viernes, 21 de septiembre de 2007

Verdades de perogrullo

El sur es mágico. Tengo una conexión especial con las caletas de pescadores, los pequeños pueblos de casas con cocinas a leña y las laderas húmedas, tapizadas de árboles entre los que se enredan las nubes.
Agarré mi mochila y me mandé a cambiar, sin planes, sin panorama fijo, sin reservas para el alojamiento y casi sin plata. Y casi me quedo a vivir en Puerto Cisnes. Hubiera sido fácil: pedirle a mi mamá que arrendara mi departamento en Santiago, establecerme en la pega que me dijeron que estaba vacante en la salmonera, de jefa de comunicaciones internas, buscarme una casa linda, de madera, con una cocina amplia y dedicarme a conocer la región los fines de semana. Demasiado tentador.
Pero me llamé a la cordura, porque una decisión tan importante se toma con tiempo y se hace bien, dejando todo listo, todo dispuesto. Además, me conozco y sé que un par de semanas después de haberme establecido en el sur estaría vuelta loca deseando un cine, un café decente, un supermercado, porque también tengo marcado a fuego mi lado citadino.
Lo bueno es que el viaje me sirvió para pensar, para despejarme de tanta cosa superflua que me ha inquietado en el último tiempo, y para recobrar una verdad que puede parecer de perogrullo, pero que a veces olvido: hago las cosas que hago por mí, para mí, por mi felicidad y mi bienestar, no para los demás. Por eso, como ya me había dicho una amiga a pito de un horóscopo azteca, mi problema es que vivo demasiado enfocada en el futuro, construyendo las cosas que disfrutaré dentro de algún tiempo, pero que fallo al disfrutar el presente sin complicaciones, ese presente de olor a mar y a leña quemada, de mañana nubosa, de botes a remo y llovizna en el muelle que me regaló la XI Región.

martes, 11 de septiembre de 2007

Separados y con hijos

Vivo en Melrose Place, o al menos así le decimos con mis vecinos al piso 9 de mi edificio. Prometeo, amigo de años, arrienda uno de los departamentos, y producto de mi carácter sociable he conocido a todos los que viven ahí, por lo que se puede decir que al bajar del ascensor, se entra a una casa grande con piezas en lugar de departamentos.
Nos juntamos a menudo, salimos a almorzar afuera y algunas veces, como el domingo pasado, tomamos té y nos quedamos conversando hasta tarde.
La particularidad del piso 9 no es sólo esa: es además el piso de los separados. Dos de mis vecinos se encuentran en esta situación, en la que están desde un tiempo más o menos reciente, de modo que han podido compartir experiencias y vivencias acerca de las visitas a los hijos, las pensiones alimenticias, el planchado de las camisas y el despertarse solo cada mañana en una cama matrimonial.
Producto de esas conversaciones me he dado cuenta de que a mis 27 años, la gente que puedo conocer con algún potencial de pareja cada vez se aleja más del joven profesional despreocupado con el que hace un año o dos solía salir, ese que está trabajando hace poco tiempo, con un par de pololeos en el archivo, y la vida por delante para hacer lo que se le plazca, y se acerca más al adulto joven que supera los 30, que probablemente tiene hijos o está separado, o ambas, y que por lo mismo, ha adquirido una serie de responsabilidades que vienen en el pack junto a todo lo demás.
Porque seamos honestas, si uno conoce un tipo culto, simpático, tierno, lindo, de treinta y algo, y que no se haya casado o haya tenido una relación importante de manera reciente, pensamos que debe haber gato encerrado (y probablemente lo haya).
Lo que pasa es que aunque nunca he estado en la situación, debe ser complicado decirle a las amigas “no, mi pololo no pudo venir porque tenía que ver a sus hijos”, o bancarse el “mi amor, no puedo salir contigo este fin de semana porque tengo que ver a los niños”. Eso debe ser super fuerte, considerando que un hijo de por medio implica también una ex pareja con la que habrá un vínculo duradero e indisoluble.
No sé si yo esté dispuesta a eso, a estar con alguien que tenga hijos, y aunque tampoco es una situación ideal, prefiero un separado sin progenie.
Una vez ya estuve ahí, y la cosa terminó catastróficamente cuando encontré al susodicho con su ex esposa, entre las mismas sábanas en las que habíamos dormido la noche anterior.
El punto de todo esto es que Melrose Place es un fiel reflejo de la realidad a la que nos enfrentamos las mujeres de mi edad, y de la que probablemente saldrá nuestra futura pareja: los hombres disponibles se dividen en dos tercios separados y con hijos (mis dos vecinitos), y un tercio de solteros que con toda razón, nos levanta sospechas (mi amigo Prometeo).

jueves, 6 de septiembre de 2007

Feliz día papá

Una vez, cuando tenía 5 años, salí con mi papá al centro. Íbamos caminando por Alameda cuando el taco de mi zapato rojo con correita se quedó pescado en la rejilla de ventilación del metro, donde muchas otras veces se me ha quedado el taco aguja de alguno de los zapatos que uso ahora.
Él se agachó y me dijo que me lo desabrochara y sacara el pie de su interior, porque así iba a ser más fácil desatorarlo. Le hice caso y miré cómo hacía fuerza y luchaba para que las fauces del monstruo le devolvieran el zapato de su niña.
Cuando logró recuperarlo, me sentó en el suelo, me arregló el calcetín, que se había salido un poco, y me abrochó con sus manos grandes y torpes la hebilla miunúscula. Me quedó muy apretada, pero no le dije. Estaba conmovida porque ese fue el gesto más grande de heroísmo que había recibido en la vida.
Hoy está de cumpleaños, así que sólo quiero decirte feliz día papá.