lunes, 22 de agosto de 2011

Cotidianeidad

Segundo acto: Los sobrinos

El rucio me contó emocionado, casi con la voz temblando. “El 1 de septiembre va a crecer mi familia, y no sólo porque llegas tú”.

Efectivamente, ese día aterrizo en Alemania, en mi nueva vida, en esta etapa llena de felicidad y de ilusiones, y sólo con pasaje de ida.

Pero ese día llegarán dos personas más, los hijos de la hermana del rucio. Ella espera mellizos, y le dieron hora para la cesárea el 1 de septiembre.

“Vamos a tener que irnos del aeropuerto al hospital”, le dije. Y nos abrazamos. El mismo día que llego a Alemania vamos a ser tíos”.

Tercer acto: SMS

Fin de semana de limpieza de la casa, de lavado de ropa, aspirado de piso y limpieza de baño (con la que siempre he sido cuidadosa, rayando en la manía), cuando siento un mensaje llegando a mi celular.

El rucio lavaba la loza del desayuno y yo caminé hasta la pieza, donde mi celular yacía junto a la montaña de frazadas que esperaban el cambio de sábanas en la cama, y lo abrí.

El remitente era Tobi, que lavaba la loza en la cocina. “Raro-pensé-, quizás sea un mensaje que se demoró”. Y al abrirlo todo quedó claro. Era un SMS breve, que simplemente decía “Mi amor, quieres venir conmigo a Alemania, a vivir conmigo en Konstanz? Por favor di que sí!”

Y aunque todo ha sido consensuado, aunque ya es un plan y ya está todo listo, no pude sino emocionarme. Y se me llenaron los ojos de lágrimas mientras él, secándose las manos con un paño de cocina, entró a la pieza con su sonrisa de sol y me dijo “por favor di que sí!”

Y yo por supuesto que dije que sí.

Primer acto: Lo mejor de mí

Primer lavado de ropa juntos. La vez anterior fue un poco caótica, porque al parecer el algodón de los jeans alemanes es un poco más sensible al calor, y al seleccionar el programa de mayor temperatura en la secadora, le arruiné al rucio uno de sus jeans. Encogió tanto que ni siquiera me queda bueno a mí.

Entonces esta vez bajamos los dos a la lavandería. Yo quería que él eligiera la temperatura para quedar eximida de culpas si algo pasaba. Todo iba bien hasta que volvíamos al departamento para preparar la cena, y le pedí al rucio que abriera la puerta. “No traje llaves”, me dice. Damn, yo tampoco. Estábamos afuera.

El primer intento fue emular a los ladrones o detectives que abren puertas con tarjetas de crédito. Resultado: Destrucción total de mi RedCompra.

El segundo intento, ayuda del Conserje mediante, fue utilizar una lámina de plástico, cortada de una botella de agua mineral. Sólo conseguí romperme una uña.

El tercer intento fue aquel por el que debimos empezar: Buscar un cerrajero. Y ahí figurábamos los dos, caminando por la calle con pantuflas y polera, cuando debíamos haber tenido al menos una chaqueta. El rucio me pedía perdón por no haber sacado sus llaves, y yo me reía un poco, porque al final, la situación era graciosa: Un alemán y una chilena muertos de frío, hablando en inglés y caminando con pantuflas por la calle,mientras nos sobábamos los brazos para combatir el frío.

Por suerte encontramos un cerrajero que se rió un poco de nosotros, nos acompañó al departamento y nos abrió la puerta en 5 segundos. Las mejores 10 lucas que he gastado en mi vida.

Una vez adentro, y comiendo una pizza que encargamos para terminar el día, me di cuenta que lejos de enojarme por la situación, o de poner mala cara -lo que de seguro hubiera hecho en cualquier otra compañía-, me lo tomé con Andina y traté de buscar una solución.

Y me di cuenta que por suerte, el rucio saca lo mejor de mí.



1 comentario:

Polaroid dijo...

Qué buen post y más aún, qué bueno que estés bien!
un agrado leerte,saludos!