lunes, 22 de agosto de 2011

Cotidianeidad

Segundo acto: Los sobrinos

El rucio me contó emocionado, casi con la voz temblando. “El 1 de septiembre va a crecer mi familia, y no sólo porque llegas tú”.

Efectivamente, ese día aterrizo en Alemania, en mi nueva vida, en esta etapa llena de felicidad y de ilusiones, y sólo con pasaje de ida.

Pero ese día llegarán dos personas más, los hijos de la hermana del rucio. Ella espera mellizos, y le dieron hora para la cesárea el 1 de septiembre.

“Vamos a tener que irnos del aeropuerto al hospital”, le dije. Y nos abrazamos. El mismo día que llego a Alemania vamos a ser tíos”.

Tercer acto: SMS

Fin de semana de limpieza de la casa, de lavado de ropa, aspirado de piso y limpieza de baño (con la que siempre he sido cuidadosa, rayando en la manía), cuando siento un mensaje llegando a mi celular.

El rucio lavaba la loza del desayuno y yo caminé hasta la pieza, donde mi celular yacía junto a la montaña de frazadas que esperaban el cambio de sábanas en la cama, y lo abrí.

El remitente era Tobi, que lavaba la loza en la cocina. “Raro-pensé-, quizás sea un mensaje que se demoró”. Y al abrirlo todo quedó claro. Era un SMS breve, que simplemente decía “Mi amor, quieres venir conmigo a Alemania, a vivir conmigo en Konstanz? Por favor di que sí!”

Y aunque todo ha sido consensuado, aunque ya es un plan y ya está todo listo, no pude sino emocionarme. Y se me llenaron los ojos de lágrimas mientras él, secándose las manos con un paño de cocina, entró a la pieza con su sonrisa de sol y me dijo “por favor di que sí!”

Y yo por supuesto que dije que sí.

Primer acto: Lo mejor de mí

Primer lavado de ropa juntos. La vez anterior fue un poco caótica, porque al parecer el algodón de los jeans alemanes es un poco más sensible al calor, y al seleccionar el programa de mayor temperatura en la secadora, le arruiné al rucio uno de sus jeans. Encogió tanto que ni siquiera me queda bueno a mí.

Entonces esta vez bajamos los dos a la lavandería. Yo quería que él eligiera la temperatura para quedar eximida de culpas si algo pasaba. Todo iba bien hasta que volvíamos al departamento para preparar la cena, y le pedí al rucio que abriera la puerta. “No traje llaves”, me dice. Damn, yo tampoco. Estábamos afuera.

El primer intento fue emular a los ladrones o detectives que abren puertas con tarjetas de crédito. Resultado: Destrucción total de mi RedCompra.

El segundo intento, ayuda del Conserje mediante, fue utilizar una lámina de plástico, cortada de una botella de agua mineral. Sólo conseguí romperme una uña.

El tercer intento fue aquel por el que debimos empezar: Buscar un cerrajero. Y ahí figurábamos los dos, caminando por la calle con pantuflas y polera, cuando debíamos haber tenido al menos una chaqueta. El rucio me pedía perdón por no haber sacado sus llaves, y yo me reía un poco, porque al final, la situación era graciosa: Un alemán y una chilena muertos de frío, hablando en inglés y caminando con pantuflas por la calle,mientras nos sobábamos los brazos para combatir el frío.

Por suerte encontramos un cerrajero que se rió un poco de nosotros, nos acompañó al departamento y nos abrió la puerta en 5 segundos. Las mejores 10 lucas que he gastado en mi vida.

Una vez adentro, y comiendo una pizza que encargamos para terminar el día, me di cuenta que lejos de enojarme por la situación, o de poner mala cara -lo que de seguro hubiera hecho en cualquier otra compañía-, me lo tomé con Andina y traté de buscar una solución.

Y me di cuenta que por suerte, el rucio saca lo mejor de mí.



martes, 9 de agosto de 2011

Pareja normal

El ruido del ascensor me despertó. Deben haber sido las 3 o 4 de la mañana, porque estaba oscuro, pero yo tenía la sensación de haber dormido algunas horas.

Me desperté porque desde que vivo en la casa de mis papás, no estoy acostumbrada a escuchar el ruido de ascensores a medianoche, y me asusté un poco. ¿Dónde estaba?

A media luz, la pieza me pareció un poco rara. En primer lugar, por la ubicación y los cuadros, y en segundo lugar, por la TV de 32 pulgadas que vi frente a la cama, que además era de dos plazas...la mía es de una y media.

“Yo no tengo tele, ¿Dónde estoy?”, pensé.

Pero al mirar hacia la derecha me di cuenta delo que pasaba, cuando vi su perfil dibujado contra la ventana. Dormía de espaldas a mi lado, y pese a la oscuridad, pude ver la silueta de su frente, su nariz y sus labios.

El rucio está conmigo! Llegó ayer, y nos vinimos directo del aeropuerto al departamento que arrendamos juntos, cerca de Beaucheff, donde viene a trabajar por tres semanas. Está aquí, en Chile, y dentro de unas pocas horas, nos vamos a despertar juntos, a tomar desayuno y salir cada cual con rumbo a su oficina, como tantas parejas normales (esas que he envidiado durante tanto tiempo) hacen cotidianamente sin darse cuenta de la suerte que tienen.

Y por un segundo el alma me dio un vuelco, y me embargó una tremenda felicidad al darme cuenta de que todo era verdad, de que por fin él está aquí conmigo, y que si quería, podía estirar el brazo y despertarlo. Y tocarlo. Y besarlo.

Pero no lo hice. Lo dejé dormir porque de ahora en adelante, voy a poder hacerlo todos los días.

jueves, 4 de agosto de 2011

La temporada de las despedidas

Fui a ver Harry Potter con mis amigas de la Universidad, mis 2 mejores amigas de la vida. Esas que saben todo de mí y que conocen hasta la cara que pongo cuando trato de disimular que algo no me gusta.

Todas las películas de Harry Potter las hemos ido a ver las tres juntas. Es una especie de rito. Cuando éramos universitarias, Ale llegó con el primer libro del niño-mago y desde ahí, ninguna de las 3 pudo resistirse a sus encantos: nos convertimos en voraces lectoras y puntuales peregrinas a los estrenos de cada película. Siempre así, las tres juntas.

Y esta vez no podía ser diferente. Tampoco porque esta película era la última, como una especie de alegoría de lo que va a pasar en poco tiempo. Mientras estábamos en la fila, Ale, la que descubrió a Harry Potter dijo “Se dan cuenta chicas? Posiblemente esta es la última vez que vayamos las tres juntas al cine en harto tiempo!”

Y se me apretó la garganta. Ale tenía razón! Entre los preparativos de última hora del viaje, la inminente llegada del rucio, que viene a trabajar por tres semanas en Santiago-lo que me tiene hondamente feliz-, y las despedidas varias de familia, amigos no tan cercanos y gente de la oficina, probablemente las exiguas 3 semanas y media que me quedan en Chile no me den para otra salida al cine, snif!

Esa fue la primera despedida que he tenido, la del cine con las chicas. Y la disfruté a concho: Me reí con la película, lloré en la parte que Harry Potter invoca los espíritus de su difunta familia con la Piedra de la Resurrección, y aplaudí al final como uno hacía antes en el cine.

Ahora, con ésta, se abre la temporada de las despedidas.

miércoles, 20 de julio de 2011

Corazón de oro

La semana pasada almorcé con uno. Hoy, con el otro.

Ellos dos son los únicos ex con los que mantengo contacto, pese a que durante muchos años dije que yo no practicaba ese deporte.

Los dos son encantadores, y aún puedo ver en ellos aquello que me cautivó de cada uno. Pero son tan diferentes entre sí.

Uno de ellos es un tipo de bien, tradicional y emparejado hace años. Divertido y complaciente, me dejó pedir la pizza y el vino que yo quisiera, argumentando que a él le daba lo mismo y que yo era más sibarita. Se acordaba de alguno de los episodios más divertidos de nuestra relación que al parecer yo había olvidado por completo, y nos reímos demasiado de las buenas historias y de mi mala memoria. Nos prometimos vernos antes de mi viaje a Alemania, y al despedirnos, me pidió que nunca dejara de hacer lo que yo quisiera, porque ese era mi principal encanto.

El otro es un tipo más intelectual y más tímido, pero también una dulzura. Está muy cerca de irse a estudiar a Estados Unidos con su pololoa-futura-señora, y viendo las posibilidades de pegas para cuando regrese a Chile. Con la guata un poco apretada, pero nunca dando puntada sin hilo.

Con él hablé de estudiar fuera, de mi viaje, de mis expectativas, de mis sueños y sus sueños, que hace años ya no eran sueños comunes. La conversación fue mucho más del futuro que del pasado, y fue demasiado bueno sentir que me entendía en muchos de mis pensamientos sobre el Master en Alemania y la nueva etapa de la vida que voy a iniciar. Tal vez no teníamos tanto en común, pero él siempre me entendió bien.

Los miro a los dos, y pienso en el rucio. ¿Qué tienen en común estos tres seres? Probablemente, sólo una: un corazón de oro que en cada uno, y en su estilo, me cautivó en algún momento de mi vida.

miércoles, 13 de julio de 2011

Un día normal con el rucio

Sueño con tener un día normal con el rucio.

Despertar juntos en la cama y escuchar su “morning, kitty”, que siempre me dice mientras se estira como gato y trata de hacerme cosquillas (todavía no puede entender que yo no tenga cosquillas), y besarnos antes de saltar a la ducha y empezar el día.

Hacerle el café mientras él tuesta el pan y pone la mesa, y tomar desayuno juntos, hablando de cualquier cosa.

Salir juntos de la casa y despedirnos en la esquina. Si ando juguetona podría incluso darle un agarrón furtivo, sólo para que se escandalice un poco y yo me ría de él.

Llegar a la oficina y trabajar sabiendo que en cualquier momento llegará un mensaje de celular o un mail breve, deseándome buenos días y contándome alguna copucha de oficina.

Volver a la casa y esperarlo llegar, para cenar juntos, riéndonos, y tomando una copa de vino. Llevarnos un chocolate a la cama y ver por milésima vez algún episodio antiguo de X-Files o una película de ciencia ficción de esas antiguas que nos encantan.

Que el rucio se quede dormido como suele hacer mientras ve TV, con su cabeza apoyada en mi brazo y mi mano tomada con la suya. Que despierte como siempre, cuando yo apago la tele y me acurruco a su lado. Besarle las pecas del hombro y del cuello y cerrar los ojos sintiendo su olor, sintiendo su calor y su respiración.

Nada rimbombante, nada fuera de lo común, pura cotidianeidad y calor de hogar. Sueño con tener un día normal con el rucio.

lunes, 11 de julio de 2011

8 semanas y contando

Mi pasaje sólo de ida ya tiene fecha: dentro de 8 semanas.

Tengo 8 semanas para despedirme de la gente que quiero y de la ciudad donde he vivido toda mi vida. De hecho, esquemática como soy, tengo una especie de lista de las cosas que tengo que hacer en estas 8 semanas:

  • Visitar a tíos y abuelos que no veo hace tiempo
  • Juntarme todo lo que pueda con mis amigas, esas hermanas que uno ha elegido en la vida y que seguirán en la mía para siempre
  • Caminar un domingo sola por la ciudad, para llenarme la piel del invierno de Santiago
  • Quedarme un fin de semana en cama con mi hermana, viendo tele y comiendo cochinadas
  • Salir a bailar tango con mi mamá, y pagarle sus tragos. Idealmente, volver ambas algo ebrias a la casa.
  • Comer toda la palta y el pescado que pueda. De las cosas que me gustan, es lo único que o no es de buena calidad, o es exorbitantemente caro en Alemania.
  • Vivir el aquí y el ahora.
  • Organizar una despedida apoteósica, con comida rica, mucha gente, vino y vodka , mucho baile y abrazos de todos. Los buenos deseos de los que quiero son mi combustible.

Ayer le dije al rucio que sé que esta etapa de mi vida va a ser compleja, que nadie nunca me dijo que vivir fuera del país era fácil, pero creo que si uno lo entiende de antemano, carga baterías antes de partir y le pone el corazón al asunto, nada puede salir mal.

8 semanas. 8 semanas y contando…

martes, 28 de junio de 2011

No quiero tentar a Murphy

Miro cuidadosamente hacia los dos lados de la calle antes de cruzar, desde que mi amigo Prometeo me dijo que Murphy se ensaña con la gente feliz, a la que todo le resulta.

Ha pasado tanto tiempo desde ese momento en el que casi a medianoche, y en la cubierta del ferry que une Meerburg y Konstanz, le dije al rucio que me quería ir a vivir con él y a estudiar a Alemania. Eso fue en agosto del 2010, en mi primer viaje a verlo, y ahora, a casi un año de ese momento, todo está casi listo para mi viaje.

El rucio accedió a este plan loco, y pese a que dudó un poco al principio, ahora está completamente convencido, y cada día me da más señales de que esto es realmente lo que él quiere, por primera vez en la vida. Yo aprobé el TOEFL, postulé y fui aceptada en el postgrado en inglés que quería, en la misma universidad donde él trabaja. Mi jefa me apoyó con todos los días libres que necesitara para mis trámites de la visa. El rucio acaba de encontrar el departamento donde vamos a vivir: es precioso y queda en Allmannsdorf, una parte de la ciudad de Konstanz que está rodeado de bosques y que queda a 10 minutos de la Universidad. Y yo ya reservé un pasaje sólo de ida para el 31 de Agosto. Mi vida es un sueño!

Ha pasado casi un año desde esa conversación que lo cambió todo. Yo sabía que me lo jugaba todo y no era poco, pensando que llevábamos sólo 5 meses juntos. Pero sabía que el corazón le habla a uno tan pocas veces en la vida, que uno tiene que hacerle caso. Al final, todo ha salido de maravilla, y no hay nada que haya opacado este año de planes y arreglos para esta nueva etapa de la vida que vamos a iniciar.

Muchas veces en este tiempo he sentido que todo va a salir perfecto, que no tengo que preocuparme de nada, porque en alguna parte del Universo todo está resuelto a mi (nuestro) favor.

Por eso, miro la calle hacia los dos lados antes de cruzar. No quiero tentar a Murphy.

viernes, 10 de junio de 2011

Ojos de avellana

Hoy me di cuenta de que el rucio tiene los ojos color avellana. Es un color especial, un poco más oscuro que el clásico color miel, pero que sigue dentro de la gama de los cafés-amarillos.

Me acordé porque vi una foto suya en la que el sol le daba directamente en los ojos, y pese a su ceño fruncido, se podía ver claramente la pupila.

Quizás cuántas veces me miró a los ojos sin que yo me diera cuenta exactamente del color que eran, porque pensaba que eran color miel. Qué vergüenza. La próxima vez que lo mire, voy a pensar en eso, en avellanas.

La próxima vez que lo mire va a ser en el aeropuerto de Santiago: El rucio llega la segunda semana de Agosto. Y va a ser maravilloso, porque una semana después de que él vuelva a Alemania, yo me voy a empezar el master, en el que a estoy formalmente aceptada.

La próxima vez que lo mire vamos a estar jugando los descuentos para vivir juntos, para iniciar una nueva vida, una aventura loca que partió bajo las estrellas de Punta Choros y con el sabor de boca del Merlot Reserva de la villa Errázuriz.

Me va a encantar amanecer cada mañana y mirar esos ojos color avellana.

miércoles, 8 de junio de 2011

Caminar. Respirar. Estar.

Quiero caminar por la ciudad. Por mi ciudad.

Por esos rincones donde alguna vez me tomé un café con la gente que quiero, donde besé a alguien o donde esperé con mariposas en el estómago a uno de los tantos que por antonomasia, me han ayudado a ver lo bacán que es mi rucio.

Quiero caminar por las calles que alguna vez caminé, pensando, mirando los edificios, con Sabina o Drexler cantándome al oído. O que quizás caminé con mi paso rápido, apurada, yendo hacia otro lugar, viendo sin mirar lo que me rodeaba.

Quiero mirar. Quiero respirar.

Inversamente proporcional, como siempre: conforme falta menos tiempo para irme, más apego siento hacia la ciudad, ese ente, constructo abstracto de calles, edificios, plazas, cafés, rincones. Ese todo que es más que la suma de sus partes. Santiago. Siempre me ha sonado una palabra dulce.

El invierno es perfecto, frío y con esa luz pareja y de poco brillo que hace que las fotos salgan tan bonitas.

Caminar. Respirar. Estar.

martes, 24 de mayo de 2011

Invierno en Santiago

Ayer, después de la oficina, caminé por la ciudad. Con los guantes en la mano, el mentón hundido en la bufanda y el aire frío en la cara y el pelo. Como una caricia, como una promesa.

Caminé por lugares que hace tiempo no recorría, buscando impregnarme de ese mar de luces, oscuridad y hojas que se movían por el viento.

El frío. Me encanta que haga frío. Me recuerda esa película preciosa “Los amantes del círculo polar”, donde una pareja enamorada comprueba lo indeleble de la marca del amor en sus vidas, que casi es una predestinación.

En una de las escenas memorables, Ana, la protagonista, dice que le encanta que haga frío, porque las cosas pasan más rápido. Y yo creo lo mismo.

Caminé por la ciudad pensando en mi último invierno en Santiago, con frío y viento y árboles de hojas temblorosas y vendedoras de bufandas en las esquinas y parejas caminando rápido en la calle.

Caminé pensando que extrañaría este invierno, esta ciudad de luces, esta sensación de respirar profundo y sentir cómo el aire frío me llena los pulmones.

Caminé y me sentí un poco Ana, esperando que las cosas que tienen que pasar pasen rápido, muy rápido.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Tengo

Tengo pena.

Tengo nostalgia. No quería volver.

Tengo el cuerpo y los labios llenos de besos de mi rucio, que me van a durar dos meses y medio, justo el tiempo que debemos esperar para vernos de nuevo, porque viene a Chile en Agosto.

Tengo un nuevo timbre en mi pasaporte: el avioncito y las estrellas de la Unión Europea en tinta bicolor, indicando mi salida del espacio Schengen el 8 de mayo.

Tengo desadaptación climática después de haber tomado el avión en Zurich a 31 grados y haber aterrizado en Santiago de Chile, 18 horas después, a 8.

Tengo estrés postraumático luego de mi aterrizaje forzoso en la pega, en Santiago con tacos y horas punta, con una hora de viaje entre mi casa y mi oficina, y con gente hostil que no trepida en pegarle un codazo a quien sea por subirse al metro primero.

Tengo la mitad de mi ropa en cajas plásticas, en la casa del rucio, esperando que la otra mitad –la de invierno- complete mi closet alemán en septiembre.

Tengo la mitad de mis ahorros –con los que pagaré todo el postgrado y mi seguro de salud-guardados en una caja de mentitas en el segundo cajón del escritorio del rucio.

Tengo ilusión, esperanza, tengo el corazón puesto en el futuro, porque vi durante dos semanas el tráiler de lo que será mi vida en Alemania, y ahora sólo quiero que estrenen la película!

Tengo un pololo increíble que se despierta antes de que suene el despertador para mirarme dormir y que se llenó de orgullo porque pude andar sola en micro, comprar ropa, ir al super y pasear por la ciudad sin hablar una palabra de alemán.

Tengo una suegra y un suegro que me adoran y que están felices de que me vaya a vivir con su hijo, y una cuñadita cómplice que hasta peló a la ex polola del rucio conmigo.

Tengo tanta suerte, por la cresta!

viernes, 15 de abril de 2011

40 Euros

40 Euros me cobra Iberia por llevar una maleta extra de 32 kilos. Una maleta donde irá toda la ropa de verano que no volveré a usar hasta la próxima estación estival, que me sorprenderá en junio del 2012 en Alemania. Desde ahora, tendré un año de invierno, y por eso la ropa liviana no la volveré a necesitar en Chile, así que me la llevo y la dejo allá.

Esta será la prueba definitiva de que tengo un pie acá y otro allá (no quiero pensar qué pasará si este último Septiembre es caluroso en Chile).

40 Euros a cambio de los que podré transportar ese bikini negro que me regaló mi mamá, que milagrosamente oculta el rollo de mi cadera y me hace ver con algo más de “retaguardia” de lo que realmente tengo. Una ilusión óptica, claro está, pero que me encanta!

40 euros que me permitirán llevar los vestidos cortos de tiritas que usé el verano pasado, y ese vestido café que me encanta, con corte imperio y doble escote: el de adelante es bien pronunciado, y el de la espalda llega casi a la cintura.

40 euros por llevar las chalas, las faldas largas modelo años 50 y las poleras de un solo color que combinadas con jeans o pantalones, te hacen una facha un poquito más elegante y sin necesidad de morirse de calor.

Por 40 euros podré llevar los pijamas de verano, esas camisolas de satín cortitas que compré una vez en una liquidación de Lider a $2.990 cada una, y que de verdad parecen toda una inversión.

Por los 40 euros además voy a aprovechar de llevarme las pocas posesiones materiales de las que no me despegaría por nada del mundo: mi colección de imanes de refrigerador, con los que llenaré de color y alegría el refri que compartamos con el rucio; los libros de cuentos que mi mamá me leía cuando chica, y que yo le leeré a mis sobrinos alemanes, hijos de la hermana del rucio, que están por nacer (espera gemelos para Octubre); y mi música y mis películas fundacionales. Con la música no fue tan complicada la elección, pero para una cinéfila como yo fue como tener que elegir entre los propios hijos cuando decidí cuáles pelis se iban conmigo y cuáles no.

Es heavy pensar en el precio de las cosas: 40 Euros me va a costar llevarme la mitad de mi ropa (y la mitad de mi vida) como cuadrilla de avanzada de mi cambio de país.

viernes, 1 de abril de 2011

Hace un año (gracias)

Hace un año no te conocía, rucio.

Hace un año, había arrendado mi departamento y empezaba a juntar plata para estudiar un postgrado en España.

Hace un año me sentía menos linda, menos interesante, menos querible.

Hace un año no tenía fotos en mi billetera, ni cuenta de Skype, ni plan de llamadas internacionales en el celular, ni tarjeta de viajero frecuente en Iberia, ni maletas grandes, ni ropa interior sexy.

Hace un año jamás me hubiera imaginado enamorarme hasta las patas, y a primera vista, de un hombre que no hablaba español. Y menos que él también se iba a enamorar de mí a primera vista.

Hace un año me habría reído si alguien me decía que terminaría estudiando en Alemania un postgrado en inglés, porque cambié mis planes para estar junto al hombre del que me enamoré. Me habría reído a carcajadas.

Me contaste que hace un año estabas un poco resignado, pensando que quizás ese cuento de la media naranja era mentira, pero esperando a ver si la vida te hacía cambiar de opinión.

Hace un año tenías tu vida tranquilamente resuelta: durante la semana, un trabajo que adoras, pizza hawaii los viernes en la noche, nadar o correr en el bosque los sábados en la mañana, ver series de los ´70 los domingos, acostado hasta tarde.

Y hace un año llegué yo a tu vida, a desordenarte la rutina y la tranquilidad.

Hace un año llegaste a mi vida, para mostrarme que los planes siempre pueden ser flexibles, y que cuando el corazón te dice algo, uno no puede sino escucharlo. Y el mío me dijo “Bárbara, parece que éste es el que habías estado esperando”.

Gracias rucio. Gracias por todo lo que me has dado en este año. Y gracias de antemano por todo lo que me vas a dar en los años que vienen.

viernes, 25 de marzo de 2011

Babel


¿Qué tienen en común un vendedor por Internet en China, que no habla ni español ni alemán, un investigador universitario en Alemania que no habla español y una periodista en Chile que no habla alemán, a parte de comunicarse en inglés?

No, no se trata del último guión cinematográfico de Alejandro González Iñárritu, el genio contemporáneo de las historias entrecruzadas, y que dirigió Amores Perros y 21 Gramos. Aunque sí, la historia sí le lleva algo de Babel.

Todo partió porque el rucio empieza su nuevo trabajo la próxima semana, y yo, como la buena polola a la distancia que soy, quise comprarle un regalito para que empezara con el pie derecho y supiera que lo estoy apoyando en este proceso.

En Ebay, mi nuevo mejor amigo, encontré un “note holder”, algo así como un perro de ropa con un alambre y una base, para sostener recaditos y fotos, ideal para oficinas. U$3.99, despacho desde China gratis a todo el mundo. Era todo lo que yo necesitaba.

Compré y me contacté con el vendedor para hacer el pago. Le di mi número de tarjeta de crédito chilena, el nombre y la dirección de despacho en Alemania, y la nota extra que uno puede incluir en el envío, que decía “Honey, I send you this small gift to help you in holding your daily tasks at your new job, I love you very much! Your kittycat”.

El vendedor me respondió enviando por mail el comprobante de la transacción, e iniciando una amena conversación en la postdata: “ You know I'm so curious about your story.One in Germany and the other in Chile,how could this happen.I think it must be amazing story :-)”

Y yo le conté todo. La primera vez que lo vi y el flechazo brutal que sentimos. El viaje a Alemania. El año nuevo en Chile, mi próximo viaje a Alemania. El master que voy a estudiar y lo seguros que estamos de este paso loco y romantiquísimo que estamos a punto de dar.

Y el vendedor por Internet en China recibió la historia de amor de la chilena loca y el investigador alemán que recibiría el “note holder” como regalo.

Y la chilena loca que escribe este blog recibió el siguiente correo: “This kind of story makes our job noble and meaningful! We join people with a humble merchandising shipping! I Wish you a world of happiness and love as all your dreams come true. I will share your happiness you had has and will experience.There is saying in China "Happiness doubled if it is shared".

Y sí. Parece un guión de Alejandro González Iñárritu.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cosas que no voy a extrañar de Chile, segunda parte: Los cajeros automáticos sin plata

Llegué corriendo al cajero: iba tarde para mi clase de inglés, que debía pagar al terminar, y por supuesto, no tenía plata. Encontrar más de mil pesos en mi billetera es digno de una medalla: no me gusta cargar con efectivo. Mientras tenga mi Bip! y mi mejor amiga (que se llama Visa y tiene una palomita holográfica en la superficie), todo bien.

Haciendo malabarismo con los dos tirantes de la cartera, la bolsa con los “tapper” de mi almuerzo y el bolso que me compré para acarrear el libro de inglés (que parece una biblia y pesa como un ladrillo), saqué la billetera y extraje la tarjeta de Redbanc.

Que el cajero la lea es otro cuento: Está tan carreteada que los cajeros más nuevos (Esos del BCI donde hay que retirar la tarjeta antes de empezar a operar), no me la leen porque son más sensibles. La banda magnética se parece más a la huincha de pólvora de las cajas de fósforos que a una tarjeta decente. El problema es que en el banco me cobra $1.290 por reemplazarla "por fatiga de material", y darla por perdida me cuesta más caro (como $3.000), así que me niego a pagar mientras pueda operar en un cajero antiguo y menos sensible.

Metí la tarjeta en la ranura y una vez que la reconoció (aleluya!), seguí las instrucciones. “Ingrese su clave”. Tecleé sobre los botones. Seleccioné “Cuenta corriente”, “Giro”, “Otro Monto”, y volví a teclear la cifra que quería. Siempre hago esto, porque me gusta escribir la cantidad de plata que necesito y no seleccionar las alternativas que me da el menú, bien ordenaditas y en múltiplos de 10 mil, no sé por qué.

“¿Desea impresión del comprobante?”. Selecciono que no, por supuesto. No estoy en condiciones psicológicas de conocer las dimensiones de mi sobregiro, producto de las clases de inglés. No me sobregiro nunca-nunca, pero este mes entre la inscripción para el TOEFL y el pago de mis clases me tiene pidiéndole al cajero que no me extienda el recibo de mi operación, como si con eso pudiera no cavar un poco más profundo en el agujero de mi línea de crédito.

Y entonces, solo entonces, después de todo este proceso, el cajero se digna a contarme que en el fondo, está como yo: sin plata. En la pantalla aparece un mensaje que me cuenta que “en este momento no es posible realizar giros desde este cajero automático”.

¿Y por qué cresta no parte por ahí? Me hace meter mi tarjeta, digitar mi clave, decirle que quiero que me de plata, ingresar cuánta plata quiero, y pedirle que no me muestre la magnitud de mi catástrofe financiera. Cinco pasos totalmente inútiles!

Podría habérmelos ahorrado diciendo que no tenía plata cuando seleccioné la opción de giro. ¿Quién programa la secuencia de estas máquinas infames? Ahora tendré que correr a otro cajero de los antiguos antes de ir a mis clases!

Segunda cosa que no voy a extrañar de Chile: los cajeros automáticos sin plata.

lunes, 7 de marzo de 2011

Cosas que no voy a extrañar de Chile, Primera parte: El metro lleno en hora punta

Me subí al metro después de todo el mundo, porque no estoy dispuesta a pegar un codazo o a que me peguen uno, solo por alcanzar un asiento. Siempre me ha impresionado el efecto de la hora punta sobre la gente.

Quedé parada junto a la puerta del fondo, la que no se abre dado que mira hacia la línea. Al cabo de unas pocas estaciones, el vagón parecía una lata de sardinas: yo luchaba por mantenerme afirmada del pasamanos, por sacarme de la cara el pelo de la señora que iba parada delante de mí, y porque no me pisara el adolescente que estaba parado a mi lado, con unas zapatillas gigantes y escuchando walkman a volumen de discoteca.

De repente, sentí que me faltaba el aire, y mi visión empezó a nublarse: miles de puntitos blancos se empezaron a interponer entre mis ojos y el letrero de la estación Gruta de Lourdes, que estaba mirando por la ventana. Lo último que vi a través de los puntitos fue cómo mi mano se soltaba del pasamanos, en contra de mi voluntad. En lugar de un "blackout", fue un "whiteout".

Desperté un par de segundos después, porque sólo habíamos avanzado una estación. El metro estaba tan lleno que no alcancé a tocar el suelo: estaba afirmada por la espalda de un señor, y por el costado, la señora del pelo en mi cara me sostenía con ambas manos.

El despertar fue plácido, así como cuando uno despierta de una siesta en verano, en una habitación llena de sol. Pero cuando me di cuenta de lo que había pasado, me asusté y me puse nerviosa.

-¿Estás bien? ¿Te sientes bien? ¿Estás mareada?
-¿Estás embarazada? - Me preguntaban todos.

Una señora que estaba al medio del pasillo me llamó porque alguien me había cedido su asiento.

Caminé aún asustada y me senté. Otra señora me alargó la mano con lago que a primera vista no distinguí, “es un dulce”, me dijo ella. Y lo tomé, le saqué el envoltorio y me lo comí. El azúcar en el sistema comenzó a hacer efecto y de a poco me sentí mucho mejor.

Tres estaciones después me bajé del metro, aún un poco aturdida por el desmayo. Nunca antes en la vida me había pasado algo parecido.

El metro en hora punta, una de las cosas que de seguro no voy a extrañar cuando esté en Konstanz, Alemania, una ciudad pequeña, con no más de 15 mil habitantes, y sin metro!

viernes, 4 de marzo de 2011

Comer, vivir, amar

En mi niñez y adolescencia fui la gordita simpática del colegio, y la matea. Larousse, me decían, por lo sabihonda y los kilos extra.

Me reía por las tallas que me tiraban cuando en el fondo me cargaba ser gordita. Popular nunca fui, pero por suerte el amor nunca me fue esquivo.

Cuando entré a la Universidad bajé 8 kilos en un semestre, entre el stress y la correría de una clase a otra sin tiempo para comer, y me puse grave. Me paseaba por el patio de la facultad con dos (no uno!) libros de Milan Kundera debajo del brazo, sintiéndome superior por ser una chica C3 que se ganó una beca, a punta de esfuerzo, en la mejor universidad del país. Ahora me doy un poco de risa, la verdad.

En ese tiempo terminé con mi pololo de toda la Enseñanza Media para empezar a pololear con el que sería el pololo de toda la Universidad, quien como yo, se paseaba por el patio de la Facultad de Ingeniería con un par de tratados de álgebra, sintiéndose también un poco superior. Two of a kind, dicen los gringos.

Cuando terminé la Universidad terminé con este pololo –me terminó él, para ser honesta -, y volví a bajar de peso. Entre el nudo en la garganta, las lágrimas y las puteadas que le eché, bajé como 4 kilos en un mes. Después me fui a Perú a estar lejos y recuperar algo del peso perdido a punta de ají de gallina y causa limeña.

Después vino un tiempo nebuloso: algunos pinches, algunos pololos, nada muy serio. Subidas y bajadas de peso nada dramáticas pero sí muy constantes, hasta que igual que mi ánimo, alcanzó un punto de equilibrio cerca de los 25 años, cuando me compré un depto y me fui a vivir sola.

Ahí hubo algunas relaciones más importantes, pero nada prometedoras. 5 años se me pasaron como un suspiro, estudiando un par de diplomados y un Magíster, y usando la misma talla de pantalón. Cumplí 30 y sentí que era joven, que me iba bien en la pega, pero que salvo mi familia, no tenía nada que me atara a Chile. Y me sentí libre y se me ocurrió la loca idea de irme a estudiar al extranjero.

Y mientras más lo pensé, más lógico me parecía, así que arrendé el depto, me fui a vivir donde mis papás para ahorrar plata, y escogí España como destino. Incluso tenía un Master en la mira.
Y justo en ese momento, cuando sentí que todo lo tenía armado y decidido, que el camino era claro y sólido, apareció él. El rucio. Y todo se desordenó, voló por los aires pero encajó perfecto al caer, con las nuevas piezas del rompecabeza s: él adora Alemania, y yo estaba pensando en irme de Chile a estudiar fuera. Nos enamoramos violentamente y sin remedio. Una relación a distancia no resiste más de un año. Alguien tiene que jugársela. Y como saben, me voy a estudiar a Alemania a fin de año.

Hoy mi jefa me dijo que estoy más flaca, y parece que es verdad: los pantalones de años anteriores me piden cinturón. Y claro, si reflexiono, entre la pega, los trámites para la visa, la postulación y el próximo viaje que haré a Alemania para verlo, ando corriendo y tengo poco tiempo de comer.

Quién sabe, quizás en Alemania tendré ocasión de recuperar parte del peso perdido, a punta de Pumpernickel (un pan de centeno que me encanta), comidas deliciosas y repostería.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cumpleaños/Mudanzas/Sincronías

Estoy de cumpleaños el 26 de Marzo, y siempre he sido de la idea de celebrar el mismo día. Memorables carretes se hicieron en mi departamento un día lunes o martes hasta altas horas de la madrugada, para conmemorar esa importante fecha, y este año, cuando por primera vez cae sábado desde hace mucho tiempo, celebraré mi último cumpleaños en Chile.

Quiero que vayan todos: mi familia, los más amigos, los conocidos también. Quiero que esté lleno, que me canten el cumpleaños feliz a voz en cuello y soplar mis 31 velas pidiendo un solo deseo (no necesito más): confirmar el buen presentimiento que tengo con mi viaje “one way” a Alemania. Quiero bailar como Rafaella Carrá hasta que se me hinchen los pies, y terminar llorando, a las 5 de la mañana, abrazada a mis amigas y con unas copas de más, porque no nos vamos a ver en un buen tiempo.

Mientras eso sucede en este lado del mundo, en el otro hemisferio mi rucio se estará cambiando de casa: Ya contrató la mudanza que se llevará “todos nuestros muebles”, como me dijo él, al garage de sus papás, mientras escogemos una casa para vivir juntos.

Se llevará el comedor, el closet, la lavadora, la cama. Todos sus archivadores donde igual que yo, pone los comprobantes pagados de las cuentas del agua, el teléfono, la luz. También el archivador rojo, ese donde guarda las cartas de amor que le mando por correo. Su ropa, sus zapatos y sus películas, cargadas al Filme Noir, la ciencia ficción de los 70 y las colecciones completas del Capitán Futuro y Star Trek. La bicicleta que “recuperó”, como dice él, hace varios años, cuando aún estaba en la Universidad, y que literalmente se robó de vuelta, luego de encontrarla estacionada en el Campus un par de días después de haber sido víctima de un hurto.

Más que en las coincidencias, creo en las sincronías. Creo que no fue casualidad conocer al rucio y enamorarme de él, sino que tenía que pasar. Y creo que ahora, yo empezando un nuevo año de mi vida y él embalando sus cosas para el cambio de casa, en el mismo momento, enganchamos en una sincronía para empezar nuevas etapas juntos.

viernes, 11 de febrero de 2011

Los chinos

Ayer, después de la oficina, pasé a comprar comida china. Era tarde y yo tenía una mezcla de cansancio por un día lleno de cosas, hambre, debido a mi almuerzo poco abundante, y frío, por culpa de esta lluvia inusual que tanto me recuerda al verano alemán.

Entré al pequeño restaurant sólo para llevar, que queda a unas pocas cuadras de mi casa. En él tres chinos que al parecer eran el abuelo, el padre y el hijo, conversaban en su idioma.

El más viejo de los tres estaba sentado en la caja, y los otros dos, acomodaban cajas de carne y pollo en la cocina.
-¿Qué se va lleval?-me dijo el abuelo, con una sonrisa
-Un chapsui de ave y un arroz chaufán-le dije
-Tles mil tlesiento peso-me dijo él.
Despreocupadamente, saqué un billete de cinco mil de mi billetera, y se lo pasé
-¿Tiene tlesiento?-me dijo
Y mientras buscaba en mi billetera contando las monedas de diez y de cincuenta para llegar a la cifra, me sorprendí de la habilidad del chino para conocer la plata chilena, siendo que por cómo hablaba español debía estar hace poco en el país.

Mientras le pasé los trescientos pesos en monedas, le pregunté
-¿Hace cuánto que está en Chile?
-Sei mese-me dijo- Hijo tlabaja aquí y mandó buscar

Desde adentro de la cocina, el chino adulto asomó la cabeza y me sonrío
-Mucho tlabajo en Chile, papá vivía solo en China, así que tenía que venil- dijo con un mejor español.
-Chapsui pollo y aló chaufá-le dijo el abuelo, repitiendo mi orden

Entonces el adulto le habló en chino al joven, quien le contestó en el mismo idioma.
-Hijo no habla nada- me contó el padre- Llegó una semana
-¿Cómo se vienen a Chile si no hablan nada? ¿Cómo lo hacen con la plata?-le pregunté sorprendida
-Plata fácil- dijo el abuelo mientras me pasaba los dos mil de vuelto-Español aprende. Familia ayuda.
-Sí, plata e fácil. Y en Chile la gente no estafa a chino. Uno tlabaja aquí, hace sus “lucas”-me dijo el adulto.

Entonces, desde la cocina, salió el hijo: no tenía más de 20 años, usaba lentes, era gordito y parecía un poco tímido. Me pasó dos cajas de aluminio con mi pedido e hizo una breve y rápida reverencia, como se estila en oriente. Yo hice lo mismo al recibir mi comida, y él me sonrió.

Me despedí amablemente de los chinos y caminé hacia mi casa pensando en lo valientes y aperrados que eran ellos: se vienen a un país casi sin saber el idioma a instalar pequeños negocios que les permitan prosperar y traer a su familia para ayudarlos.

Y pesné también que cuando yo me fuera a Alemania tenía que ser igual de aperrada que ellos, confiando en que aprenderé el idioma y en que mi familia –es decir, el rucio- me va a ayudar. Creo que en el futuro me acordaré muy seguido de estos chinos emprendedores.

lunes, 10 de enero de 2011

Vacaciones con el rucio

Tercer acto: El aeropuerto

Siempre me juro que no de nuevo, pero lo vuelvo a hacer. Las despedidas en los aeropuertos son una mezcla tremenda entre la pena de dejar ir a quien uno no quiere que se vaya, y la sensación de que todo el mundo te mira porque no pudiste evitar llorar.

Esa misma mañana, cuando nos despertamos, el rucio me pidió que lo abrazara y me dijo que no se quería ir. Entre risas, yo le ofrecí una solución: Llamar a mis próximos arrendatarios, que llegan dentro de un par de días y decirles que mi departamento ya no está disponible, escribirle a su jefe en Alemania y decirle que su polola sudamericana lo va a secuestrar de manera indefinida –lo que suena bastante verosímil siendo Chile una especie de república bananera en el imaginario colectivo del alemán promedio-, y mantenernos con lo que gano en mi trabajo. El rucio también se rió y me preguntó si le devolverían la plata del pasaje que ya tenía comprado para esa misma tarde.

En el aeropuerto, me miró con sus ojos preciosos, me sonrió y me dijo “last kiss, honey”, y me besó con el alma. Con una pena negra, lo vi cruzar la puerta de migración del aeropuerto de Santiago, y ubicarse al final de la larga fila para los rayos X de su equipaje, y los trámites de migración.

Y lo miré. Ahí estaba, inalcanzable a mis besos. Mirándome y sonriéndome, agitando la mano y dibujando un corazón con los dedos como yo le había enseñado en Agosto, en el aeropuerto de Frankfurt.

Ahí estaba ese hombre que tiene mil defectos, pero el corazón más bueno que he visto en toda mi vida. Ahí estaba, despidiéndose de mí, el hombre que me va a recibir en Alemania dentro de un par de meses, para mis próximas vacaciones. Ahí estaba, perdiéndose de mi vista, el hombre que me dijo que yo no me preocupara por nada, y que él se hacía cargo de buscar un departamento para nosotros en Alemania para mi viaje definitivo, ese en el que uno compra sólo un pasaje de ida, a fines de este año.

Y cómo no iba a llorar.

Segundo acto: Año nuevo en Valparaíso

Desde la terraza del hostal, con la champaña en la mano y dos copas en la otra, el rucio me miró con esos ojos preciosos que tiene, mientras su cara se iluminaba con los fuegos artificiales de la bahía.

“Happy New Year”, y salté a sus brazos, lo abracé y lo besé bien besado, para que el año que acababa de empezar estuviera lleno de más besos.

Y abrió la champaña, me sirvió una copa y mientras aún se escuchaban los fuegos artificiales y el cielo se encendía de azules, rojos y amarillos, el rucio me dijo que estaba feliz, porque terminaba un gran año, que aunque había sido difícil, fue también excelente, porque nos habíamos conocido y enamorado. Además, me dijo que estaba muy emocionado porque empezaba el 2011, nuestro año, el año en el que teníamos tantos planes y en el que nos íbamos a ir a vivir juntos en Alemania.

Y lo miré, y sólo pude besarlo y abrazarlo mientras le daba las gracias por todo lo maravilloso que me ha dado, mientras por sobre su hombro vi cómo el último fuego artificial iluminaba toda la bahía.

Primer acto: Ese beso que esperó 4 meses

Me temblaban las rodillas mientras lo esperaba. El tablero decía que el vuelo estaba arribado, pero pasaban 15, 20, 30 minutos y mi rucio no aparecía.

Espiando la etiqueta en las maletas de la gente que iba saliendo, todos eran del vuelo de Air France en el que venía mi rucio, pero él no salía.

Rodillas temblando.

Y de repente, 45 minutos después, se abrió la puerta y lo vi a lo lejos, detrás de dos mochileros con equipajes enormes y de una señora que le preguntaba algo a un guardia.

Mil mariposas subiendo por mi estómago hasta mi garganta.

Agité la mano, salté, y creo que grité “Tobi, Tobi!” (La verdad no me acuerdo bien). Lo que sí recuerdo es que corrí, mientras él corría hacia mí, hasta que nos abrazamos fuertemente. Y entonces, me besó, con ese beso que llevaba cuatro meses esperando, con ese beso fabuloso que más que beso es una comunión.

Y se me olvidó todo: el tiempo, el espacio, el calor, las rodillas temblando y el guardia del aeropuerto que nos decía que saliéramos de la zona de salida de los pasajeros que venían llegando, porque estábamos haciendo taco.

Después de besarme, el rucio me tomó la cara, me miró y me dijo “te amo”, así en español, mientras yo sentía cómo se me derretía el alma, y mientras el guardia seguía diciéndonos que teníamos que movernos de la zona de salida.