lunes, 20 de mayo de 2019

Un mes


Tercer acto

Sin soltarme la mano, toma la puerta de vidrio que separa el lobby de la calle, y empuja.

-Hola, aquí venimos- le dice mi pololo-ex-vecino al conserje del edificio donde nos conocimos, hace 12 años. Obviamente había hablado antes con él.

-Hola, claro, sí, suban nomás- dice él, haciendo un gesto con la mano

Y subimos. Tomamos el ascensor como lo hicimos por tantos años en ese tiempo donde cada cual estaba ocupado con su vida. Yo, disfrutando el vivir sola, estudiando mi primer master, y tratando de encontrar el amor. Él, reponiéndose de su separación y acostumbrándose a su rol de papá puertas afuera.

Breve parada en el piso 9, donde vivimos por casi 5 años. La selfie de rigor, y yo preguntándome cuándo iba a sacar su cámara profesional del bolso, porque esa era la idea, cierto? Una sesión de fotos en nuestro ex edificio.

Ahora vamos a la azotea, la noche sobre Santiago. Llegamos arriba y simplemente miramos todo, igual que antes. Los mismos edificios, la vista al San Cristóbal. La publicidad de Wom –antes era de Claro- en uno de los edificios vecinos.

Mi pololo-ex vecino se acerca a una de las mesas de terraza, y abre el bolso de la cámara. Las fotos, pienso. Qué buena idea para celebrar nuestro primer mes de pololeo.

El bolso se abre pero no sale una cámara. Una, dos copas. Un queso Brie -mi favorito-, una botellita de espumante, por supuesto Brut. Me carga la Moscato y cada vez que yo digo algo respecto a mis gustos, mi pololo-ex vecino toma nota, me doy cuenta.

Dos lágrimas me corren por las mejillas. Esto no es una sesión de fotos. Es un picnic nocturno en el edificio donde nos conocimos como vecinos, 12 años atrás. Brutal, romántico, poderoso, pienso. Nadie nunca había hecho nada tan bonito por mí.

-Espérate, aún no has visto nada- me dice mi pololo-ex vecino cuando se da cuenta de que estoy llorando. Hunde la mano en el bolso de la cámara y saca una tabla de madera, pequeña, para cortar el queso, y un cuchillo. Los extiende hacia mi mostrándome que no se olvidó de nada, que pensó en cada detalle, que planeó todo. Como si yo a estas alturas no lo supiera.


Primer acto

-Te das cuenta que el jueves cumplimos UN MES!- Le digo yo, sin podérmelo creer. Me pasa que siento como si leváramos 8 meses juntos. Quizás tiene que ver con que nos conocíamos de antes, y que por eso hemos avanzado rápido en confianza, saltándonos esa etapa tediosa de tener que contarle al otro quién es uno, de dónde viene.

-Un mes, increíble- me dice él – tenemos que celebrar, pero como es día de semana, hagamos algo piola. Déjame pensar en algo choro, ya?.

-Súper, te paso a buscar ese día después de la pega entonces?

-Si, a las 7 está bien.

Luego de despedirme, corto el teléfono y me quedo pensando. Un mes. Y él va a organizar la salida. Hace años que no me pasaba algo como eso.


Segundo acto

Llego puntual y perfumada a las 7 a su departamento. Toco el timbre y me abre enseguida, como si hubiera estado esperando al lado del citófono. Subo en el ascensor de manufactura italiana, casi tan encantador como vetusto. Aún no decido si me gusta o no, pienso. Vive en un departamento antiguo a pocas cuadras del edificio donde nos conocimos, donde yo compré un departamento y él llegó a arrendar después de separarse. Su puerta quedaba en diagonal frente a la mía, y así nos hicimos amigos.

Al tocar el timbre, vuelve a abrir rápido, como si me esperara. Me envuelve en un abrazo, me aprieta, y me pierdo en su pecho de hombre grande. Sin soltarme, aún en el umbral de la puerta, me dice al oído “feliz primer mes de muchos que se vienen”.

Entro, nos abrazamos de nuevo, y empiezo a sacarme el abrigo.

-No- me dice – nos vamos altiro

-En serio? – le digo yo levantando una ceja. Venía pensando en hacer una escala en su cama

-Sí, en serio- me dice sonriendo y poniéndose su abrigo azul, con cara de inocente. De la mesa, descuidadamente, toma el bolso de su cámara profesional, y se lo echa al hombro.

Una sesión de fotos, pienso. Tiene sentido. A mi pololo-ex vecino le encanta la fotografía, y ha invertido en cursos y equipos en los últimos años. Hace poco me dijo que quería tener una buena foto de nosotros dos.

Salimos al aire frío del mayo-casi-junio que se cierne sobre Santiago. Me toma la mano, y me dice “espero que no tengas frío, porque vamos a caminar un poco, y vamos a estar afuera”. Yo le respondo que no, que no tengo frío, que me gusta el frío. Y me alegro de haberme puesto un abrigo grueso. Caminamos un rato y adivino el rumbo. “El departamento!” le digo. Él solo sonríe, pero no dice nada. Me da un beso en la frente mientras seguimos caminando. “Qué romántico”, pienso. Como si en ese momento hubiera sabido lo que venía.

viernes, 10 de mayo de 2019

Dulce Patria


Ayer, mi pololo-ex-vecino estuvo de cumpleaños. Es curioso, pero nació 9 días después que el Rucio, exactamente del mismo año. A veces creo que esas cosas no son casualidad, sino sincronicidades que operan como puentes entre una etapa de la vida y la siguiente.

Como conocernos es algo que se nos ha dado fácil, supe pronto el regalo perfecto: Una comida degustación de 6 tiempos en un restaurant con inspiración de pueblos originarios ancestrales de Chile, y de postre, un frasco de Dulce Patria, ese postre inefable creado en París por la cocinera de Eusebio Lillo, poeta y político que le puso el texto al himno nacional. La idea era cenar en el restaurant, y comer el postre -y también el postre- en su casa.

Y resulta que ese regalo fue también un regalo para mí, porque me regaló una reflexión gigantesca: No todo es una casualidad, y quizás debamos afinar el oído para poder escuchar el susurro que la vida a veces tiene para decirnos. 

Desde que llegué a Chile, a graduarme de miss Sapphire-Simpson, todo cambió. Luego de la muerte de mi abuela y de haber dejado lo peor atrás, adopté una actitud curiosa. He sufrido mucho, y me voy a sentar aquí a esperar que la vida me compense, pensé. Y como un acto de psicomagia, como si se tratara de una invocación, empezaron a llegar las compensaciones, rotundas e indiscutibles, que yo necesitaba. 

Una pega rica. El amor de mi familia y mis amigos. Un departamento lindo. El inicio de una relación no buscada, pero bienvenida. El darme cuenta de que quiero que me cuiden y que tengo a alguien dispuesto a cuidarme. Alguien que me quiere con descaro, con tenacidad y sin mezquindades.

Sentados en el comedor, a medianoche, con dos cucharas dentro del frasco sublime de Dulce Patria, lo supe: Ese no es solo el nombre de un postre. Es el leitmotif de esta etapa de mi vida, de esta etapa donde estoy encontrando no solo la patria concreta, sino que también la patria emocional.

martes, 7 de mayo de 2019

Miss Sapphire-Simpson
















Respiro, pienso, y trato de ponerlo todo en un solo párrafo: Me fui de Chile el 2011 siguiendo al rucio, el alemán del que me enamoré. Nos casamos el 2013, terminé mi master, hice mi práctica en la ONU en Nueva York, la vida era perfecta. Con mi marido-el-rucio nos fuimos a vivir a Austria, porque le ofrecieron la pega de sus sueños. El principio del fin: Mientras yo tenía problemas adaptándome, vivía por deseos de él en un lugar que no me gustaba, y tenía una pega que no disfrutaba, él se sumergía más y más en su trabajo y me dejó sola con todo lo que me pasaba. Me incumplió el contrato: Él dijo “en las buenas y en las malas”, y solo estaba para las buenas. Yo compensaba todo eso viajando sola, como si con tickets de trenes, boarding passes y reservas de hostales en los sitios más curiosos de Europa pudiera tapar el tremendo hoyo que tenía en el pecho. El 2018 fue darme cuenta de todo eso, tratar de revertirlo a toda costa, y cuando ese plan también falló, tomar decisiones radicales: Me separo, vuelvo a Chile, a la chucha todo. No sé cómo ser infeliz, pero sí sé cómo empezar de nuevo. En Chile, me esperaba mi abuela agonizante de cáncer pulmonar, que se murió mientras yo le sostenía la mano, temprano en una mañana de febrero de 2019. Terremoto larguísimo. Doctorada en pérdidas.

Me han dicho que con lo que he pasado, cualquiera se hubiera vuelto medio loca. O quizás ya estoy loca y no había ningún otro lugar a dónde ir. Tres meses después del fin de este movimiento telúrico de más de un año, de este huracán fuera de la escala Sapphire-Simpson, aún siento que no estoy en mi 100%. Pero bueno, ¿quién lo estaría?

Desde la muerte de mi abuela, todo ha seguido pasando rápido. Armé mi departamento de soltera 2.0, precioso y funcional. El amor de mi familia y amigos me ha arropado el alma. Encontré una pega bastante interesante en una embajada, lo que me permite seguir practicando mi alemán y estar en contacto con el mundo de las Relaciones Internacionales. Me reencontré con un amigo y ex vecino de mi departamento de soltera 1.0, donde vivía antes de irme a Alemania, con el que al principio salí como amigo, luego como algo más, y con el que hace un par de días estoy pololeando.

Estoy de vuelta en Chile. Ahora soy Miss Sapphire-Simpson, la que sobrevive huracanes. Me morí un poco con todo lo que pasó, pero estoy reviviendo.

viernes, 3 de agosto de 2012

Casi un año extrañando Los Andes



Han pasado tantas cosas en estos dos meses que no sé bien por dónde empezar. Quizá por lo menos obvio: Extraño los Andes.

En esta Europa sin cordilleras, y donde los Alpes son un mal chiste –cualquiera que haya visto los Andes entenderá por qué-, me siento un poco desnuda cuando miro el horizonte y sólo veo cielo: no hay montañas aquí.

Extraño también a mi gente, a mi familia maravillosa y a mis amigos, todos los que se han encargado de hacerme esta aventura más fácil, con sus buenos deseos y su apoyo.

Ha pasado mucho: Encontré un trabajo como ayudante en un proyecto de Ciencias Políticas de la Universidad: necesitaban a alguien que hablara español como lengua materna para trabajar con los cambios constitucionales de España entre 1945 y el 2000. Me cayó del cielo. No me hago millonaria, pero unos Euros y la experiencia bien merecen la pena.

Tenemos un departamento precioso con el rucio. Vivimos estos dos meses en su pequeño departamento de una pieza, más ajustados de lo que ambos estábamos acostumbrados. A los dos meses encontramos este, una maravilla: 2 habitaciones grandes, 2 balcones donde tengo mis plantas y mis hortalizas (mi chochera por estos días son tres enormes maravillas, que con su carita amarilla siguen al sol todos los días, unas preciosas!), un living y una cocina de tamaño decente.

La convivencia va mejor de lo que me esperaba. Quizás porque aún estamos en el período de “luna de miel”, pero todo ha salido fantástico. Cada mañana nos despertamos riendo y besándonos y nos decimos que nos amamos y queremos estar siempre juntos. Hasta las mañanas de lunes son maravillosas con el rucio al lado.

Aprobé los dos primeros semestres en la Universidad. El nivel es super alto, pero como he estudiado tanto, me ha ido bastante bien, incluso mejor de lo que me esperaba. Fue una siembra dura, pero la cosecha ha sido buena.

La hemana del rucio y sus hijos, mis sobrinitos que nacieron el día que llegué a Alemania, están super. Van a cumplir un año en un par de semanas. Son dos guaguas exquisitas, inteligentes y despiertas, aunque un poco lloronas para mi gusto. Él es un risueño de ojos cafés y ella, una princesa rubia de ojos azules como los de su madre, y como el lago de Konstanz.

Y lo mejor de todo es quizás la última noticia que he recibido en esta cadena de felicidad empezó en Septiembre del año pasado, cuando vine acá: quedé seleccionada para una práctica en la ONU, de entre miles de postulantes. Parto a Nueva York en Abril del próximo año, por 5 meses. 

El rucio me irá a visitar (aunque en realidad su sueño de deportista dominguero es hacer jogging en Central Park…), y por mientras, como hemos hecho durante todos estos meses, disfrutamos de estas juntos y de la suerte que tenemos de que todo vaya tan bien para nosotros.

Casi un año aquí, extrañando los Andes, y repitiéndome cada día que venirme de Chile fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

lunes, 22 de agosto de 2011

Cotidianeidad

Segundo acto: Los sobrinos

El rucio me contó emocionado, casi con la voz temblando. “El 1 de septiembre va a crecer mi familia, y no sólo porque llegas tú”.

Efectivamente, ese día aterrizo en Alemania, en mi nueva vida, en esta etapa llena de felicidad y de ilusiones, y sólo con pasaje de ida.

Pero ese día llegarán dos personas más, los hijos de la hermana del rucio. Ella espera mellizos, y le dieron hora para la cesárea el 1 de septiembre.

“Vamos a tener que irnos del aeropuerto al hospital”, le dije. Y nos abrazamos. El mismo día que llego a Alemania vamos a ser tíos”.

Tercer acto: SMS

Fin de semana de limpieza de la casa, de lavado de ropa, aspirado de piso y limpieza de baño (con la que siempre he sido cuidadosa, rayando en la manía), cuando siento un mensaje llegando a mi celular.

El rucio lavaba la loza del desayuno y yo caminé hasta la pieza, donde mi celular yacía junto a la montaña de frazadas que esperaban el cambio de sábanas en la cama, y lo abrí.

El remitente era Tobi, que lavaba la loza en la cocina. “Raro-pensé-, quizás sea un mensaje que se demoró”. Y al abrirlo todo quedó claro. Era un SMS breve, que simplemente decía “Mi amor, quieres venir conmigo a Alemania, a vivir conmigo en Konstanz? Por favor di que sí!”

Y aunque todo ha sido consensuado, aunque ya es un plan y ya está todo listo, no pude sino emocionarme. Y se me llenaron los ojos de lágrimas mientras él, secándose las manos con un paño de cocina, entró a la pieza con su sonrisa de sol y me dijo “por favor di que sí!”

Y yo por supuesto que dije que sí.

Primer acto: Lo mejor de mí

Primer lavado de ropa juntos. La vez anterior fue un poco caótica, porque al parecer el algodón de los jeans alemanes es un poco más sensible al calor, y al seleccionar el programa de mayor temperatura en la secadora, le arruiné al rucio uno de sus jeans. Encogió tanto que ni siquiera me queda bueno a mí.

Entonces esta vez bajamos los dos a la lavandería. Yo quería que él eligiera la temperatura para quedar eximida de culpas si algo pasaba. Todo iba bien hasta que volvíamos al departamento para preparar la cena, y le pedí al rucio que abriera la puerta. “No traje llaves”, me dice. Damn, yo tampoco. Estábamos afuera.

El primer intento fue emular a los ladrones o detectives que abren puertas con tarjetas de crédito. Resultado: Destrucción total de mi RedCompra.

El segundo intento, ayuda del Conserje mediante, fue utilizar una lámina de plástico, cortada de una botella de agua mineral. Sólo conseguí romperme una uña.

El tercer intento fue aquel por el que debimos empezar: Buscar un cerrajero. Y ahí figurábamos los dos, caminando por la calle con pantuflas y polera, cuando debíamos haber tenido al menos una chaqueta. El rucio me pedía perdón por no haber sacado sus llaves, y yo me reía un poco, porque al final, la situación era graciosa: Un alemán y una chilena muertos de frío, hablando en inglés y caminando con pantuflas por la calle,mientras nos sobábamos los brazos para combatir el frío.

Por suerte encontramos un cerrajero que se rió un poco de nosotros, nos acompañó al departamento y nos abrió la puerta en 5 segundos. Las mejores 10 lucas que he gastado en mi vida.

Una vez adentro, y comiendo una pizza que encargamos para terminar el día, me di cuenta que lejos de enojarme por la situación, o de poner mala cara -lo que de seguro hubiera hecho en cualquier otra compañía-, me lo tomé con Andina y traté de buscar una solución.

Y me di cuenta que por suerte, el rucio saca lo mejor de mí.



martes, 9 de agosto de 2011

Pareja normal

El ruido del ascensor me despertó. Deben haber sido las 3 o 4 de la mañana, porque estaba oscuro, pero yo tenía la sensación de haber dormido algunas horas.

Me desperté porque desde que vivo en la casa de mis papás, no estoy acostumbrada a escuchar el ruido de ascensores a medianoche, y me asusté un poco. ¿Dónde estaba?

A media luz, la pieza me pareció un poco rara. En primer lugar, por la ubicación y los cuadros, y en segundo lugar, por la TV de 32 pulgadas que vi frente a la cama, que además era de dos plazas...la mía es de una y media.

“Yo no tengo tele, ¿Dónde estoy?”, pensé.

Pero al mirar hacia la derecha me di cuenta delo que pasaba, cuando vi su perfil dibujado contra la ventana. Dormía de espaldas a mi lado, y pese a la oscuridad, pude ver la silueta de su frente, su nariz y sus labios.

El rucio está conmigo! Llegó ayer, y nos vinimos directo del aeropuerto al departamento que arrendamos juntos, cerca de Beaucheff, donde viene a trabajar por tres semanas. Está aquí, en Chile, y dentro de unas pocas horas, nos vamos a despertar juntos, a tomar desayuno y salir cada cual con rumbo a su oficina, como tantas parejas normales (esas que he envidiado durante tanto tiempo) hacen cotidianamente sin darse cuenta de la suerte que tienen.

Y por un segundo el alma me dio un vuelco, y me embargó una tremenda felicidad al darme cuenta de que todo era verdad, de que por fin él está aquí conmigo, y que si quería, podía estirar el brazo y despertarlo. Y tocarlo. Y besarlo.

Pero no lo hice. Lo dejé dormir porque de ahora en adelante, voy a poder hacerlo todos los días.

jueves, 4 de agosto de 2011

La temporada de las despedidas

Fui a ver Harry Potter con mis amigas de la Universidad, mis 2 mejores amigas de la vida. Esas que saben todo de mí y que conocen hasta la cara que pongo cuando trato de disimular que algo no me gusta.

Todas las películas de Harry Potter las hemos ido a ver las tres juntas. Es una especie de rito. Cuando éramos universitarias, Ale llegó con el primer libro del niño-mago y desde ahí, ninguna de las 3 pudo resistirse a sus encantos: nos convertimos en voraces lectoras y puntuales peregrinas a los estrenos de cada película. Siempre así, las tres juntas.

Y esta vez no podía ser diferente. Tampoco porque esta película era la última, como una especie de alegoría de lo que va a pasar en poco tiempo. Mientras estábamos en la fila, Ale, la que descubrió a Harry Potter dijo “Se dan cuenta chicas? Posiblemente esta es la última vez que vayamos las tres juntas al cine en harto tiempo!”

Y se me apretó la garganta. Ale tenía razón! Entre los preparativos de última hora del viaje, la inminente llegada del rucio, que viene a trabajar por tres semanas en Santiago-lo que me tiene hondamente feliz-, y las despedidas varias de familia, amigos no tan cercanos y gente de la oficina, probablemente las exiguas 3 semanas y media que me quedan en Chile no me den para otra salida al cine, snif!

Esa fue la primera despedida que he tenido, la del cine con las chicas. Y la disfruté a concho: Me reí con la película, lloré en la parte que Harry Potter invoca los espíritus de su difunta familia con la Piedra de la Resurrección, y aplaudí al final como uno hacía antes en el cine.

Ahora, con ésta, se abre la temporada de las despedidas.