Tercer acto
Sin soltarme la mano, toma la puerta de vidrio que separa el lobby de la
calle, y empuja.
-Hola, aquí venimos- le dice mi pololo-ex-vecino al conserje del edificio
donde nos conocimos, hace 12 años. Obviamente había hablado antes con él.
-Hola, claro, sí, suban nomás- dice él, haciendo un gesto con la mano
Y subimos. Tomamos el ascensor como lo hicimos por tantos años en ese
tiempo donde cada cual estaba ocupado con su vida. Yo, disfrutando el vivir sola,
estudiando mi primer master, y tratando de encontrar el amor. Él, reponiéndose
de su separación y acostumbrándose a su rol de papá puertas afuera.
Breve parada en el piso 9, donde vivimos por casi 5 años. La selfie de
rigor, y yo preguntándome cuándo iba a sacar su cámara profesional del bolso,
porque esa era la idea, cierto? Una sesión de fotos en nuestro ex edificio.
Ahora vamos a la azotea, la noche sobre Santiago. Llegamos arriba y
simplemente miramos todo, igual que antes. Los mismos edificios, la vista al
San Cristóbal. La publicidad de Wom –antes era de Claro- en uno de los
edificios vecinos.
Mi pololo-ex vecino se acerca a una de las mesas de terraza, y abre el
bolso de la cámara. Las fotos, pienso. Qué buena idea para celebrar nuestro
primer mes de pololeo.
El bolso se abre pero no sale una cámara. Una, dos copas. Un queso Brie -mi
favorito-, una botellita de espumante, por supuesto Brut. Me carga la Moscato y
cada vez que yo digo algo respecto a mis gustos, mi pololo-ex vecino toma nota,
me doy cuenta.
Dos lágrimas me corren por las mejillas. Esto no es una sesión de fotos. Es
un picnic nocturno en el edificio donde nos conocimos como vecinos, 12 años
atrás. Brutal, romántico, poderoso, pienso. Nadie nunca había hecho nada tan
bonito por mí.
-Espérate, aún no has visto nada- me dice mi pololo-ex vecino cuando se da
cuenta de que estoy llorando. Hunde la mano en el bolso de la cámara y saca una
tabla de madera, pequeña, para cortar el queso, y un cuchillo. Los extiende
hacia mi mostrándome que no se olvidó de nada, que pensó en cada detalle, que
planeó todo. Como si yo a estas alturas no lo supiera.
Primer acto
-Te das cuenta que el jueves cumplimos UN MES!- Le digo yo, sin podérmelo
creer. Me pasa que siento como si leváramos 8 meses juntos. Quizás tiene que
ver con que nos conocíamos de antes, y que por eso hemos avanzado rápido en confianza,
saltándonos esa etapa tediosa de tener que contarle al otro quién es uno, de
dónde viene.
-Un mes, increíble- me dice él – tenemos que celebrar, pero como es día de
semana, hagamos algo piola. Déjame pensar en algo choro, ya?.
-Súper, te paso a buscar ese día después de la pega entonces?
-Si, a las 7 está bien.
Luego de despedirme, corto el teléfono y me quedo pensando. Un mes. Y él va
a organizar la salida. Hace años que no me pasaba algo como eso.
Segundo acto
Llego puntual y perfumada a las 7 a su departamento. Toco el timbre y me
abre enseguida, como si hubiera estado esperando al lado del citófono. Subo en
el ascensor de manufactura italiana, casi tan encantador como vetusto. Aún no
decido si me gusta o no, pienso. Vive en un departamento antiguo a pocas
cuadras del edificio donde nos conocimos, donde yo compré un departamento y él
llegó a arrendar después de separarse. Su puerta quedaba en diagonal frente a
la mía, y así nos hicimos amigos.
Al tocar el timbre, vuelve a abrir rápido, como si me esperara. Me envuelve
en un abrazo, me aprieta, y me pierdo en su pecho de hombre grande. Sin
soltarme, aún en el umbral de la puerta, me dice al oído “feliz primer mes de
muchos que se vienen”.
Entro, nos abrazamos de nuevo, y empiezo a sacarme el abrigo.
-No- me dice – nos vamos altiro
-En serio? – le digo yo levantando una ceja. Venía pensando en hacer una
escala en su cama
-Sí, en serio- me dice sonriendo y poniéndose su abrigo azul, con cara de
inocente. De la mesa, descuidadamente, toma el bolso de su cámara profesional,
y se lo echa al hombro.
Una sesión de fotos, pienso. Tiene sentido. A mi pololo-ex vecino le
encanta la fotografía, y ha invertido en cursos y equipos en los últimos años. Hace
poco me dijo que quería tener una buena foto de nosotros dos.
Salimos al aire frío del mayo-casi-junio que se cierne sobre Santiago. Me
toma la mano, y me dice “espero que no tengas frío, porque vamos a caminar un
poco, y vamos a estar afuera”. Yo le respondo que no, que no tengo frío, que me
gusta el frío. Y me alegro de haberme puesto un abrigo grueso. Caminamos un
rato y adivino el rumbo. “El departamento!” le digo. Él solo sonríe, pero no
dice nada. Me da un beso en la frente mientras seguimos caminando. “Qué
romántico”, pienso. Como si en ese momento hubiera sabido lo que venía.