hizo gracia. Nos pusimos a conversar y me contó que era ecuatoriano, que estaba hace un año en Chile y que se pagaba sus estudios de informática trabajando de mozo.
-¿Y donde vives, mami?
-Cerca de aquí
-Mira, yo también…
Tras preguntarle donde, me dio la ubicación y número de mi edificio. Curiosamente vivíamos donde mismo, pero con 3 pisos de diferencia.
-Pero esto hay que celebrarlo!!!!- dijo, preguntando si prefería vino o champaña. Por supuesto escogí lo primero.
Nos tomamos la botella completa de Casillero del Diablo, conversamos de Ecuador, de la situación de los cafeteros (su familia tiene plantaciones) y de su enfrentamiento violento con el frío magallánico meridional que ha hecho en los últimos días.
Al despedirse, me invitó a almorzar a su casa (“Te voy a hacer una comida bien sabrosa, mami, frijoles negros como los preparamos en Ecuador”) y me dijo que yo era una hechicera porque lo había embrujado, que era la mujer más linda que había conocido en un supermercado (lo que sumando y restando no es tanto halago, porque no es una situación muy común que digamos), y que le encantaba mi manera de ser.
Yo sólo me reía ante su labia centroamericana un poco jote. El tipo me cayó bien, era simpático, pero cero posibilidad de nada más. En todo caso, tomé la oferta del almuerzo y la buena onda porque hace tiempo que no me pasaba algo telesérico, fuera de lo común y digno de contar, como que alguien me piropee en el supermercado, se acerque a hablarme, resulte simpático y agradable, y que coincidentemente viva en el mismo edificio que yo. Parece que después de todo, las cosas están volviendo a la normalidad, o por lo menos, a mi normalidad.

domingo, 15 de julio de 2007

Días como hoy

Algunas veces hay días como hoy, en los que me desperté extendiendo el brazo derecho, buscando del otro lado de mi cama la presencia de alguien. Mi mano rozó suavemente las sábanas blancas con líneas azules y celestes, y las encontró frías, más allá de la zona que estaba tibia por la presencia de mi propio cuerpo.
A veces hay días como hoy, en los que nos resultaría fácil tocar la cara de alguien, acariciar su espalda y rozar su cuello con nuestra sonrisa.
Hay días como hoy, en los que como muchas veces, necesitamos ese contacto cercano, más íntimo, más ligero, más cómplice.

martes, 10 de julio de 2007

El amor a sí mismo

Ayer tuve un almuerzo revelador en el amplié la máxima escolástica que asegura que el único amor que existe es el amor a uno mismo, y que en base a él (según la expansión nihilista del mismo pensamiento), cuando buscamos a alguien para que sea nuestra pareja, sólo queremos los ojos más brillantes posibles, para que nuestra propia imagen se refleje de mejor manera cuando miramos en ellos.
La versión 2.0 de este pensamiento, que todavía no sé si comparto (básicamente porque en alguna época de mi vida me enamoré perdidamente de alguien que estaba perdidamente enamorado de mí), es que en una relación, siempre hay uno que se ama a sí mismo y otro que ama a su pareja.
Esta teoría es interesante, no porque sea necesariamente cierta, sino porque en las distintas relaciones de nuestra vida, más de una vez hemos sido los que nos miramos el ombligo esperando atenciones, cuidados y mimos del otro, y también más de una vez somos los que prodigamos esos cuidados sin recibir demasiado de parte de la otra persona. La asimetría en las relaciones de pareja, que le llaman.
Esto, como dije, no es necesariamente así en todos los casos, porque hay relaciones simétricas, donde ambos son capaces de mirar más allá de sus narices y advertir al ser humano que tienen en frente, pero tampoco es menos cierto que las relaciones tienen esas asimetrías más veces de las que nosotros quisiéramos.
¿O será a caso que de todas maneras, pese a que estamos dispuestos a dar, a entregar y a enamorarnos del otro, buscamos alguien que aprecie, que sepa valorar aquello que nosotros sabemos que somos, como si buscáramos el espejo que nos devuelva una imagen más fiel de nosotros mismos? ¿Será por eso que nos encanta cuando alguien nos dice aquella palabra justa, adecuada y a tiempo, que se condice con la percepción que tenemos de nuestra propia persona?

miércoles, 4 de julio de 2007

Modernidad v/s Postmodernidad

Parece que por fin llegué al fondo de este problema. Mucho nos quejamos de que los hombres no quieren compromisos, y que al menor atisbo de interés de una mujer, huyen en desbandada y se pierden de vista.
Una de mis amigas también ha tenido dudas en estos días, porque vivió una situación calcada a la mía con el chico de corazón de alusa: todo iba bien, besos y abrazos, despedidas con “cuando nos vemos de nuevo, preciosa?” y de un momento para otro, el silencio.
Lo que al parecer explica este y otros casos es que el compromiso y la fidelidad son cosas modernas, mientras que el individualismo es postmoderno, por lo tanto, quienes quieren una relación como la gente, están buscando un elemento moderno en la postmodernidad. Así también, quienes votan por las aventuras de medianoche que no los hacen perder su individualidad, nadan en las aguas postmodernas.
Eso explica también los arranques post modernos que todos tenemos de vez en cuando, situaciones en las que por un par de días, una noche o algunas horas nos conforta la compañía de alguien que luego, con el sol arriba o transcurrido un período corto de tiempo, deja de tener interés para nosotros y seguimos por la vida como si nada (o casi nada) hubiera pasado.
Hay que ser honestos: todos hemos estado de uno u otro lado. Todos hemos tenido alguna aventura postmoderna y también, en otros momentos, nos hemos aferrado a los ideales modernos de pareja, cotidianeidad y desayuno en la cama que ella implica.
Desde marzo que yo misma estaba buscando mi equilibrio en lo moderno, pero algo cambió. Será mi oscilante movimiento entre sacerdotisa del culto no declarado a Rafaella Carrá y joven profesional que cree que cualquier hombre querría tenerla a su lado por un tiempo largo y que no se conforma con menos que eso.
Puede ser también que otra vez se cierra un ciclo en mi vida, y que vuelva a abrirse en cualquier momento, pero al parecer, la moderna necesidad de cotidianeidad va en retirada, y la postmodernidad ingresa de nuevo.