lunes, 16 de febrero de 2009

La peor cita de mi vida

Soy exagerada, pero les juro que en esta ocasión no exagero. NUNCA había tenido una cita a ciegas tan desagradable como la del viernes en la noche.
En mi afán de ampliar el círculo social, acepté sugerencias de amigos hechas por otros amigos, y he establecido una política sistemática de citas para conocer gente nueva, y así como he tenido buenas experiencias, he tenido otras del terror, como la que paso a narrarles a continuación.

Tercer acto: La cuenta

Volví del baño dispuesta a cerrar el negocio: ya había tenido suficiente. Sin sentarme, me paré a su lado y le dije “pidamos la cuenta?”
-Claro- me dijo él, evidentemente tan harto de mí como yo de él.
Caminé hacia la caja y saqué mi tarjeta de crédito. No iba a dejar que me invitara.
-Agrego la propina?- me dijo el cajero del café
-Sí, por favor- le dije yo
-Toma- me dijo él, parándose a mi lado y pasándome la luca que costaba el agua minera que se había tomado
-No, yo te invito, como desagravio por todo lo que te molestó el que llegara tarde- le dije yo, clavándole el último aguijón de esa conversación tirante que veníamos teniendo hace una hora
-No, toma- insistió- no quiero deberte nada
Acepté la luca estupefacta: no podía ser tan roto. El cajero me devolvió mi tarjeta de crédito y mi carnet con cara de incredulidad ante el intercambio de palabras que había escuchado, y yo aproveché un minuto en el que este pelmazo miró hacia fuera para susurrarle un cómplice “qué roto este tipo!”, a lo que conseguí una sonrisa cómplice….la primera y la única de esa noche.

Segundo acto: "Si crees eso estás terriblemente equivocada"

Entramos al café, nos sentamos y pedimos. Él un agua mineral y yo un café cortado y unas mediaslunas.
La conversación partió rarísima para una primera cita: me contó que dentro de unos meses sería padre con su ex pareja, de quien estaba muy enamorado, pero sin posibilidades de volver, porque ella lo odia y no lo quiere ver nunca más (después fui entendiendo por qué).
Me contó que en el pasado tuvo onda con la amiga que me lo recomendó por Facebook, y el resto de la conversa fue una apología a lo bien que cocinaba, la cantidad de minas con las que había salido antes de emparejarse con su ex, y el proyecto cultural de circuito gastronómico que estaba haciendo con un amigo, el que según él era novedosísimo, pero según yo, no tanto.
-Pero como que no tanto? Has escuchado algo parecido?
-Claro, rutas patrimoniales de restaurantes en varios barrios de Santiago…- le dije yo
-Ah, pero nada como esto!!!
-De más- dije yo, sin muchas ganas de discutir
-Además, esto de la crisis financiera es una mentira, mira lo llenos que están los restaurantes, es un gran negocio potenciarlos ahora
-Como que una mentira? Lo que pasa es que aún no llega a Chile, pero espérate a marzo o abril- dije yo, o más bien la economista que llevo dentro
Y ahí empezó una conversación de lo más desagradable, de un proselitismo socialista nunca antes visto por mí:
-Es que el sistema económico dominante te quiere hacer creer esas cosas, para justificar sus fallas
-Como así?
-Claro, como un lavado de cerebro, entiendes?
-Entiendo, pero no estoy de acuerdo. Todas las cifras hablan de crisis, países industriales como Alemania y Francia están en recesión por primera vez en 20 años y en varias otras crisis económicas, y eso es un dato innegable
Él sonrió, tomó un trago de su mineral y me miró como si hubiera argumentado acerca de la existencia del viejito pascuero o del conejito de los dientes.
-Si crees eso, estás terriblemente equivocada
Eso era demasiada belicosidad, demasiada animosidad gratuita en un contexto donde uno quiere conocer al otro, pasar un buen rato y divertirse, así que agarré mi cartera y mientras me paraba de la silla, le dije “voy al baño”.
Al subir y mirarme al espejo, me pregunté qué había hecho yo en otra vida para merecer una cita así: ahogar gatos chicos? Maltratar a mi abuelita? Asustar a las guaguas en la calle? No!!! Nada de eso, soy una buena persona, más o menos simpática, razonablemente entretenida y no menos guapa, así que aunque la cita no había durado ni una hora, ese era el momento de correr.

Primer acto: Voy 10 minutos tarde

Andaba de compras y me pilló la hora. Por el calor y las bolsas con las que andaba, era menester pasar a mi departamento a dejar la carga, darme la ducha de rigor y después irme a Lastarria a juntarme con mi cita.
Entonces, lo llamé para avisarle que iba 10 minutos tarde.
-Chuta, pero habíamos dicho a las 8- me dijo
-Sí, son 10 para las 8 y voy entrando a mi depto que queda al lado de Lastarria, dejo las bolsas de las compras y me voy para allá
-Bueno- me dijo poco entusiasmado.
Yo dejé la carga, me di una ducha rapidísima, me hice un moño (el tiempo no alcanzaba para peinado), y salí corriendo a juntarme con este tipo.
-Voy llegando!- le dije cuando estaba a media cuadra del lugar indicado
-Menos mal, aquí estoy parado en la calle esperándote- me dijo con tono de apestado.
Al llegar, me di cuenta de que los 10 minutos de atraso habían sido un pecado mortal: tenía una cara de 5 metros de largo, y no bien me saludó, se puso a hablar sobre la gente impuntual, a decir que él era super puntual y que los demás no entendían la falta de respeto que era dejar esperando a alguien
-Mira, por lo menos te avisé que venía tarde- le dije- y si tanto te afecta, mejor lo dejamos hasta acá, porque la idea de juntarnos era pasarlo bien, o no?- le dije
-No, está bien. Vamos a ese café- me dijo él, lamentablemente, porque un "sí, dejémoslo acá" me habría ahorrado un verdadero mal rato.

lunes, 2 de febrero de 2009

La cita y el cine

Hablando con un amigo del trabajo, entendí que la próxima vez que salga con alguien (lo que espero que suceda pronto), no tengo que invitarlo al cine.
Nunca lo había visto de ese modo, pero mis citas con película incluida han sido cuando menos, nefastas. Probablemente, por mis gustos cinematográficos poco ortodoxos.


Capítulo 1: “Tienes pañuelitos?”

En ese tiempo yo era una universitaria despreocupada, que gozaba de un “recreito” en medio de un pololeo largo coqueteando con un compañero de la carrera.

Seducida por la dinámica de estar pinchando, acepté una invitación al cine. En ese tiempo yo era fanática (más que ahora) de las películas de terror, pero como él era un tipo sensible, elegí ver Titanic entre las opciones que él me propuso.

Cuento corto, me pareció linda la película, pero patética la escena cuando, afirmado a la puerta donde Kate Winslet flota y llora como desesperada, Di Caprio le dice que lo mejor de su vida ha sido ir en el Titanic….como para ahogarse, pero de la cursilería.

En un gesto poco amable de mi parte, solté una carcajada y miré a mi acompañante para comentar lo edulcorante del momento, buscando una risa cómplice, pero él, con los ojos llorosos, visiblemente afectado por el romanticismo de la escena, y casi en un susurro, me dijo “tienes pañuelitos?”…Sin comentarios!

Capítulo 2: “hay, cresta!”

Como adoro el cine español y las películas de terror, una de mis citas recientes fue a ver la película El Orfanato, con malísimos resultados: el galán en cuestión saltaba cada cinco segundos, y en las escenas más terribles se cubría la cara y decía “hay, cresta!”. Yo lo miraba sin poder entender si era por mi gusto irrefrenable y cuasi insensibilización por los efectos de las películas de susto, o si era él el exagerado.

Capítulo 3: El juego del Miedo

Mi última cita fue a ver una película de terror de la que soy fanática a morir: la saga El Juego del Miedo. Aunque este chico sí se portó bien, era evidente que estaba incómodo, y que hubiera preferido ver otro tipo de cine. Claro, la combinación asesino en serie-policía corrupto- sierras- cuchillos-cadenas-miembros amputados-sangre-gente muriendo no es del gusto de todo el mundo, al parecer....ni menos para una primera cita.

Nota mental, par ala próxima vez dejaré que ellos elijan!

Epílogo: La dieta

He bajado dos kilos y aunque las últimas semanas ha sido poco (200 gramos), estoy contenta de todos modos: Es la primera vez que, sin una desilusión amorosa o un cuadro de stress galopante de por medio- bajo de peso sostenidamente.
Anoche miré fotos mías y no hay caso: desde que tenía un año de vida fui una guagua gordita, después fui una niña rellenita, una adolescente derechamente gorda y posteriormente bajé a una joven menos que rellenita, luego del stress galopante y la desilusión amorosa (en ese orden de ocurrencia).
Ahora estoy en el límite de la rellenez, lo cual es todo un logro. Es terriblemente frívolo, pero adoro que mis pantalones de siempre me queden mejor que antes del viaje al sur, donde a punta de pan amasado y mantequilla de campo subí de peso.