lunes, 27 de diciembre de 2010

Mi tatarabuela era partera

Ayer visité a mi abuela paterna, y me contó algo de mi historia familiar que yo desconocía: su abuela, es decir, mi tatarabuela, era partera.

Se llamaba Ema, y había nacido en Belén, Palestina (mi familia paterna es de origen palestino). A los 13 años, mientras jugaba afuera de su casa con sus amigas, su madre la llamó, la bañó y le puso su mejor vestido, y la casó con un hombre 10 años mayor al que prácticamente no conocía.

Aburridos de la guerra y la violencia de Medio Oriente, se vinieron en barco a Chile, con los 4 hijos que habían tenido en Palestina, uno de los cuales era el padre de mi abuela, mi bisabuelo. Dormían en la cubierta del barco, y se vinieron a Chile porque él tenía una tía lejana en Catemu, cerca de Los Andes, donde podían recibirlos. Al cabo de unos años, Ema había tenido 4 hijos más y se había separado de su marido, quien había armado una nueva familia.

Ema no hablaba bien español, pero se las supo arreglar con los conocimientos adquiridos de su madre en Palestina: era partera. Recibía en su casa a las mujeres a punto de dar a luz, y que por distancia o dinero no podían trasladarse a un hospital. Les daba comida, abrigo, las ayudaba a parir y después del alumbramiento las tenía 3 días más en su casa, para asegurarse de que todo estaba bien. Mi abuela me contó que jamás se le murió una mujer o un niño, y que nunca tuvo que atender ninguna complicación.

Y no cobraba nada. Ema creía que como es Dios quien da la vida, ella no podía cobrarle por nacer a ese niño venido al mundo por voluntad divina, así que todo su trabajo lo hacía gratis. Pero la gente, agradecida, le enviaba de regalo corderos, gallinas, quintales de harina y otros regalos que, junto a la ayuda de la familia de su ex esposo y el trabajo de los hijos mayores, le permitieron a la familia salir adelante.

Mi abuela me contó que los días domingo muchas mujeres que habían parido en su casa, le llevaban a Ema a sus hijos para que los santiguara y les rezara el padrenuestro en árabe, esparciéndoles sal encima de la cabeza, para espantar al demonio.

Ema murió vieja, de casi 80 años, rosada de mejillas y de silueta robusta. Mi abuela me dijo que cuando murió, tuvieron que echar abajo una pared del cementerio de Catemu porque la cantidad de gente que se reunió no cabía por el estrecho portón del camposanto.

Ema, me encantó que seas mi tatarabuela.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Jueves en la noche

Segundo acto: 14 rayitas
14 días. Desde que comenzó Diciembre, cada mañana al llegar a la oficina hago una raya sobre el número del día en mi calendario. Y las rayas, azules, negras y rojas, dependiendo del color del primer lápiz que tome, se acercan cada vez más a ese número que hace tanto tiempo está encerrado en un corazón rojo, marcando la fecha exacta de la llegada de mi rucio. Sólo faltan 14 rayitas por hacer.

Tercer acto: con el viento en la cara
Salimos juntos a la calle del bar. Hacía frío, y entre dos, sujetábamos a mi amigo al que se le pasaron las copas. Por lo visto, todo era igual que en los viejos tiempos, y eso me hizo sentir extrañamente contenta. Mi amiga se había ido hace rato y al quedar sola con mis dos amigos, ellos se arrogaron el título nobiliario de padres protectores, y me dieron una serie de consejos acerca de cómo llevar mi relación con el rucio. La conversación terminó cuando pedimos la cuenta, luego de que mi amigo que ahora era conducido del brazo tiró por el suelo la cuarta caipiroska de la noche, que recién le había traído el mozo, porque le pegó con el brazo al hacer un movimiento mal calculado.

Salimos a la calle y hacía frío. Corría viento y me pareció extrañamente fácil conducir, entre dos, a mi amigo un poco ebrio hasta el taxi.

Cuando ya estuvo arriba, mi otro amigo –más sobrio- se ofreció para dejarme en mi colectivo, y caminamos juntos, él fumando y yo pensando, por la ciudad oscura, llena de luces y de viento frío. Y me gustó sentir el viento en la cara. Me hizo sentir fresca, renovada. Me hizo sentir viva.

Primer acto: warmhearted
Ayer después de mis clases de inglés me junté con unos amigos que no veía hace tiempo, y que por lo mismo, no se habían enterado del próximo viaje del rucio a Chile.

Nos abrazamos, nos reímos de anécdotas de otros tiempos, brindamos con nuestras caipiroskas como solíamos hacerlo, y conversamos de nuestras vidas de hoy.

Después de contar del viaje del rucio, de lo lindo y triste que ha sido tener esta relación a larga distancia, y de todo lo contenta y ansiosa que estoy de verlo otra vez, uno de mis amigos dijo:

-Qué increíble verte así de enamorada ahora….si antes te decíamos la Margaret Thatcher!!!! Y de repente conoces a este aléman y full amor!!!! Debe ser un tipo muy especial, muy top

-…No, si lo que pasa es que es muy guapo…-dijo una de mis amigas, agregando un dato rosa a la conversación

-Mira, sí....guapo es. Pero eso no es lo que me mató de él. Él me encanta porque es buena persona…..güen cabro. Siempre dice “gracias” cuando compra algo, le sonríe al chofer cuando se sube a un bus, le gustan los gatos y le hace cariño hasta a los animales más tiñosos del universo. Los gringos tienen una expresión para eso, warmhearted, así como de corazón tibio. Y ese es mi rucio.

-(tres amigos, al unísono, haciendo uhhhhhhhhhhhhhhhhh con cara de quinto básico)

-Si. Mi rucio es warmhearted, y lo amo por eso.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El momento en el que el rucio se enamoró de mí

El rucio me contó el momento exacto en el que supo que se había enamorado de mí. La verdad no fue un instante muy glamoroso, ni una revelación de orden sacrosanto como suele pasarnos a nosotras las mujeres.

Volvíamos de Punta Choros después del fin de semana largo en el que nos conocimos, nos besamos, dormimos juntos y acordamos no convertirnos en el amor de verano del otro. El auto era del Benja, mi amigo que nos había presentado, pero el rucio manejaba, mientras yo, sentada en el asiento del copiloto, le acariciaba el antebrazo y tenía su mano derecha tomada con la mía.

Veníamos a la altura de Ovalle, cuando en medio de la conversación y los besitos ocasionales –para no distraer tanto al conductor de su ruta-, el rucio estornudó. El problema es que cuando lo hizo, tenía mi mano izquierda entrelazada con la suya, y como el acto reflejo de cubrirse la nariz es más rápido que la velocidad del pensamiento, estornudó sobre mi mano.

Y yo, al ver su cara de pánico anglosajón tras haber estornudado de una manera bastante estrepitosa sobre la mano de la chica con la que acababa de empezar a estar, y mirar mi propia mano húmeda tras el poco común acontecimiento, tuve un ataque de risa.

Benja, que venía en el asiento de atrás, no entendía nada, y yo, interrumpida por mis propias carcajadas, le contaba lo que acababa de pasar, mientras el rucio me pasaba la caja de pañuelos desechables y se disculpaba diciendo que nunca antes le había estornudado a otra persona, tras lo que me dio un segundo ataque de risa, luego de decirle que ahora sí que me sentía especial en su vida.

-I´m the only woman in which you have sneezed over! how special I feel now!

Hoy, exactamente 8 meses después de ese día, a modo de regalo de aniversario, el rucio me contó que en ese momento supo que se había enamorado de mí, porque no me parecía a nadie que hubiera conocido antes.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Doblemente libre

Perder. Ganar.

Tengo que aprender que esas palabras son bien relativas. Quizá mi mayor problema es que soy una fundamentalista y una talibana, pero con un grado de inocencia enorme, porque creo a pies juntillas que si uno da el 100% de sí mismo, las cosas tienen que salir como uno quiere: Causalidad y consecuencialidad, en teoría suena lógico pero en la práctica no lo es.

A veces perder algo es la otra cara de ganar algo nuevo y al parecer, esta es mi ocasión para aprender eso. Perdí una oportunidad, pero gané libertad para decidir mi futuro sin pensar en los acreedores a los que les debería responder si hubiera hipotecado mis próximos años: Soy libre!

Soltar. Esa es la palabra clave. Soltar. Soy mala para eso. Y para esperar. Quiero todo ahora, quiero a mi rucio alemán conmigo ahora. Quiero saber cómo será mi futuro ahora. Quiero resolver todo ahora. Y aunque sé que no se puede y que es una boludez y una pérdida de tiempo, quiero hacerlo y sigo pensando en eso.

Causalidad y consecuencialidad.

Perder. Ganar. Soltar. Palabras clave.

Tengo un poco de vértigo, la verdad. Como si corriera con todas mis energías y mi fuerza para saltar un precipicio, de un lado a otro, pero conforme me acerco al risco y más cerca se ve la enorme dimensión del desafío, más grande se hace también el vacío que siento en el estómago.

Perder. Ganar. Soltar. Palabras clave.

Sigo corriendo y recuerdo que me dan miedo muchas cosas, pero nunca he tenido susto a equivocarme.

Entonces, soy doblemente libre.